Las cruces gamadas del Tarbes
Contrariamente al conocimiento general que se tiene de ellas, las cruces son símbolos precristianos
Octavio Sisco Ricciardi:
Desde hace nueve décadas propios y extraños, docentes, alumnas, visitantes, padres, madres vienen pisando un pavimento montado a base de la yuxtaposición de sencillas pero hermosas losetas de cuadradas formas que cubren con un motivo decorativo la práctica totalidad de la edificación del Patronato de San José de Tarbes, en La Candelaria, próximo a la avenida México, en pleno corazón cultural de Caracas. Entre dameros blancos, grises y tonos tierra, se insertan en grupos simétricos, repetidos cuadrados en cuyo centro podemos distinguir claramente pequeñas cruces gamadas de color verde. Estas esvásticas invaden como un lienzo principal los pavimentos del centro educativo.
Contrariamente al conocimiento general que se tiene de ellas, las cruces son símbolos precristianos. Es el más universal entre los signos simbólicos. Representan inicialmente las coordenadas entre el cielo y la tierra, reproducen por tanto la ordenación del espacio, el punto de intersección de arriba/abajo y de derecha/izquierda. Se registran numerosas variantes de la cruz, los hay de cuatro, cinco, seis o más brazos o barras. La esvástica es una de sus representaciones más antiguas que nos viene de las escrituras sagradas pertenecientes a los Vedas del hinduismo hace más de 5.000 años. Este signo gráfico es portador de un poder sugestivo enorme porque integra dos símbolos muy efectivos: la cruz de brazos iguales (griega) y los cuatro ejes en una misma dirección rotatoria. Recientemente se ha descubierto gracias a fotografías aéreas, al noreste de Kazajistán alrededor de unos 50 geoglifos que figuran entre ellas una cruz; se trata de una esvástica de tres brazos rematados cada uno por una línea horizontal con extremos en zigzags opuestos en sentido contrario a las agujas del reloj, llamada Cruz de Koga con una antigüedad calculada en 8.000 años.
La tetraskelion o esvástica de cuatro ramas en ángulo recto es también denominada cruz gamada o gammadion porque pueden formarse uniendo cuatro letras gamma del alfabeto griego ( ſ ). Resulta fascinante en nuestro insondable mundo misterioso que este símbolo aparece en casi todas las culturas antiguas y rincones del planeta: en catacumbas cristianas, en Bretaña, Irlanda, Micenas, Vasconia, entre etruscos, hindúes, celtas, germanos; tanto en Asia central, China, Japón como en la propia América precolombina. Hay dos tipos de esvástica, la dextroversa (swastica) y la sinistroversa (swavastica), es decir, la primera gira de izquierda a derecha y la segunda a la inversa, eso significa que las energías pueden ir en un sentido u otro. La representación más generalizada en la Edad Media cristiana es la dextroversa para significar al movimiento y a la fuerza solar, profusamente manifestada en códices y templos románicos y góticos.
El término esvástica proviene del sánscrito svastika (bienestar y buena suerte). De ahí que se le tiene como portador de buena fortuna. Antes de la apropiación cultural que hizo Adolf Hitler de esta insignia para el partido nazi y el Tercer Reich, resulta impensable que este símbolo fue utilizado por las unidades militares de Estados Unidos (la 45.° división de infantería) durante la Primera Guerra Mundial, aún más, pudo verse destacados en los aviones de la RAF británica en fecha tan tardía como 1939. La propia multinacional de las colas en el mundo en 1925, obsequiaba llaveros e insignias esvásticas. La mayoría de estos usos benignos se detuvo en la década de 1930 cuando los nazis llegaron al poder en Alemania.
Cuando Hitler hizo de la esvástica el símbolo del partido nazi alemán, cometió el error de usarla en posición oblicua, que era como la empleaban sus creadores originarios para revelar mala suerte: así la cruz gamada indicaba derrota. Cuando le explicaron esto al Führer, ya era –afortudamente- demasiado tarde e imposible corregirlo. Según dicen, comentó que «prefería haber perdido una batalla en lugar de cometer tal error». Tanta era su obsesión que cuando este llegó al poder, pidió explicaciones al Partido Nacional Vasco de cómo había llegado “su” cruz gamada al norte de España, pues el lauburu («trébol de cuatro cabezas») es el nombre que recibe en euskera la cruz de cuatro brazos curvilíneos de evidente inspiración atávica de la esvástica usada en sus insignias y banderas mucho tiempo atrás.
El Patronato San José de Tarbes nace gracias a la paciente tenacidad de la hermana María Lorenza, religiosa de la Congregación de San José de Tarbes, quien sintió intuitivamente el clamor para atender las necesidades educativas de una población de los sectores populares caraqueños. La Hna. María Lorenza vino al mundo con el nombre de Dolores Rodríguez Ceballos en Caracas el 13 de mayo de 1883. Hija de una familia numerosa compuesta por nueve hermanos del matrimonio, también de caraqueños, de Enrique Rodríguez Díaz y Rosalía Ceballos Monagas, es educada en el Colegio Mercedes Limardo. A los doce años, enseña el catecismo en la Congregación de Hijas de María en la Iglesia de la Merced para hacerse luego Hermana Terciaria en la Orden de San Francisco de Asís. En los años 1912 y 1913, cumple las etapas de postulante y novicia, convirtiéndose en sor María Lorenza, al entrar en 1921 a la Congregación de San José de Tarbes. En 1923 funda el Colegio que lleva por nombre, Patronato de San José de Tarbes del que será nombrada Directora Fundadora en 1931 y Superiora hasta 1953.
La Congregación de las Hermanas de San José de Tarbes es fundada el 15 de agosto de 1843 en Cantaous, pequeña aldea de los pirineos occitanos cerca de Tarbes, Francia, teniendo como misión la vocación docente y hospitalaria. En junio de 1889, a petición del presidente Juan Pablo Rojas Paúl (1888-1890) católico practicante, la Superiora, Hna. María de los Ángeles acepta encargarse de la gestión del Hospital Vargas de Caracas. Es la primera Orden religiosa extranjera en pisar de nuevo suelo venezolano tras la política anticlerical de Antonio Guzmán Blanco (1870-1888).
Desde 1915, cumpliendo con dedicación y eficiencia con la vocación hospitalaria de la Congregación, la hermana María Lorenza atiende a los pacientes de la sala número 4 en el edificio decimonónico del Hospital Militar Linares, hoy sede de la Cruz Roja desde 1935. El padre Salesiano Juan Gasparoli, quien trabaja con ella, la conoce bien y sabe su desvelo sin límites hacia los niños, la solicita un día para que dé el catecismo a cuatro niñas enfermas. Cuando el 13 de mayo de 1918 se ordena el cierre del Hospital Militar, sor María Lorenza, solicita a la Provincial de la Orden le pida al general Juan Vicente Gómez, permiso para que funcione una escuela gratuita en el lugar que ocupaba el Hospital Militar para dar clases a las niñas pobres de los alrededores, petición que fue concedida.
El éxito de la escuela es inmediato. Pronto cuenta con cien niñas venidas del catecismo que dan los Padres Salesianos en la Capilla de María Auxiliadora, que desertan de las escuelas cercanas, desatando reclamaciones iracundas de los directores de esas escuelas. En sus primeros tiempos, se suceden dos hechos milagrosos. La epidemia de gripe española que asola la capital en 1918, obliga la reapertura del Hospital Linares, por lo que queda entonces reducida la escuela a un salón con una misma entrada para los enfermos. Entonces, milagrosamente se desplomó una pared que dividía un salón de otro y esto trajo la oportunidad de abrir una puerta autónoma hacia la calle para el salón de la incipiente escuela, aunque debió alquilarse una casa al frente porque el local resultaba reducido.
Con todo, la penuria de espacio es tal que urge encontrar una solución adecuada a un problema tan crucial. Un día, al terminar la misa y contemplando el crecido número de alumnas, el director del colegio Salesiano de Sarria, el padre Máximo, le sugiere a sor María Lorenza: «Tome una medalla de María Auxiliadora, busque un terreno que sea de su agrado y láncela que ella se lo proporcionará”.
Transcurren algunas semanas, hasta que un día, la hermana María Lorenza descubre un terreno que, por su ubicación, parece adecuarse al desenvolvimiento de su misión evangélica, docente y social. Recuerda el consejo del padre Máximo, y entierra la medalla en el lugar donde hoy se levanta la planta educativa. Poco tiempo después, el dueño del terreno, Pedro Vicente Sánchez, que hasta aquel entonces se había negado a venderlo, visita a la Superiora de la Congregación, ofreciéndole adjudicarlo a un precio ínfimo. A los pocos días de iniciarse los trabajos de construcción, sor María Lorenza recibe una llamada telefónica de uno de los obreros que le cuenta que sobre una pala de tierra se encontraba la reluciente medalla enterrada semanas atrás: el segundo milagro del Patronato. El 24 de mayo de 1929, día de María Auxiliadora, se estrena el nuevo plantel. Entre regocijo y nostalgia se abandona la casita originaria y se traslada a lo que va a ser de ahora en adelante el Patronato de San José de Tarbes. La edificación ostenta la condición de Bien de Interés Cultural de la Nación.
El último aliento de la hermana María Lorenza fue en un día frio del 4 de febrero de 1964, luego de una prolongada enfermedad que la tenía postrada desde 1959 en el Hogar Clínico de San José de Tarbes. Su defunción da lugar a exequias nacionales. Descansa en el Cementerio General del Sur de Caracas. En el plantel que vio nacer y crecer aún resuena entre sus muros, pavimentos, jardines, pupitres, pizarrones y escritorios su eterna predicación docente: “Nunca una maestra se puede cansar de repetir: los niños que pasen por esta casa no solo deben ser alegres sino felices”.-
Observatorio de Patrimonio Cultural
Créditos de las fotografías actuales del interior del Patronato de San José de Tarbes: César Ruiz A (2020).
Referencias
Biedermann, H. (1993). Diccionario de Símbolos. Barcelona: Paidós.
Cirlot, J.E. (1992) “Diccionario de Símbolos”. Barcelona: Editorial Labor, S.A.
Guereña, J., & Zapata, M. (Eds.) 2005. Culture et éducation dans les mondes hispaniques: Essais en hommage à Ève-Marie Fell. Tours: Presses universitaires François-Rabelais. doi:10.4000/books.pufr.6048