Sacerdote sudanés: «Aquí la gente sigue muriendo ante la indiferencia del mundo»
Todo el mundo huye de Sudán. En el país africano devastado por una guerra interminable, decenas de miles de personas han muerto y diez millones están desplazadas
Jartum, devastada. Las aldeas de Darfur, saqueadas. El Obeid, Sennar y Kaduqli, convertidas en fantasmas…
El dramático relato de un religioso: «De aquí también huyen laicos, sacerdotes y monjas. Los que pueden intentan ir a Sudán del Sur, Chad y Egipto»
Pero la Iglesia sigue ayudando
Todo el mundo huye de Sudán. Huyen los hombres, horrorizados por una guerra entre el ejército y las milicias que sólo trae devastación y muerte. Huyen las mujeres, enloquecidas por la urgencia de poner a salvo a sus hijos. Huyen los musulmanes, la mayoría religiosa cansada de ver cómo atacan sus casas y comercios, cómo les degüellan o fusilan a sangre fría a sus seres queridos.
También huyen los católicos, que antes del estallido del conflicto eran una ínfima minoría de un millón de personas, pero hoy apenas son la mitad. Intentan escapar donde pueden, a Sudán del Sur, Chad, Egipto. Quieren olvidar horrores como el relatado a los medios vaticanos por un religioso que prefiere permanecer en el anonimato para no poner en peligro su propia seguridad y la de sus hermanos en la fe:
«En la ciudad de Sennar, hace unos días, un mercado fue arrasado por las bombas. Las víctimas eran unas cuarenta personas, pobres, cuyo único delito era buscar comida para intentar sobrevivir»
El olvido de la información
Una noticia que ha quedado empantanada en las cunetas de la información internacional, que también ha ignorado decenas de otras tragedias cotidianas como la ocurrida a mediados de agosto pasado en El Obeid, capital del estado de Kordofán, al norte del país africano. El clérigo se emociona cuando intenta recordarlo, casi se le quiebra la voz:
«Decenas de niños murieron bajo los escombros de una escuela derribada por misiles. Un ataque absurdo y deliberado del que nadie se apiadó»
A nadie le importa una guerra que se libra desde hace más de un año únicamente por la conquista del poder, enfrentando a ejército y milicias. Y que atraviesa un dramático estancamiento: Jartum, la capital, devastada por continuos bombardeos; las aldeas de Darfur, la provincia al oeste de la nación, completamente incendiadas y saqueadas, una vez por el ejército y la siguiente por las milicias; las ciudades de El Obeid, Sennar y Kaduqli convertidas en fantasmas por los ataques de ametralladoras y cañones. No se gana ni se pierde, sólo se sigue muriendo.
«Huyen los hombres, horrorizados por una guerra entre el ejército y las milicias que sólo trae devastación y muerte. Huyen las mujeres, enloquecidas por la urgencia de poner a salvo a sus hijos. Huyen los musulmanes, la mayoría religiosa cansada de ver cómo atacan sus casas y comercios, cómo les degüellan o fusilan a sangre fría a sus seres queridos»
Heridas profundas
Cuando empieza a describir la situación de la Iglesia local en este infierno de cadáveres y desesperación, nuestra fuente jadea: «Religiosos extranjeros, sacerdotes diocesanos, laicos: casi todos han huido. Apenas queda nadie». En la archidiócesis de Jartum, por ejemplo, sólo quedan tres sacerdotes que mantienen viva la vida sacramental como pueden. Sólo en la ciudad de Port Sudan, en el noreste de la archidiócesis, hay una gran presencia de religiosos combonianos, hermanas de la Madre Teresa y otra congregación de monjas indias».
La situación no es mejor en la diócesis de El Obeid, donde el obispo sólo puede contar con tres sacerdotes. Muchos de ellos, quizá la mayoría, han huido a las montañas Nuba, donde la guerra aún no ha llegado, y a Sudán del Sur», afirma el sacerdote.
En la misma proporción de sacerdotes y monjas, los laicos también han huido del país. O están pensando en hacerlo. A los que se quedan, la Iglesia local intenta garantizarles la celebración de los sacramentos aun a costa de tener que llegar hasta las zonas más remotas e inaccesibles.
El clérigo se enorgullece de decir que, a pesar de todo, «las pequeñas comunidades católicas que han encontrado refugio en pueblos lejanos pueden contar con la presencia de catequistas, a quienes se confía la liturgia de la Palabra, y a veces de los pocos sacerdotes que quedan y que acuden a ellos con dificultad y abnegación».
La caridad de la Iglesia
Para la Iglesia local también se ha convertido en un compromiso prioritario ayudar y apoyar a la población. Alimentos, agua, medicinas, mantas, cuestan cada vez más y hacerlos llegar a su destino es una empresa complicada. Aún así, el sacerdote confirma que ya desde hace tiempo «se están recogiendo donativos y ofrendas con los que ayudamos directamente a la gente. Cuando es posible, también nos las arreglamos para trasladar de una zona a otra a las personas que necesitan ir al hospital. Ayudamos a la gente caso por caso: no sólo a los cristianos, sino a cualquiera que lo necesite y llame a nuestra puerta».
«¿Qué más debe ocurrirle a este desafortunado país para que se escuche su grito desesperado?»
A la pregunta de si la Iglesia podría ser parte activa en los procesos de paz de las facciones enfrentadas, el clérigo no duda en responder partiendo de un hecho: «No tenemos la fuerza. No tenemos canales diplomáticos directos, como la Nunciatura, con los que interactuar política e institucionalmente. Lo que la Iglesia puede hacer es llamar la atención de los medios de comunicación sobre lo que estamos viviendo». Atención que, sin embargo, parece no existir, el olvido ha caído sobre Sudán. «Es cierto. Pero la Iglesia sigue hablando. Aunque nos sintamos totalmente abandonados por la comunidad internacional. Por supuesto, está la guerra en Ucrania y en Tierra Santa, pero aquí hay diez millones de desplazados, decenas de miles de muertos, y un millón de personas corren el riesgo de morir de hambre. ¿Qué más debe ocurrirle a este desafortunado país para que se escuche su grito desesperado?».
| Federico Piana