Alicia Álamo Bartolomé:
“El incidente de Haymarket, masacre de Haymarket o revuelta de Haymarket fue un hecho histórico que tuvo lugar en Haymarket Square (Chicago, Estados Unidos) el 4 de mayo de 1886 y que fue el punto álgido de una serie de protestas que desde el 1 de mayo se habían producido en respaldo a los obreros en huelga, para reivindicar la jornada laboral de 8 horas. Durante una manifestación, el dirigente sindical Rudolph Schnaubelt lanzó una bomba a la policía que intentaba disolver el acto. Esto desembocó en un juicio, años después calificado de ilegítimo y deliberadamente malintencionado, hacia ocho trabajadores anarcocolectivistas y anarcocomunistas, donde cinco de ellos fueron condenados a muerte (uno de ellos se suicidó antes de ser ejecutado) y tres fueron recluidos. Fueron denominados Mártires de Chicago por el movimiento obrero.
Posteriormente este hecho dio lugar a la conmemoración del 1 de mayo, originalmente por parte del movimiento obrero, y actualmente está considerado el Día Internacional de los Trabajadores en la gran mayoría de los países del mundo. Dos notables excepciones, Estados Unidos y Canadá, celebran el Labor Day el primer lunes de septiembre”. (Wikipedia)
El trabajo es un derecho del hombre para su bien, no un castigo como algunos insulsos lo ven, basándose en las palabras de Dios a Adán después de la caída en el pecado original: … maldita la tierra por tu culpa (…) Con dolores te alimentarás de ella todos los días de tu vida. Con el sudor de tu frente comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra… (Génesis 3, 17-19)
Hace muchos años, uno de esos insulsos vendía billetes de lotería en el aeropuerto de Maiquetía y animaba a sus compradores gritando: Si con el trabajo se progresara ya los burros fueran ministros… Lo peor es que lo han sido y son, ¡y sin mucho trabajo!
Nos olvidamos de las palabras del Creador en el capítulo anterior del citado del Génesis: Entonces Yahvé tomó al hombre y lo colocó en el jardín del Edén para que lo cultivase y guardase… (Génesis 2, 15)
Es decir, para que lo trabajase, no para explotarlo ni arrasarlo. Hay mucho contenido en estas pocas frases del principio del primer libro de la Biblia, del Antiguo Testamento, dicen que redactado por Moisés, según lo transmitido de la tradición oral, donde nace la historia de todos los pueblos, antes de empezar la escritura. Para mí ese jardín del Edén no era un lugar del planeta sino la Tierra entera, minúsculo punto del universo.
Desde el primer momento de la Creación, aparece el trabajo como actividad humana querida y bendecida por Dios. De su incipiente labor agropecuaria, el hombre primitivo ofrecía a Dios en acción de gracias y alabanza, lo mejor de su cosecha. Precisamente el primer homicidio registrado en la Biblia, viene de ahí. Caín y Abel, hijos de Adán y Eva, cultivaban sus frutos. Abel ofrecía las primicias mejores de sus cultivos y el humo de la ofrenda subía blanco y puro hacia el cielo. Caín, artero, se reservaba lo mejor y llevaba al altar lo mediocre o defectuoso. El humo espeso y oscuro no ascendía. Como todo mezquino, en lugar de ver su culpa, manifestaba su rabia en envidia por los logros de su hermano. Eso lo llevó al asesinato. El primer derramamiento de sangre bíblico se debió al pecado de la envidia. Cómo será de malo este pecado que, si en el mejor de los casos, no produce aniquilación o sufrimiento del envidiado, enferma de rabia y frustración al envidioso.
El hombre ha ascendido en la escala de la civilización gracias al trabajo. Sus primeros pasos fueron recoger los frutos que la naturaleza le daba, al paso dentro de ésta, era la edad de los nómadas: arrasaban zonas y provocaban desiertos. El hombre se vio en la necesidad de asentarse, cultivar la tierra y criar ganado para su subsistencia. De ahí en adelante todo fue progreso. Así, de la edad de piedra hemos llegado a la conquista del espacio. Gracias al trabajo.
Todo trabajo honrado es bueno. No hay categorías de trabajo, sino dedicación y capacidad del trabajador. A los ojos de Dios y como contribución a la sociedad, vale más un barrendero de calles que hace su misión con pulcritud y empeño, que un jefe de Estado flojo y despilfarrador del presupuesto nacional. Hay mucho trabajo silencioso, aparentemente poco importante, pero indispensable para la marcha de un país: el trabajo doméstico y el artesanal y de servicios.
Con dolor y piedad toleramos el segundo oficio más antiguo del mundo: la prostitución. El primero es la cocina. Es un espejo perenne de la bajeza humana. Hay muchas personas e instituciones que tratan, con empeño, de aliviar esta lacra, que rescatan a algunas personas de esos sórdidos ambientes. Si no todos podemos hacer eso, sí tenemos el deber de tratar con caridad y respeto a sus víctimas. Y, siempre, interponer nuestra oración.
El trabajo es para el hombre, no el hombre para el trabajo. El trabajo es un medio, no un fin. Aquellas ideologías políticas que ponen el trabajo como centro de la preocupación social y a los trabajadores como cosas a su servicio, atentan contra la dignidad de la persona humana. Es esta la que debe servirse del trabajo para realizarse, levantar a su familia, adquirir bienes legítimos, procurarse recreación y descanso.
El trabajo es un don de Dios, como tal, debemos realizarlo con orgullo y complacencia, con espíritu de perfección. El papa Pío XII cristianizó el Día del Trabajo al instituir en 1955 la Fiesta de San José Obrero el 1 de mayo, San Josemaría Escrivá fue el apóstol de la santificación del trabajo, santificarse en el trabajo y santificar a través de éste.-