Lecturas recomendadas

Fe, esperanza, y política

Dos episodios populares en el reciente acontecer de Mérida mostraron la eficacia de la fe

Bernardo Moncada Cárdenas:

La Iglesia Católica mantiene una relación muy particular con los gobiernos. Hay quienes quisieran verla de nuevo en el proyecto cesaropapista de la temprana Iglesia Oriental, haciendo del cristianismo religión de Estado y unificando Emperador y Papa. La Iglesia no aspira al poder terrenal: espera la conversión en el alma de los hombres, aunque tampoco puede dejar de hacer sus proféticos reclamos ni mostrar caminos alternos.

Una frase de la Carta a Diogneto, documento que habla de la vida en la fe cristiana durante el segundo siglo, resume la vida política cristiana con las siguientes palabras: “Viven en la tierra, pero su ciudadanía está en el Cielo. Obedecen las leyes establecidas, y con su modo de vivir superan estas leyes.” Asumiendo esta actitud, aparentemente pasiva, la cristiandad vio caer el Imperio Romano, evangelizó y dio forma a Europa, asentando los valores que la definieron, los cuales vinieron al Nuevo Mundo.

Dos episodios populares en el reciente acontecer de Mérida mostraron la eficacia de la fe.

En 2014, en plena efervescencia de las tácticas protestatarias llamadas guarimbas, la arquidiócesis acogió la propuesta de un grupo de mujeres, consistente en responder con una larga procesión la cual, integrando con el pueblo católico a todos los párrocos de la ciudad y desafiando el temor reinante, recorrió la ciudad desde los suburbios. Llegados a la Plaza Bolívar, el centro mismo de la capital, la encontramos blindada con un cordón de policías armados y acorazados; la multitud se arrodilló frente a ellos y el Padre Manuel Moreno dirigió brillantemente una oración que también a ellos estremeció. Fue el episodio culminante en el evento que prosiguió hasta el extremo norte del casco urbano.

Luego los ha habido similares, como el Santísimo Sacramento desfilando en adoración por los cuatro costados de la Plaza, entonces bastión intocable, e imponiendo un gran silencio sin una voz de discordia. O una multitudinaria Eucaristía celebrada, no obstante la tensión reinante, en uno de los escenarios peores de la violencia que dominaba la ciudad. Hay una gran eficacia, discretamente actuando en tales gestos.

Esta manera de dar la cara, arriesgando la vida sin provocar violencia, participando en política para el bien común, antes que para la victoria de ideologías particulares, es la marca de fábrica sin la cual un seguidor de Cristo queda confundido, pues ya no está siguiendo la vía que pasa por la cruz, sino más bien persigue el poder.

Jesús no esperó imponerse, ni violentar la realidad para traer a la Tierra una utopía. Trajo Su persona, su actuar, dejando, como buen sembrador, una simiente que –dicho en términos de las redes- “Se hizo viral”. obteniendo grandes cambios.

Con una paciencia que sólo da la justeza, como la paciencia de un padre y una madre ante la normal rebeldía del hijo, sus seguidores nos movemos, con confianza en la calidad humana que habita el corazón de nuestro pueblo, y en la invencibilidad del Amor que nos acompaña. A esto llamamos “fe”.

Y cuando desde la fe hablamos de Conversión no nos referimos a pasar mágicamente un interruptor, sino a un proceso hermosamente dilatado, que una vez iniciado conduce vidas e historias hacia la Verdad. Así, más pronto que tarde, vemos resultados.

Esto lo han percibido con claridad todos los que han antagonizado o deformado al cristianismo pues, para sus predominios basados en ideológicas falacias, es el más amenazante obstáculo.

La paz es posible, como los dos episodios arriba recordados lo demuestran. Bienvenidos quienes –independientemente de su posición partidista o religiosa- quieran sumarse a esa forma pacífica de impulsar los necesarios cambios.-

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