Lecturas recomendadas
A propósito de la solemnidad del Corpus Christi
Evangelio: Marcos 14, 12-16. 22-26
P. Alberto Reyes Pías, desde Cuba:
La historia de Dios con el ser humano es una propuesta de mutua pertenencia. Cada eucaristía es la
apuesta por esa mutua pertenencia.
¿Qué objetivo tiene Dios con esta propuesta de pertenencia? El objetivo es hacernos crecer en
libertad.
Todo lo que amamos produce un vínculo, un apego. Amamos personas, objetos, proyectos, sueños… y nos vinculamos a ellos, nos apegamos. En principio, esto no debería ser un problema, si los apegos fueran gratuitos.
Un apego gratuito significa que, tener lo que amamos nos llena de agradecimiento y felicidad, pero el no tener todavía lo que amamos, o el dejar de tenerlo o el decidir no tenerlo por lograr un bien superior, no nos quita la paz.
Pero está demostrado que no funcionamos así. Sentimos la posesión como un derecho, y no lograr poseer lo que queremos, o perderlo, lo vivimos como una desgracia, un fracaso o una calamidad.
Y es aquí donde puede desvirtuarse el camino de la realización de un ser humano. En clave cristiana, la realización humana sólo se alcanza cuando se logra hacer de la propia vida un don, y ser don significa vivir orientados a la elección continua del bien mayor, y esto no es posible si no nos liberamos de nuestros apegos.
Dicho de otro modo: si hay personas, bienes materiales, proyectos, puestos, estatus, protagonismos…
que son considerados intocables, inamovibles, no cuestionables… nuestra vida se hará esclava de ellos, y
todo el bien que podamos hacer será siempre filtrado por estos apegos inamovibles.
Haremos el bien en la
medida en que ese bien no ponga en riesgo nuestros apegos.
Y esta actitud no es la libertad que brota del
Evangelio. Porque no siempre aquello a lo que nos aferramos es lo que necesitamos o nos conviene. No siempre aquello a lo que nos aferramos es lo que nos conduce a la bondad necesaria y a la paz deseada.
Cristo hizo de su vida un don, y la eucaristía es, junto con su entrega en la cruz, el culmen de este “darse”. Recibir la eucaristía es acoger en nosotros a Aquel que se entrega de modo absoluto y total, para
tener nosotros la fuerza de hacer lo mismo. Comulgar es renovar la decisión de unir la propia vida a la de Aquel que entregó la suya, de modo tal que la decisión de elegir el bien mayor sea tan fuerte que logre romper la fuerza de nuestros apegos.-