Santa María Goretti, “la pequeña y dulce mártir de la pureza”
Cada 6 de julio celebramos la fiesta de Santa María Goretti, la niña italiana de once años que fue asesinada por resistirse a ser ultrajada. María se defendió de su atacante con todas sus fuerzas y este, en represalia, le asestó varias puñaladas que la dejaron muy mal herida. Un día después fallecería en el hospital al que fue trasladada.
Contra lo que podría haberse esperado, una agonizante María -a imitación de Nuestro Señor Jesucristo en la cruz- le concedió el perdón al joven que la atacó.
El sacrificio de Santa María Goretti en defensa de la virtud cristiana y su actitud misericordiosa conmovieron al Papa Pío XII, quien la canonizó en 1950. El Pontífice la llamó “pequeña y dulce mártir de la pureza”.
Como Cristo, víctima inocente
Marietta (María) Goretti Carlini nació en 1890, en Corinaldo, provincia de Ancona (Italia). Fue hija de Luigi Goretti y Assunta Carlini, siendo la tercera de los siete hijos de la pareja. Sus padres la bautizaron al día siguiente de su nacimiento y, según la costumbre, la consagraron a la Virgen María.
Los Goretti carecían de bienes terrenales significativos, pero atesoraban el don de la fe y el deseo de que sus hijos vivieran cristianamente. La familia solía reunirse a diario para la oración en común y especialmente para el rezo del Santo Rosario. Y, como corresponde, sin excepción alguna, todos los domingos acudían juntos a Misa.
Un día, María se encontraba sola en casa ayudando en los quehaceres domésticos. Su padre había fallecido hacía cierto tiempo y su madre había salido al campo a trabajar como todos los días. Entonces, un jovenzuelo de 18 años llamado Alessandro Serenelli, hijo de un conocido de su padre, aprovechó las circunstancias para ingresar furtivamente en la casa. Alessandro, presa de sus bajos deseos, intentó abusar de María, pero dada la férrea resistencia de la niña, el agresor decidió acabar con ella y la apuñaló sin compasión -el parte médico daba constancia de hasta catorce puñaladas-.
La herencia más grande
María fue llevada al hospital, pero los médicos no pudieron hacer mucho. La pequeña permanecería unas horas más en agonía, en las que recibió la Santa Comunión y la Unción de los enfermos. Luego, momentos antes de morir, expresó su última voluntad: perdonar de corazón al hombre que la había atacado y por el que estaba perdiendo la vida. Aquel gesto quedó perennizado como testamento de misericordia para la humanidad entera. Fue el 6 de julio de 1902.
Alessandro Serenelli fue condenado a 30 años de cárcel. Sin embargo, no dio signos de arrepentimiento por años hasta que una noche tuvo un sueño en el que vio a María recogiendo flores en un prado y que al verlo se le acercó para entregárselas en las manos. Desde ese día Alessandro empezó a cambiar y comportarse mejor. Con 27 años de condena cumplidos fue puesto en libertad por su buen comportamiento. Y lo primero que hizo fue buscar a la madre de María y pedirle perdón por lo que había hecho. La mujer, igual que la pequeña mártir, también lo perdonó.
Mensaje a la juventud de hoy y siempre
En el año 2003, el Papa San Juan Pablo II, con ocasión de la celebración de la niña mártir, dijo: “Marietta, como era llamada familiarmente, recuerda a la juventud del tercer milenio que la auténtica felicidad exige valentía y espíritu de sacrificio, rechazo de todo compromiso con el mal y disponibilidad para pagar con el propio sacrificio, incluso con la muerte, la fidelidad a Dios y a sus mandamientos“.
“Hoy -continuó el Santo Padre- se exalta con frecuencia el placer, el egoísmo, o incluso la inmoralidad, en nombre de falsos ideales de libertad y felicidad. Es necesario reafirmar con claridad que la pureza del corazón y del cuerpo debe ser defendida, pues la castidad ‘custodia’ el amor auténtico”.
Los mártires, a lo largo de la historia de la Iglesia, murieron por amor a Cristo. El caso de Santa María Goretti no deja de tener el mismo carácter testimonial, con la particularidad de que su sacrificio se produjo en defensa de la virtud de la pureza o castidad, muchas veces desestimada, incomprendida o, incluso, despreciada por el mundo de hoy, pero sin la que es imposible entender, amar y encarnar a Cristo, cualquiera sea la época o circunstancia.-
Aciprensa