Hoy celebramos la Solemnidad de Pentecostés, día del Espíritu Santo y del nacimiento de la Iglesia
Hoy la Iglesia toda celebra con gozo indecible la Solemnidad de Pentecostés, la llegada del Espíritu Santo sobre la Virgen María y los Apóstoles, la Iglesia primigenia, cincuenta días después de la Resurrección de Cristo.
La presencia del Espíritu Santo entre los hombres significa el cumplimiento de la promesa hecha por el Señor al concluir su vida terrena: Dios habría de enviar su Espíritu, Tercera Persona de la Santísima Trinidad, para que interceda y conduzca a la Iglesia hasta el final de los tiempos.
La Iglesia reunida a la espera del Espíritu
‘Pentecostés’ es una palabra proveniente del griego: πεντηκοστή, pentēkostḗ, cuyo significado es ‘quincuagésimo’. Es decir, se trata de una alusión a la fiesta que se celebra el quincuagésimo día del Tiempo Pascual.
En el segundo capítulo de los Hechos de los Apóstoles podemos encontrar el relato de lo acontecido a los cincuenta días (quincuagésima) de la Resurrección del Señor: “De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo” (Hch 2, 1-11).
La Iglesia Católica expresa el gozo de este acontecimiento histórico cantando la Gloria del Espíritu Santo en la llamada ‘Secuencia’, Veni, Sancte Spiritus [Ven Espíritu Santo]:
Ven, Dios Espíritu Santo,
y envíanos desde el cielo
tu luz, para iluminarnos.
Ven ya, padre de los pobres,
luz que penetra en las almas,
dador de todos los dones.
Fuente de todo consuelo,
amable huésped del alma,
paz en las horas de duelo.
Eres pausa en el trabajo;
brisa, en un clima de fuego;
consuelo, en medio del llanto.
Ven, luz santificadora,
y entra hasta el fondo del alma
de todos los que te adoran.
Sin tu inspiración
divina los hombres nada
podemos y el pecado nos domina.
Lava nuestras inmundicias,
fecunda nuestras desiertos
y cura nuestras heridas.
Doblega nuestra soberbia,
calienta nuestras frialdad,
endereza nuestras sendas.
Concede a aquellos que ponen
en ti su fe y su confianza
tus siete sagrados dones.
Danos virtudes y méritos,
danos una buena muerte
y contigo el gozo eterno.
Un nuevo Pentecostés
San Juan Pablo II, al reflexionar sobre este acontecimiento en su encíclica «Dominum et Vivificantem«, Sobre el Espíritu Santo en la vida de la Iglesia y el mundo, recordaba la importancia que tiene Pentecostés para la vida de la Iglesia a lo largo de la historia. El Papa recordaba que “el Concilio Vaticano II habla del nacimiento de la Iglesia el día de Pentecostés. Tal acontecimiento constituye la manifestación definitiva de lo que se había realizado en el mismo Cenáculo el domingo de Pascua”.
“Cristo resucitado -sigue el Papa- vino y ‘trajo’ a los apóstoles el Espíritu Santo. Se lo dio diciendo: ‘Recibid el Espíritu Santo’. Lo que había sucedido entonces en el interior del Cenáculo, ‘estando las puertas cerradas’, más tarde, el día de Pentecostés es manifestado también al exterior, ante los hombres”.
El Santo Pontífice, citando la constitución dogmática del Concilio Vaticano II “Lumen Gentium” [Cristo, Luz de los pueblos] resaltaba que “el Espíritu habita en la Iglesia y en el corazón de los fieles como en un templo (cf. 1 Co 3,16; 6,19), y en ellos ora y da testimonio de su adopción como hijos (cf. Ga 4,6; Rm 8,15-16 y 26). Guía la Iglesia a toda la verdad (cf. Jn 16, 13), la unifica en comunión y ministerio, la provee y gobierna con diversos dones jerárquicos y carismáticos y la embellece con sus frutos (cf. Ef 4,11-12; 1 Co 12,4; Ga5,22)”.
¡Salgamos a anunciar el Evangelio al mundo, confiados en el Espíritu Santo!
Evangelio de la Misa del día
Jn 20, 19-23
Al anochecer del día de la resurrección, estando cerradas las puertas de la casa donde se hallaban los discípulos, por miedo a los judíos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: «La paz esté con ustedes». Dicho esto, les mostró las manos y el costado.
Cuando los discípulos vieron al Señor, se llenaron de alegría. De nuevo les dijo Jesús: «La paz esté con ustedes. Como el Padre me ha enviado, así también los envío yo».
Después de decir esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Reciban el Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados; y a los que no se los perdonen, les quedarán sin perdonar».
O bien: Jn 15, 26-27; 16, 12-15
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Cuando venga el Consolador, que yo les enviaré a ustedes de parte del Padre, el Espíritu de la verdad que procede del Padre, él dará testimonio de mí y ustedes también darán testimonio, pues desde el principio han estado conmigo.
Aún tengo muchas cosas que decirles, pero todavía no las pueden comprender. Pero cuando venga el Espíritu de la verdad, él los irá guiando hasta la verdad plena, porque no hablará por su cuenta, sino que dirá lo que haya oído y les anunciará las cosas que van a suceder. Él me glorificará, porque primero recibirá de mí lo que les vaya comunicando. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso he dicho que tomará de lo mío y se lo comunicará a ustedes».-
Aciprensa