Devociones y tradiciones

Santa Rosa de Lima, primera santa de América

Cada 23 de agosto la Iglesia Católica celebra de manera universal a Santa Rosa de Lima (1586-1617), patrona de América y Filipinas.

En Perú, su país natal, el día destinado para celebrarla es el 30 de agosto -es decir, una semana después- y su celebración tiene rango de fiesta litúrgica -día de precepto o de guardar-, siendo que es feriado civil y religioso.

Santa Rosa, primera santa de América, nos anima a encontrar a Jesús en el hermano y a buscarlo a tiempo y destiempo, a través de la oración. Ella solía decir: “Cuando servimos a los pobres y a los enfermos, servimos a Jesús”. ¡Sirvamos al hermano que está en necesidad!

La rosa más bella del jardín

Isabel Flores de Oliva, Santa Rosa, nació en Lima (Perú) el 20 de abril de 1586 y fue bautizada el 25 de mayo de ese mismo año. Aunque su nombre era Isabel -puesto en honor a su abuela materna-, una india que servía en casa de los Flores de Oliva empezó a llamarla de cariño ‘Rosa’, debido a la belleza con que se coloreaban sus mejillas. Con el paso del tiempo, esa forma cariñosa de llamar a la niña fue adquirida por sus propios padres y el entorno familiar.

Rosa recibió una esmerada educación -con un acento especial en la formación espiritual-, gracias a la cual tuvo noticia de la figura y legado de Santa Catalina de Siena (1347-1380), a quien admiraría toda su vida.

A los once años ‘Rosita’ se mudó con su familia a Quives, un pueblo ubicado en las serranías de Lima, como consecuencia del fracaso de su padre en la explotación de una mina, lo que dejó a la familia en serios problemas económicos. Ciertamente, fueron tiempos difíciles para los Flores de Oliva, pero también de copiosas bendiciones.

Una de estas tuvo lugar en 1597. Santo Toribio de Mogrovejo, entonces arzobispo de Lima, en visita pastoral a Quives, administró a Isabel el sacramento de la Confirmación. El encuentro con el también santo fue muy significativo. Fue Santo Toribio quien ‘oficialmente’ le cambiaría de nombre: de acuerdo a la costumbre, el confirmando podía pedir y recibir un nuevo nombre; Isabel no perdió tiempo y pidió el de ‘Rosa’.

Crucificada con Cristo

Al cumplir los 20 años, Rosa regresó a Lima, capital del virreinato del Perú. La joven empezó a trabajar en el huerto de la casa familiar, donde pasaba buena parte del día y durante la noche cosía ropa para las familias pudientes de la ciudad. Con eso se hacía de un dinero para ayudar al sostenimiento del hogar. No obstante, a pesar de la situación, Rosa era una joven muy feliz y no lo era por casualidad: para ese momento, la santa ya dedicaba horas enteras a la oración y a la práctica de la penitencia. He ahí la fuente de su alegría.

A medida que su amor por el Crucificado se hacía más intenso, se sintió inspirada para una entrega mayor a Dios. En su alma empezó a rondar la idea de hacer un voto de virginidad.

Rosa se descubría llamada a esforzarse por asistir a misa con frecuencia y así recibir la santa comunión. Con cierta naturalidad, su alma iba abriéndose a nuevas dimensiones espirituales como la mística y la contemplación. Casi sin darse cuenta, se estaba convirtiendo en signo de contradicción para una ciudad -Lima- sedada en su identidad cristiana, cuando no simplemente presa de la frivolidad.

Corona de espinas

En una ocasión, la madre de Rosa hizo una corona de flores y se la puso en la cabeza para que la luzca en un evento social. Rosa no se sentía cómoda en lo absoluto y presionó una de las ramas de la corona, clavándose una de las horquillas. Un breve hilo de sangre y el dolor punzante se habían transformado en penitencia.

De pronto, Rosa aprendió que se pueden aprovechar las circunstancias de la vida para unirse a Cristo sufriente. Cuando una mujer halagó la suavidad de sus manos y la finura de sus dedos, la joven las cubrió, tan pronto como pudo, con barro.

Ese tipo de reacciones, difíciles de comprender hoy, respondían a una lógica muy distinta a la que regula el presente: Rosa era muy consciente de cuán difícil es dominar el amor propio y la vanidad, así como preservar el corazón exclusivamente para su ‘esposo’, el Señor Jesús. Por eso realizaba intensos ayunos y pasaba las noches en vela haciendo oración por los pecadores, especialmente por aquellos que se habían cerrado a Dios.

Por amor a las almas en necesidad

Rosa se sometió a rigores físicos y a distintos tipos de mortificaciones, siempre con el deseo de alejar de sí las distracciones, ofreciendo lo que hacía por los más necesitados.

A pesar de que sus padres intentaron casarla, ella se negó y defendió su vocación particular. Así, el 10 de agosto de 1606, Rosa ingresó como Terciaria en la Orden de Santo Domingo, siguiendo los pasos de Santa Catalina de Siena, su “maestra espiritual”; y, a sugerencia de un sacerdote dominico, aceptó que la llamaran ‘Rosa de Santa María’.

Caridad, mística y amistad

Con la ayuda de su hermano Hernando, Rosa construyó una ermita en un rincón del huerto de su casa; allí oraba y se mortificaba. En soledad, de jueves a sábado, comenzó a tener experiencias místicas: la primera de ellas fue conocer los sufrimientos del Señor durante la Pasión.

Es cierto que Rosa pasaba gran parte del tiempo recluida en su ermita, pero no menos cierto es que se daba tiempo para ir a la iglesia de la Virgen del Rosario, o para atender a los enfermos abandonados o a los esclavos maltratados. En medio de esas labores conoció a San Martín de Porres, con quien compartía el afán de asistir a quienes, por su sufrimiento, eran otros Cristos, escarnecidos y llagados. Ambos santos se harían buenos amigos, como corresponde a los que son compañeros en el ejercicio de la caridad.

Rosa tenía el alma ardiendo de amor a Dios y a los hermanos. Se cuenta cómo su tono de voz cambiaba y su rostro se encendía cuando hablaba de Él, Jesús; lo mismo que cuando se ponía en presencia del Santísimo Sacramento, o cuando recibía la Eucaristía. Por supuesto, nada de esto la eximió de las incomprensiones, las burlas de muchos, o, incluso, de alguna falsa acusación o rumor.

Como fuese, por la fuerza de su testimonio, los limeños empezaron a reconocerla, amarla y a ver en ella una luz que irradia la santidad.

Protectora de Lima

En 1615, un grupo de piratas quiso atacar la ciudad de Lima. Se trataba de hombres atraídos por las leyendas sobre sus tesoros y riquezas. Estando sus barcos anclados frente al Callao, Santa Rosa y otras mujeres acudieron a la iglesia de la Virgen del Rosario para rezar ante el Santísimo Sacramento y pedir a Dios que librara del saqueo a la capital.

La santa se quedó delante del sagrario con ánimo de protegerlo. Rosa no estaba dispuesta a permitir que alguien se acercara a él con ánimo de profanarlo. Si la ciudad caía en manos del enemigo, ella entregaría la vida.

Un par de días después, corrió la noticia de que el capitán de la embarcación pirata había muerto, y que su barco se había retirado. Los limeños, entonces, ya no tenían dudas sobre Rosa: esto había sido un milagro y ella era su intercesora.

Últimos años

En sus últimos años de vida, la salud de la santa decayó mucho y tuvo que ser recibida en casa de una familia de esposos muy piadosos, Don Gonzalo de la Maza y Doña María Uzategui. La pareja la consideraba como una hija y velaron por ella por casi tres años, hasta el día de su muerte.

A pesar de su débil salud, Rosa oraba así: “Señor, auméntame los sufrimientos, pero auméntame en la misma medida tu amor”.

Recordaba Benedicto XVI en agosto de 2008 que Santa Rosa solía repetir: «Si los hombres supieran qué es vivir en gracia, no se asustarían de ningún sufrimiento y aguantarían con gusto cualquier pena, porque la gracia es fruto de la paciencia».

Desposorio místico

En 1617, el Domingo de Ramos, tuvo lugar su “desposorio místico”. Mientras oraba delante de la Virgen del Rosario, el Niño Jesús le dijo: “Rosa de mi Corazón, yo te quiero por esposa”. Ella le respondió: “Señor, aquí tienes a tu inútil esclava; tuya soy y tuya seré para siempre».

Hoy, en la Iglesia de Santo Domingo, en el centro de Lima, se conserva la loseta sobre la cual estaba de pie la santa cuando sucedió su desposorio.

¡Santa, Santa!

Santa Rosa de Lima murió el 24 de agosto de 1617 a los 31 años. Los funerales movilizaron a toda la ciudad. Entre los asistentes estuvieron altas autoridades eclesiásticas, políticas y el Virrey de España. Pero no solo ellos, estaba el pueblo que pugnaba por entrar a la casa de los de la Maza al grito de “¡santa, santa!”.

Muchas personas se acercaron al féretro en el que yacía el cuerpo de Rosa para arrancar un trocito de su hábito y preservarlo como reliquia. Otras tuvieron que ser dispersadas por la guardia del Virrey porque llegaron hasta arrancarle un dedo del pie.

Santa Rosa fue sepultada inicialmente en el claustro del Convento de los Dominicos, pero su cuerpo después fue trasladado a la capilla de Santa Catalina de Siena en la iglesia del Rosario. Su cráneo se encuentra hoy en la iglesia de Santo Domingo -ubicada a unos pasos de la Plaza Mayor de Lima- junto a los cráneos de San Martín de Porres y San Juan Macías.

El lugar prominente de la mujer en la Iglesia

Rosa de Santa María fue canonizada por el Papa Clemente X en 1671, convirtiéndose en la primera santa de América. El mismo Pontífice la declaró patrona principal del Nuevo Mundo (América), Filipinas e Indias Occidentales.

Hace más de treinta años, el Papa San Juan Pablo II dijo de Rosa: “Primera santa de América, Rosa de Lima, con su vida sencilla y austera su carácter dulce, su ardiente palabra y su apostolado entre los pobres, los indios y los enfermos, fue también una intrépida evangelizadora, testimonio elocuente del papel decisivo que la mujer ha tenido y sigue teniendo en el anuncio del Evangelio (Ángelus, 6 de septiembre de 1992).-

Aciprensa

Publicaciones relacionadas

Botón volver arriba