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¿Bien alimentados?

El hambre no sólo una desgracia para la vida corporal: hay también un  hambre espiritual

Rafael María de Balbín:

 

El hambre es un temible flagelo que afecta todavía a una parte considerable de la humanidad. Es un mal al que es necesario y urgente poner remedio. Y es que la alimentación es necesidad básica para la supervivencia  y progreso de todas las personas.

Pero el hambre no sólo una desgracia para la vida corporal: hay también un  hambre espiritual. El hombre tiene necesidad de auténtica felicidad, tiene necesidad de Dios. A eso responde el Sacramento de la Eucaristía, un banquete al que estamos todos invitados.

“La Eucaristía es el banquete pascual porque Cristo, realizando sacramentalmente su Pascua, nos entrega su Cuerpo y su Sangre, ofrecidos como comida y bebida, y nos une con Él y entre nosotros en su sacrificio” (Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, n. 287).

El altar tiene una especial importancia en la celebración eucarística. “El altar es el símbolo de Cristo mismo, presente como víctima sacrificial (altar-sacrificio de la Cruz), y como alimento celestial que se nos da a nosotros (altar-mesa eucarística)” (Idem, n. 288).

Por la especial relevancia de la Eucaristía en la vida cristiana, la Iglesia manda a los creyentes al menos un mínimo de participación. “La Iglesia establece que los fieles tienen obligación de participar de la Santa Misa todos los domingos y fiestas de precepto, y recomienda que se participe también en los demás días”  (Idem, n. 289).

Hace falta el alimento eucarístico para llevar una vida cristina sana y robusta. “La Iglesia recomienda a los fieles que participan de la Santa Misa recibir también, con las debidas disposiciones, la sagrada Comunión, estableciendo la obligación de hacerlo al menos en Pascua” (Idem, n. 290).

La dignidad de este Sacramento requiere de unas condiciones. “Para recibir la sagrada Comunión se debe estar plenamente incorporado a la Iglesia Católica y hallarse en gracia de Dios, es decir sin conciencia de pecado mortal. Quien es consciente de haber cometido un pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar. Son también importantes el espíritu de recogimiento y de oración, la observancia del ayuno prescrito por la Iglesia y la actitud corporal (gestos, vestimenta), en señal de respeto a Cristo” (Idem, n. 291).

Los frutos de la Comunión eucarística son muy abundantes. “La sagrada Comunión acrecienta nuestra unión con Cristo y con su Iglesia, conserva y renueva la vida de la gracia, recibida en el Bautismo y la Confirmación y nos hace crecer en el amor al prójimo. Fortaleciéndonos en la caridad, nos perdona los pecados veniales y nos preserva de los pecados mortales para el futuro” (Idem, n. 392).

Para recibir la Comunión hace falta una unión plena con la Iglesia de Jesucristo. “Los ministros católicos administran lícitamente la sagrada Comunión a los miembros de las Iglesias orientales que no están en plena comunión con la Iglesia católica, siempre que éstos lo soliciten espontáneamente y tengan las debidas disposiciones. Asimismo, los ministros católicos administran lícitamente la sagrada Comunión a los miembros de otras comunidades eclesiales que, en presencia de una grave necesidad, la pidan espontáneamente, estén bien dispuestos y manifiesten la fe católica respecto al sacramento” (Idem, n. 393).

La Eucaristía constituye ya una vivencia y anticipo de la vida eterna. “La Eucaristía es prenda de la gloria futura porque nos colma de toda gracia y bendición del cielo, nos fortalece en la peregrinación de nuestra vida terrena y nos hace desear la vida eterna, uniéndonos a Cristo, sentado a la derecha del Padre, a la Iglesia del cielo, a la Santísima Virgen y a todos los santos”  (Idem, n. 394).

«En la Eucaristía, nosotros partimos «un mismo pan que es remedio de inmortalidad, antídoto no para morir, sino para vivir en Jesucristo para siempre»» (San Ignacio de Antioquía).-

(rbalbin19@gmail.com)

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