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Acerca de la festividad de la Virgen de la Caridad, patrona de todos los cubanos
Vivir como hijos de la Caridad significa aprender a hacer altos en el camino de nuestros días para dar espacio a las necesidades de los demás
P. Alberto Reyes Pías, desde Cuba:
Hemos celebrado a la Virgen de la Caridad, aquella cuya imagen vino a nuestras costas y a la cual acogimos como Madre y Patrona.
Su presencia entre nosotros nos reviste de una identidad: somos, todos, hijos de la Virgen de la Caridad. Ella puede ser rechazada, pero ella no rechaza a nadie.
¿Y qué es la Caridad? Es el amor que se compromete con la necesidad del otro,
una necesidad que puede tener muchos modos de mostrarse.
Hay necesidad de ser tratado bien, con respeto, con paciencia, con cariño; hay
necesidad de escucha, de compañía, de alguien con quien compartir las tinieblas y los pesos del alma. Hay necesidad de empatía, de ojos que noten el cansancio y manos que se apresuren a compartir las cargas. Hay necesidad de ayuda para sostener la vida, para calmar el hambre, la enfermedad, la desnudez o la vergüenza de la escasez.
Ver no basta, comprender no basta, sentir pena no basta, no mientras esa pena no
nos conduzca a la pregunta necesaria: ¿qué puedo hacer yo por ti?
Vivir como hijos de la Caridad significa aprender a hacer altos en el camino de
nuestros días para dar espacio a las necesidades de los demás. Todos tenemos muchas cosas que hacer, a nadie le sobra el tiempo, pero no hay nada tan anti-caridad como centrar la vida en uno mismo, como si nuestros problemas, aspiraciones y dificultades fueran lo
único que existe, lo único importante.
Cuánto agradecemos los momentos en los que los demás paran su vida, y hacen una pausa para escucharnos, para ayudarnos, para hacernos la existencia más fácil y llevadera.
No es sencillo, porque parar nunca lo es. Sin embargo, es vivificador. Cuando aprendemos a construir la vida en modo “nosotros”, cuando decidimos elegir una vida en clave de encuentros, los primeros que nos beneficiamos somos nosotros, porque hacer el bien nos renueva el alma. Por el contrario, cuando hacemos el mal, o cuando dejamos de
hacer un bien posible, algo se muere en nosotros, algo se seca por dentro.
Somos hijos de la Virgen de la Caridad, pero tenemos que aprender a vivir como lo que somos, sabiendo que no será necesariamente fácil, porque ocuparnos sólo de nuestras propias batallas, será siempre más fácil, más rápido y más seductor.
Que ojalá se cumpla en nosotros aquella frase hermosa que dice: “Y al final, Dios me preguntará: ‘¿Has amado?’, y yo no diré nada, mostraré mis manos vacías y el corazón lleno de nombres”.-