San Juan Francisco Régis, incansable apóstol del campo
Patrono de los misioneros rurales
Cada 16 de junio, la Iglesia celebra a San Juan Francisco Régis, sacerdote y misionero francés de la Compañía de Jesús. Los jesuitas franceses lo tienen como su santo patrono, mientras que la Iglesia toda, por determinación del Papa Pío XII, lo venera como “patrono de los misioneros rurales”.
Juan Francisco fue discípulo directo de San Francisco Javier -quien le ayudó a encontrar su vocación misionera- y entre sus devotos se cuentan santos legendarios como San Juan María Vianney o San Marcelino Champagnat. El primero de estos dos, el Cura de Ars, en la última etapa de su vida llegó a decir: “Todo lo que he hecho se lo debo a él».
Discernimiento
Juan Francisco nació el 31 de enero de 1597 en una pequeña aldea de la región de Languedoc en Francia. En 1611 ingresó al prestigioso colegio jesuita de la ciudad de Béziers, en donde integraría la Congregación Mariana (hoy, Comunidades de Vida Cristiana, CVX).
Con los otros miembros de la Congregación empezó a trabajar en el servicio directo a los más pobres. Esta experiencia lo llevaría a cuestionar el sentido de su vida y particularmente de su futuro. Juan Francisco quería servir al pobre, en quien está Cristo sufriente, y, al mismo tiempo era consciente de que Dios podría estar llamándolo a un compromiso de vida. Entonces, empezó una etapa de reflexión y discernimiento vocacional con la ayuda de algunos jesuitas mayores. Juan Francisco terminaría descubriendo que el Señor lo llamaba a ser sacerdote.
El 8 de diciembre de 1616, a los 19 años, ingresó al noviciado de la Compañía de Jesús en Toulouse. Allí dio muestra de que se estaba tomando las cosas muy en serio. Juan Francisco suscitó la admiración de sus compañeros, testigos de su fervor y entusiasmo. Alguna vez uno de ellos comentó: «Juan Francisco se humilla él mismo hasta el extremo, pero demuestra por los demás un aprecio admirable”.
Misionero rural
En 1630, a los 33 años, fue ordenado sacerdote y al año siguiente fue enviado como misionero a su pueblo natal. Juan Francisco se sintió muy contento por aquel encargo, algo que deseaba de corazón y donde podía poner al servicio de los demás todas sus capacidades, incluyendo la fortaleza física con la que Dios lo había dotado. Se sentía servidor del pueblo, al que amaba como Cristo amó al suyo. Fue también el inicio de un largo itinerario misionero en las más diversas zonas rurales de Francia. Para 1633 ya había realizado los cuatro votos de los jesuitas.
A diario, el santo se entregaba con toda generosidad a sus labores. Sus compañeros solían decir de él: «Juan Francisco hace el oficio de cinco misioneros», y no les faltaba razón. Al jesuita le tocó hacer misión en momentos en los que los hugonotes -protestantes franceses- habían aumentado su presencia en muchos pueblos y comunidades rurales. Estuvo primero en Montpellier, luego en la diócesis de Viviers y después en Le Cheylard. El número de pueblos en los que estuvo es incontable.
A los 43 años, 24 de ellos como religioso, 10 como sacerdote y 9 como misionero, había consolidado el llamado que Dios le hizo desde joven. Su vida sencilla y ejemplar ya le había ganado fama de santidad entre sus conocidos. La gente lo llamaba cariño «el santo», algo que nunca le agradó, aunque aceptaba con mansedumbre.
Servidor de la humanidad, defensor de la dignidad
El P. Juan Francisco SJ construyó varios refugios para mujeres rescatadas de la prostitución. Constituyó un grupo de mujeres acaudaladas para que financien esta obra, y organizó talleres -especialmente de costura- en los que las mujeres rescatadas pudieran trabajar dignamente y agenciarse de lo necesario para vivir. Esto le valió ser blanco de enemigos violentos y poderosos: en más de una ocasión fue golpeado y amenazado de muerte por grupos de proxenetas.
El jesuita también desempeñó un papel muy importante durante la plaga de Toulouse (1631), durante la cual trabajó como enfermero. En esa oportunidad creó la Confraternidad del Bendito Sacramento; y junto con sus miembros constituyó una cadena de solidaridad entre los fieles, cuya ayuda sirvió para recaudar dinero y comida para los hambrientos.
El santo falleció en 1640 e inmediatamente apareció un movimiento popular que lo aclamaba como santo. Fue beatificado el 18 de mayo de 1716 y canonizado el 16 de junio de 1737.-
Aciprensa