El Papa

Francisco: «El Señor está con los migrantes, y no con quien los rechaza»

El Papa condena las leyes que restringen la migración o la militarización de fronteras

«Hay que decirlo claramente: hay quienes trabajan sistemáticamente por todos los medios para repeler a los emigrantes. [Para rechazar a los emigrantes, repitió]. Y esto, cuando se hace con conciencia y con responsabilidad, es un pecado grave»

 

«En la era de los satélites y de los drones, hay hombres, mujeres y niños migrantes que nadie debe ver. Solo Dios los ve y escucha su clamor». «El Señor está con los migrantes y no con quien los rechaza»

 

«No es mediante leyes más restrictivas, no es mediante la militarización de las fronteras, no es mediante rechazos como lo conseguiremos. Por el contrario, lo conseguiremos ampliando las rutas de acceso seguras y legales para los migrantes, facilitando el refugio a quienes huyen de la guerra, la violencia, la persecución y diversas calamidades»

 

«Hoy, posponiendo la catequesis habitual, quisiera detenerme con vosotros para pensar en las personas que – también en este momento – están atravesando mares y desiertos para llegar a una tierra donde puedan vivir en paz y seguridad». Así, arrancó esta mañana la tradicional audiencia de los miércoles del Papa, de nuevo en la plaza de San Pedro, soleada y llena de fieles para escuchar lo que se convirtió en un duro alegato contra «la cultura del descarte» que hace invisibles a los migrantes, a quienes «sólo Dios los ve y escucha su clamor».

Con rostro serio, el Papa comenzó contextualizando a qué se refería con las palabras mar y desierto, «dos palabras que vuelven a aparecer en muchos testimonios que recibo, tanto de migrantes, como de personas que se comprometen a rescatarlos. Cuando digo «mar», en el contexto de migración, también me refiero al océano, lago, río, todas las masas de agua traicioneras que tantos hermanos y hermanas de cualquier parte del mundo se ven obligados a cruzar para llegar a su destino», señaló.

«Y «desierto» no es solo el de arena y dunas, o el rocoso, sino también todos aquellos territorios inaccesibles y peligrosos como bosques, selvas, estepas, donde los migrantes caminan solos, abandonados a su suerte».

«Un pecado grave»

«Hay que decirlo claramente: hay quienes trabajan sistemáticamente por todos los medios para repeler a los emigrantes. [¡Para rechazar a los emigrantes!, repitió]. Y esto, cuando se hace con conciencia y con responsabilidad, es un pecado grave», prosiguió el Papa, con tono serio, haciendo una lectura lenta, meditada.

Audiencia general del Papa

Audiencia general del Papa RD/Captura

«También algunos desiertos, por desgracia, se convierten en cementerios de migrantes. A menudo, tampoco aquí se trata de muertes ‘naturales’. No. A veces los llevan al desierto y los abandonan allí. En la era de los satélites y de los drones, hay hombres, mujeres y niños migrantes que nadie debe ver. Solo Dios los ve y escucha su clamor». «El Señor está con los migrantes y no con quien los rechaza», improvisó.

«En esos mares y desiertos mortíferos, los migrantes de hoy no deberían estar. Pero no es mediante leyes más restrictivas, no es mediante la militarización de las fronteras, no es mediante rechazos como lo conseguiremos. Por el contrario, lo conseguiremos ampliando las rutas de acceso seguras y legales para los migrantes, facilitando el refugio a quienes huyen de la guerra, la violencia, la persecución y diversas calamidades».

Francisco besa a un bebé durante su recorrido por la plaza de San Pedro

Francisco besa a un bebé durante su recorrido por la plaza de San Pedro RD/Captura

«Lo conseguiremos -prosiguió- fomentando por todos los medios una gobernanza mundial de la migración basada en la justicia, la fraternidad y la solidaridad. Y aunando esfuerzos para combatir el tráfico de seres humanos, para detener a los traficantes criminales que se aprovechan sin piedad de la miseria ajena».

«Lo que mata es nuestra indiferencia»

«Piensen en las muchas tragedia de los migrantes, piensen en Lampedusa, en Crottone, cuantas cosas feas y tristes…», improvisó de nuevo, conmovido. «Lo que mata a los inmigrantes es nuestra indiferencia y la actitud de descartar», añadió. «Quiero concluir reconociendo y alabando los esfuerzos de tantos buenos samaritanos, que hacen todo lo posible por rescatar y salvar a los migrantes heridos y abandonados en las rutas de la esperanza desesperada, en los cinco continentes. Estos hombres y mujeres valientes son signo de una humanidad que no se deja contagiar por la malvada cultura de la indiferencia y el descarte. Y quienes no pueden estar como ellos «en primera línea», no están excluidos de esta lucha por la civilización: hay muchas formas de contribuir, ante todo la oración»

«Unamos nuestros corazones para que los mares y los desiertos no sean cementerios, sino un espacio donde Dios pueda abrir caminos de fraternidad», concluyó el Papa con otras palabras improvisadas y que fueron ratificadas por una aplauso que recorrió la plaza de San Pedro tras esta especial catequesis en la memoria litúrgica de San Agustín.

Los fieles escuchan la catequesis del Papa en la audiencia general

Los fieles escuchan la catequesis del Papa en la audiencia general RD/Captura

Antes de despedirse, el Papa, en su saludo a los fieles polacos, les agradeció que desde hace años «demuestran una gran ayuda samaritana y comprensión hacia los refutados de Ucrania. Sigan siendo hospitalarios con quienes lo han perdido todo».

Finalmente, invitó a todos a «pensar en los muchos países en guerra, muchos, en Palestina, en Israel, en la martirizada Ucrania, en Myanmar, en el norte del Kivu… Que el Señor les dé el don de la paz».

Audiencia General

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy, posponiendo la catequesis habitual, quisiera detenerme con vosotros para pensar en las personas que – también en este momento – están atravesando mares y desiertos para llegar a una tierra donde puedan vivir en paz y seguridad.

Mar y desierto: estas dos palabras vuelven a aparecer en muchos testimonios que recibo, tanto de migrantes, como de personas que se comprometen a rescatarlos. Cuando digo «mar», en el contexto de migración, también me refiero al océano, lago, río, todas las masas de agua traicioneras que tantos hermanos y hermanas de cualquier parte del mundo se ven obligados a cruzar para llegar a su destino. Y «desierto» no es solo el de arena y dunas, o el rocoso, sino también todos aquellos territorios inaccesibles y peligrosos como bosques, selvas, estepas, donde los migrantes caminan solos, abandonados a su suerte. Las rutas migratorias actuales a menudo están marcadas por travesías de mares y desiertos, que, para muchas, demasiadas personas, son mortales. Algunas de estas rutas las conocemos mejor, porque suelen estar a menudo bajo los reflectores; otras, la mayoría, son poco conocidas, pero no por ello menos transitadas.

Del Mediterráneo he hablado muchas veces, porque soy Obispo de Roma y porque es emblemático: el mare nostrum, lugar de comunicación entre pueblos y civilizaciones, se ha convertido en un cementerio. Y la tragedia es que muchos, la mayoría de estos muertos, podrían haberse salvado. Hay que decirlo claramente: hay quienes trabajan sistemáticamente por todos los medios para repeler a los emigrantes. Y esto, cuando se hace con conciencia y con responsabilidad, es un pecado grave. No olvidemos lo que dice la Biblia: «No maltratarás ni oprimirás al emigrante» (Ex 22,20). El huérfano, la viuda y el forastero son los pobres por excelencia a los que Dios siempre defiende y pide defender.

También algunos desiertos, por desgracia, se convierten en cementerios de migrantes. A menudo, tampoco aquí se trata de muertes “naturales”. No. A veces los llevan al desierto y los abandonan allí. En la era de los satélites y de los drones, hay hombres, mujeres y niños migrantes que nadie debe ver. Solo Dios los ve y escucha su clamor.

De hecho, el mar y el desierto son también lugares bíblicos cargados de valor simbólico. Son escenarios muy importantes en la historia del éxodo, la gran migración del pueblo guiada por Dios a través de Moisés desde Egipto hasta la Tierra Prometida. Estos lugares son testigos del drama del pueblo que huye de la opresión y la esclavitud. Son lugares de sufrimiento, de miedo, de desesperación, pero al mismo tiempo son lugares de paso hacia la liberación, hacia la redención, hacia la libertad y el cumplimiento de las promesas de Dios (cf. Mensaje para la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado 2024).

Hay un salmo que, dirigiéndose al Señor, dice: «Tú te abriste camino por las aguas, | un vado por las aguas caudalosas, | y no quedaba rastro de tus huellas» (77,20). Y otro canta así: «Guio por el desierto a su pueblo: | porque es eterna su misericordia» (136,16). Estas palabras santas nos dicen que, para acompañar al pueblo en el camino de la libertad, Dios mismo atraviesa el mar y el desierto; no permanece a distancia, no, comparte el drama de los emigrantes, está allí con ellos, sufre con ellos, llora y espera con ellos.

Hermanos y hermanas, en una cosa podremos estar todos de acuerdo: en esos mares y desiertos mortíferos, los migrantes de hoy no deberían estar. Pero no es mediante leyes más restrictivas, no es mediante la militarización de las fronteras, no es mediante rechazos como lo conseguiremos. Por el contrario, lo conseguiremos ampliando las rutas de acceso seguras y legales para los migrantes, facilitando el refugio a quienes huyen de la guerra, la violencia, la persecución y diversas calamidades; lo conseguiremos fomentando por todos los medios una gobernanza mundial de la migración basada en la justicia, la fraternidad y la solidaridad. Y aunando esfuerzos para combatir el tráfico de seres humanos, para detener a los traficantes criminales que se aprovechan sin piedad de la miseria ajena.

Quiero concluir reconociendo y alabando los esfuerzos de tantos buenos samaritanos, que hacen todo lo posible por rescatar y salvar a los migrantes heridos y abandonados en las rutas de la esperanza desesperada, en los cinco continentes. Estos hombres y mujeres valientes son signo de una humanidad que no se deja contagiar por la malvada cultura de la indiferencia y el descarte. Y quienes no pueden estar como ellos «en primera línea», no están excluidos de esta lucha por la civilización: hay muchas formas de contribuir, ante todo la oración.

Queridos hermanos y hermanas, unamos nuestros corazones y nuestras fuerzas, para que los mares y los desiertos no sean cementerios, sino espacios donde Dios pueda abrir caminos de libertad y fraternidad.

(Traducción no oficial)

 José Lorenzo/RD

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