Así jura la Guardia Suiza Pontificia
El juramento de la Guardia Suiza, defensora de la paz
Los 34 nuevos reclutas juraron fidelidad al Papa en el patio de San Dámaso. El capellán: «La renuncia y el sacrificio son para la vida que de otro modo sería banal».
Los 34 nuevos reclutas de la Guardia Suiza Pontificia (16 de lengua alemana, otros tantos de lengua francesa y 2 de lengua italiana) prestaron juramento esta tarde, 6 de mayo, en el patio de San Dámaso del Vaticano, con ocasión del aniversario del saqueo de Roma.
El rito -en el que proclaman proteger y defender al Papa reinante y a todos sus legítimos sucesores, aun a riesgo de sus propias vidas, como hicieron sus antepasados en el pasado- tuvo lugar, según la tradición, sobre la bandera del Cuerpo de la Guardia Suiza Pontificia y en presencia del representante del Papa, monseñor Edgar Peña Parra, sustituto para Asuntos Generales de la Secretaría de Estado.
El ejército más antiguo del mundo
Una delegación de la Confederación Helvética, encabezada por la Presidenta Viola Amherd, con el Presidente del Consejo Nacional, Eric Nussbaumer, y la Presidenta del Consejo de los Estados, Brigitte Eva Herzog, asiste al solemne juramento. El Jefe de las Fuerzas Armadas está representado por el Brigadier Jacques Frédéric Rüdin, Jefe Adjunto del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas. También participa el Presidente de la Conferencia Episcopal Suiza, monseñor Felix Gmür, obispo de Basilea. La delegación del cantón anfitrión de este año, Basilea-Landschaft, está encabezada por la Presidenta del Gobierno cantonal, Monica Gschwind. Dirigido por el coronel Christoph Graf (LU), el ejército más antiguo del mundo (1506) tiene la misión de controlar el acceso al Vaticano y al Palacio Apostólico, garantizar el orden y la representación durante las ceremonias papales y las recepciones de Estado, y proteger el Colegio Cardenalicio durante la sede vacante. El Cuerpo está formado por guardias de todas las regiones lingüísticas de Suiza.
Servicio fiel, leal y honorable
Suenan los tambores con los tres guardias que encabezan la procesión de jóvenes reclutas, llevan cascos con plumas amarillas y negras. El comandante y el capellán, el padre Kolumban Reichlin OSB, pasan revista a todo el piquete. Tras sus discursos, pronunciados no sólo en italiano, sino también con pasajes en francés y alemán, suenan los himnos nacionales. Los reclutas, que visten la «Gran Gala», el uniforme de gala que incluye unos ocho kilos de armadura y que sólo se lleva en otras tres ocasiones al año (para la bendición papal «Urbi et Orbi», en Navidad y en Pascua), desfilan por el patio, bajo la mirada de sus familiares y amigos. Son convocados por el sargento y cada uno procede al solemne juramento sobre la bandera. Ésta se agarra con convicción con una mano mientras que la otra se levanta con los tres dedos abiertos, simbolizando la trinidad. El capellán lee la fórmula:
La respuesta de cada alabardero es observar «fiel, leal y honorablemente todo lo que se me ha leído en este momento. Que Dios y nuestros Santos Patronos me asistan!».
Comandante: el servicio ayuda a amar, ¿quién está dispuesto hoy?
«El que quiera ser grande entre ustedes, que sea su servidor, y el que quiera ser el primero entre ustedes, que sea su esclavo»: es este versículo del Evangelio de Mateo el que da pie al comandante para detenerse en el valor del servicio. Cita a la Madre Teresa, fundadora de las Misioneras de la Caridad, «que no dejaba de señalarnos lo que más falta en nuestro mundo: amor, humildad y paz». Habla de las muchas veces que se encontró con ella, una vez en el Vaticano le regaló medallas con un folleto: «El fruto del silencio es la oración.El fruto de la oración es la fe. El fruto de la fe es el amor. El fruto del amor es el servicio. El fruto del servicio es la paz».
El comandante destaca que, desgraciadamente, en la sociedad actual, «en la época del individualismo y la autorrealización», el término servicio tiene una connotación negativa. «¿Quién, hoy en día, sigue dispuesto a hacerlo? Viendo cómo va el mundo hoy en día, el deseo de dominar, de decidir, de poder disponer de todo, parece ser mucho mayor que el deseo de servir, de dar un paso atrás y dedicarse a una tarea con compromiso».
Señala cómo la búsqueda de poder, aprobación y consideración atrae al hombre hasta el punto de que «el más fuerte desprecia al más débil y siempre intenta hacerle sumiso». En cambio, «el servicio le ayuda a madurar en la capacidad personal de amar, y además experimenta el ser amado. Así el Guardia se convierte en colaborador de la paz».
Capellán: una vida sin sacrificio es trivial, renunciar es para alegrarse
Por su parte, el capellán subraya la singularidad del servicio como Guardia Suizo, que consiste en una gran responsabilidad y sacrificio. «Usted vive esta entrega, a la que ahora se compromete públicamente, con valor y determinación. También conoce el dolor de la renuncia», subraya, «conoce el miedo a la pérdida, los momentos de tristeza y de crisis. Al final, sin embargo, siempre se orienta hacia la vida, la alegría, la felicidad y la plenitud. El que se da siempre recibe más de lo que da: ésta es la maravillosa lógica del amor».
De hecho, el padre Reichlin insiste en que «lo que nos hace progresar como individuos y como sociedad no es la expectativa de recibir algo de los demás, sino la voluntad de cada persona de dar algo a los demás. Sin entrega, la vida humana, su florecimiento y su desarrollo tienen dificultades». Luego recuerda que uno no se hace guardia porque busque «una vida relajada». Una vida sin dedicación, sin sacrificio, sin dolor no va más allá de lo banal». El sacrificio aporta «alegría y satisfacción», incluso para «su Generación Z, caracterizada», dice, por el afán de independencia y autodeterminación, «esta alta voluntad de servicio no se da por supuesta y merece respeto y reconocimiento».-