Lecturas recomendadas

La trampa de la anticipación negativa

Ángel Oropeza*:

La anticipación negativa es un patrón particular de pensamiento que lleva a quien lo padece a presuponer constantemente que algo va a salir mal, no dudar en ningún momento de esa predicción y actuar en consecuencia. Típicos ejemplos de la anticipación negativa son frases como “mejor no voy porque me va a pasar algo malo”, “no llamo porque no me van a aceptar”, “mejor ni lo intento porque ya sé que no lo voy a lograr” y otras de uso frecuente en algunas personas.

Lo esencial de este patrón psicológico es que se anticipa que las cosas saldrán mal sin tener datos que apoyen esas conclusiones. En otras palabras, se interpreta una posibilidad, como si fuera una realidad segura y negativa, y se actúa conforme a ella. Y las consecuencias de esta tendencia a pensar así van más allá de lo meramente cognitivo. En efecto, con la anticipación negativa se incrementa la producción y las acciones combinadas de la hormona cortisol y las catecolaminas, activando el sistema nervioso autónomo y generando, en consecuencia, angustias, miedos y pesimismo.
Es cierto que la anticipación ante determinados riesgos y peligros nos protege y permite prepararnos lo mejor posible para afrontarlos. Pero, como afirma el Dr. Elías Abdalá (Las trampas de la mente), cuando las desgracias que anticipa el cerebro son abstractas, exageradas o ilógicas, nos paralizan, enferman y limitan.
En el plano político, cuando la anticipación negativa se generaliza a muchas personas no sólo desestimula la organización popular, sino que, además, contribuye a consolidar un piso actitudinal-psicológico de aceptación y resignación colectiva sobre el cual los Gobiernos autoritarios edifican su modelo de dominación.
Si mucha gente se convence que frente a su entorno político no hay nada que hacer; que lo que ocurrirá es malo, pero, además inevitable; que sólo queda rendirse porque no hay forma de cambiar o de siquiera enfrentar a quienes le oprimen, entonces el modelo de dominación seguirá profundizando sus raíces y terminará siendo percibido como irreversible. No en balde, una de las primeras cosas que los Gobiernos de signo autoritario en el mundo buscan sembrar en la población es convencerla de su muy precaria eficacia política, esto es, de su muy reducida capacidad de influir sobre los hechos políticos y, mucho menos, de cambiarlos.
Hay países donde los Gobiernos han sido tan malos y tan largos que es lógico que, después de tanto tiempo, mucha gente crea que está condenada a seguirlos sufriendo. Y no sólo eso, lo más grave es que terminen pensando que son inevitables y que no importa lo que pase, nada se puede hacer para cambiarlos.

 

Si se plantea, por ejemplo, la urgencia de una mayor organización popular que conduzca a una efectiva presión cívica sobre ese tipo de regímenes, la primera reacción de algunos será pensar que es inútil porque ese tipo de Gobiernos son impermeables a las presiones. En el caso venezolano, si se logra -como se está haciendo- organizar a la población para que no sólo vote en masa, sino que asuma un rol activo en la estrategia clave de defensa del voto, algunos dirán que, incluso si la alternativa democrática llegara a ganar el 28 de julio, el Gobierno no reconocerá ese triunfo. Y si no puede no reconocerlo, pues igual algo malo pasará, simplemente porque el Gobierno “no se va a dejar”, como si torcer la voluntad mayoritaria de un pueblo fuera tan sencillo, cuando esta voluntad está organizada y dispuesta. Ya lo decía Fernando Savater: una vez que un pueblo toma la decisión de cambiar, no hay fuerza que pueda detenerlo. Es sólo un asunto de tiempo. Pero tiene primero que creer que eso es posible y luego decidirse, en serio, a organizarse para poder hacerlo.

 

Es tiempo ya de que empecemos a superar la desesperanza, inteligentemente cultivada desde hace muchos años, y comencemos a darnos cuenta de que el país que queremos no sólo es posible, sino que al final sólo depende de nosotros, de nuestra inteligencia y de nuestra capacidad de organizarnos y movilizarnos, no para “esperar” que ocurra el cambio, sino para luchar por hacerlo inevitable.

 

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*Ángel Oropeza es psicólogo y doctor en Ciencia Política, profesor titular de la UCAB y la USB y miembro del Centro Arquidiocesano Monseñor Arias Blanco. Su cuenta en X es @AngelOropeza182.

Imagen: Contrapunto

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