San Alfonso María de Ligorio, patrono de confesores y teólogos moralistas
Cada 1 de agosto la Iglesia Católica celebra a San Alfonso María de Ligorio, patrono de los maestros de teología moral y de los confesores. También es patrono de los abogados católicos, de los enfermos de artrosis y de las ciudades italianas de Pagani y Nápoles (de esta última es copatrono).
San Alfonso ostenta el título de Doctor de la Iglesia, concedido por el Papa Pio IX, en 1871, en virtud de sus numerosos escritos teológicos, en particular por los dedicados a la enseñanza moral cristiana. Sus obras lo hicieron muy conocido y respetado en vida, y hoy se le cuenta entre los santos más populares del siglo XVIII.
Devoción e iconografía
A San Alfonso se le representa generalmente con el crucifijo en las manos, encorvado -padeció una terrible dolencia que le deformó la espalda-, rodeado de libros, un rosario, y acompañado de una imagen de la Santísima Virgen María, por quien profesó la más profunda de las devociones.
Su nombre, ‘Alfonso’, tiene origen germánico y significa ‘listo para el combate’, ‘el que está dispuesto’; curiosamente, su vida terminó siendo la realización del significado del nombre que sus padres escogieron para él.
Teólogo de la moral y predicador
Este santo italiano, natural de Nápoles, nació el 27 de septiembre de 1696. Con solo doce años fue admitido en la facultad de Derecho y a los dieciséis obtuvo el doctorado en Derecho Civil y Canónico. Es autor de numerosas obras consideradas grandes aportes a la teología: La práctica de amar a Jesucristo, La preparación para la muerte, Las glorias de María. Un lugar especial entre ellas ocupa su Teología moralis (Teología moral), escrito que goza de gran fama e influencia, utilizado por siglos en la formación del sacerdocio.
Asimismo, San Alfonso fue reconocido por sus bellos y edificantes sermones. Predicaba con sencillez y enseñaba a los misioneros que “un sermón sin lógica resulta disperso y falto de gusto. Un sermón pomposo no llega a la gente. Por mi parte, puedo deciros que jamás he predicado un sermón que no pudiese entender la mujer más sencilla».
Sobre la parte final de esta cita vale una aclaración. Esta no constituye ofensa alguna, ni encierra algún tipo de sarcasmo: en la época de San Alfonso las mujeres raramente eran educadas o letradas. Dicha condición ha ido cambiando con el tiempo, y, más bien, las palabras del santo deben ser interpretadas como expresión de cuán consciente era de las disparidades sociales y que justamente su intención era no ponerle trabas a la enseñanza y llegar a todos.
Gracias a esa sensibilidad pastoral, Alfonso envía de alguna manera un potente mensaje a los predicadores de hoy: el sacerdote debe preocuparse de que sus sermones sean realmente medios puestos al servicio del pueblo, para que este llegue a Dios, y no un obstáculo que confunda o distorsione el mensaje evangélico. En esto radica el reto para cualquier predicador que quiera anunciar a Cristo y no a sí mismo. Alfonso lo sabía muy bien.
Conocedor del alma humana
San Alfonso, por otro lado, es fuente de ideas inspiradoras, de esas que pueden orientar el espíritu en su lucha cotidiana. Entre sus dichos más conocidos está ese que reza: “No hay gente débil y gente fuerte en lo espiritual, sino gente que no reza y gente que sí sabe rezar” -toda una provocación para el alma autoindulgente y un llamamiento a confiar en el poder de la oración-.
El Papa Benedicto XVI explicaba a los fieles, un día como hoy del año 2012, que este santo «nos recuerda que la relación con Dios es esencial en nuestra vida: sin la relación con Dios falta la relación fundamental», decía, y que «Dios nos ha creado por amor, para podernos donar la vida en plenitud”.
San Alfonso María falleció a la edad de 90 años, el 1 de agosto de 1787, en medio de circunstancias muy dolorosas, pues había sido separado injustamente de la Orden que fundó. Gracias a Dios, fue rehabilitado post mortem (después de muerto).
Fue canonizado el 26 de mayo de 1839 por el Papa Gregorio XVI, y declarado Doctor de la Iglesia el 7 de julio de 1871 por el Papa Pío IX.-
Aciprensa