Encrucijada
Metámonos en la cabeza, a pesar de nuestros mutuos rencores inducidos, que se puede ser enemigo de los hombres, pero no de un país, que seguiremos siendo unos y otros
Bernardo Moncada Cárdenas:
En el cuento El jardín de los senderos que se bifurcan, Jorge Luis Borges hace decir que «un hombre puede ser enemigo de otros hombres, de otros momentos de otros hombres, pero no de un país: no de luciérnagas, palabras, jardines, cursos de agua, ponientes…» Es, como cada párrafo de ese texto, un pensamiento sugestivo que, en este caso, nos pone a considerar nuestra situación como nación, ante los eventos que parecen aproximarse inexorablemente: somos una nación herida, partida en dos como por un fatal machetazo.
El sentir de gran parte de los venezolanos, espoleados por sendas opciones ideológicas con sus respectivos liderazgos personalistas, olvida el país, anteponiendo la enemistad con «otros hombres».
Así, lo que debería ser un evento cívico al cual concurrimos todos por igual para hacer valer nuestro derecho a elegir democráticamente el futuro inmediato de la nación, es asumido como un desastroso choque de trenes, como la batalla final de dos ejércitos que combatirán a muerte. Toda la esperanza de cada bando, guiados por las respectivas prédicas de sus dirigentes, se ve cifrada en el resultado del conteo de los votos. La nación se presenta dividida en dos gigantes que se desafían con el pueril «quítame esta paja», queriendo cada uno liquidar al oponente, como si el otro no tuviera la oportunidad de un futuro (oportunidad que, nos guste o no, siempre existirá).
Pero una nación no puede sobrevivir en esta suicida división. No es absurda la exclamación Evangélica «todo reino dividido contra sí mismo es asolado, y toda ciudad o casa dividida contra sí misma, no prevalecerá» (Mateo 12:25). Donde no hay armonía prevalecen la tragedia y la miseria; la división destructora obstaculiza la multiplicación productora.
Estas advertencias llegan tarde, pero no son las primeras pronunciadas en nuestros textos, y sin embargo persisten las bravuconadas del matar o morir (o, como tercera opción, auto-exiliarse), mientras que el país, con sus «luciérnagas, palabras, jardines, cursos de agua, ponientes», se nos escurre entre los dedos, deshaciéndose una vez más, cuando parecía comenzar a recomponerse superando los obstáculos por sí mismo.
Concurriremos todos a las próximas elecciones, muy probablemente en número de votantes nunca visto. En el evento se intercambiarán las miradas furiosas o despectivas, y se esperará el resultado como si fuese sentencia de muerte para un bando, o para el otro.
Metámonos en la cabeza, a pesar de nuestros mutuos rencores inducidos, que se puede ser enemigo de los hombres, pero no de un país, que seguiremos siendo unos y otros, y que, una vez pasado el proceso electoral, la tarea de unirnos como nación ha de ser de tirios y troyanos.-