Alicia Álamo Bartolomé:
El 25 de mayo de 1895, en Londres, la policía arresta al escritor irlandés Oscar Wilde (1854-1900) por ser homosexual (más exactamente, por «cometer actos de grosera indecencia con otros varones»). Será sentenciado a dos años de cárcel. (Wikipedia)
El insigne autor de El retrato de Dorian Gray fue execrado, vilipendiado, se tuvo que ir del Reino Unido y terminó muriendo en Francia. Por cierto, su calvario resultó fructífero: se convirtió al catolicismo.
Hoy se cumplen 129 años de aquel parte policial y hay qué ver lo que ha llovido desde entonces. Torrenciales aguaceros han arrastrado costumbres, principios, valores, posiciones, prejuicios y lo que ayer era un oprobio hoy es una conquista. Los movimientos minoritarios en pro de la homosexualidad se han vuelto mayoritarios, se habla del “orgullo gay”, se celebran reuniones y espectáculos multimidinarios con personas de esta tendencia o equivalentes y hay una poderosa organización mundial cuyas siglas recogen todos los matices de la anormalidad: la LGBTIQ.
Sí, escribí “anormalidad” y no me retracto. Así me llamen homófoba y me pongan en el potro de la Inquisición. La salud es lo normal, la enfermedad no y eso es la homosexualidad. Dios nos hizo hombre y mujer, punto. Así basta para sus planes. Se es hembra o varón, no hay un it inglés o un neutro para el sexo. Salirse de este esquema natural es un padecimiento que merece comprensión y respeto, no burla ni execración. Como respetamos y admitimos en nuestro entorno a los que padecen diabetes, asma, esclerosis, etc.. Son víctimas de la adversidad, no culpables de la discriminación. Afortunadamente, ni éstas ni la homosexualidad son enfermedades contagiosas, no es necesario el aislamiento.
La circunstancia más dolorosa e injusta para el homosexual es el rechazo de su propia familia. Pocos padres aceptan con compresión y cariño esta condición para un hijo. Alguno reacciona de manera brutal y cree que el adolescente gay puede curarse lanzándolo a un prostíbulo. Es un crimen. Las heridas que quedan de una acción así se convierten en tumores de pus en el alma.
Del lado de la LGBTIQ también hay mucho desenfreno. Está bien que luchen por sus derechos y su libertad de ser lo que son, pero sin atropellar a los que no lo somos y también tenemos derechos de opinión. Los exhibicionismos grotescos en lugares públicos, incluso en iglesias, hieren los sentimientos morales y religiosos de sectores mayoritarios que tenemos tanto derecho a tenerlos como ellos los suyos. Se impone el respeto mutuo. Es un deber de justicia, sin ésta, jamás habrá paz sobre la tierra.
Oscar Wilde es una figura simbólica en este drama de la homosexualidad. Fue su víctima. Nació adelantado a la época en que esta anomalía sería exaltada. Hoy lo hubiera llevado a los altares, ayer lo llevó a la cárcel.
A vuelo rasante sobre su biografía, lo vemos como hijo de un matrimonio irlandés, el padre médico oftalmólogo y la madre poeta. Recibe una educación esmerada. Es brillante estudiante de Oxford y pronto se destaca en literatura, sobre todo en poesía y teatro. Sus obras teatrales más interesantes fueron las cuatro comedias El abanico de lady Windermere (1892), Una mujer sin importancia (1893), Un marido ideal (1895) y La importancia de llamarse Ernesto (1895), caracterizadas por sus ingeniosos diálogos. Consiguió demostrar un talento innato para los efectos teatrales y para la farsa, y aplicó a estas obras algunos de los métodos creativos que solía utilizar en sus restantes obras, como las paradojas en forma de refrán inverso, algunas de las cuales han llegado a hacerse muy famosas. Salomé es una obra teatral seria sobre la pasión obsesiva. Escrita en francés, la estrenó en París en 1894 la actriz Sarah Bernhardt. Después, el compositor alemán Richard Strauss compuso una ópera homónima basada en ella. Se estableció en Londres y, en 1884, contrajo matrimonio con una mujer irlandesa muy rica, Constance Lloyd, con la que tuvo dos hijos, Cyril y Vyvyan. Desde entonces, se dedicó exclusivamente a la literatura. A consecuencia del escándalo por el proceso que sufrió, fue obligado a renunciar a la patria potestad de de sus hijos.
Wilde quiso hacer de su vida una auténtica obra de arte, fiel a los planteamientos del esteticismo finisecular y recogiendo la sensibilidad finamente decadentista de los prerrafaelitas; de ahí su comentario a André Gide: «He puesto todo mi genio en mi vida, y en mis obras sólo he puesto mi talento». Logró así centrar la atención en su carácter extravagante y provocador, en el ingenio de sus conversaciones y en una amoralidad de la que hizo bandera en el conocido episodio final de su proceso y encarcelamiento por homosexualidad. En 1895, en la cima de su carrera, se convirtió en la figura central del más sonado proceso judicial del siglo. Wilde, que había mantenido una íntima amistad con lord Alfred Douglas, fue acusado por el padre de este, el marqués de Queensberry, de sodomía. Se le declaró culpable en el juicio, celebrado en mayo de 1895, y, condenado a dos años de trabajos forzados, salió de prisión arruinado material y espiritualmente. Pasó el resto de su vida en París, bajo el nombre falso de Sebastian Melmoth. En la cárcel, escribió De profundis (1895), una extensa carta de arrepentimiento por su pasado estilo de vida. Algunos críticos la han considerado una obra extremadamente reveladora; otros, en cambio, una explosión sentimental muy poco sincera. La balada de la cárcel de Reading (1898), escrita en Berneval, Francia, muy poco después de salir de prisión, y publicada anónimamente en Inglaterra, es uno de sus poemas más poderosos. En él, expone la dureza de la vida en la cárcel y la desesperación de los presos.
Durante muchos años, el nombre de Oscar Wilde, sobrellevó el estigma impuesto por la puritana sociedad victoriana. Sus obras mantienen una vigencia universal. Se convirtió al catolicismo poco antes de morir de meningitis en París el 30 de noviembre de 1900. –
En una universidad en los Estados Unidos, Wilde fue invitado a dar una charla. Él se vestía en forma un poco absurda y unos estudiantes, por hacerle mofa, se presentaron al acto con el mismo estilo de vestir. El escritor comentó antes de empezar: La caricatura es el homenaje que la mediocridad rinde al genio. Pero tenía muy claro lo que para él era el genio, pues también es suya la frase: La belleza es muy superior al genio. No necesita explicación.
Para terminar este artículo -para el cual me he apoyado mucho en Wikipedia- va esta anécdota de agudeza criolla. Un margariteño sale de Londres y en el aeropuerto se encuentra con un paisano que llega. Le explica al amigo por qué se va y no vuelve: Cuando vine la primera vez, la homosexualidad estaba prohibida; la segunda vez, encontré con que estaba permitida y ahora la consigo aplaudida. Me voy antes de que la declaren obligatoria.-