Lecturas recomendadas

Homilía de Mons Moronta en la Ordenación Diaconal de Luis Morales

En el Seminario Diocesano de San Cristóbal

Una de las tareas de quien recibe el Orden Sacerdotal en cualquiera de sus grados es el de la promoción de las vocaciones y luego la formación de los futuros sacerdotes. Esta tarea es entregada por el Obispo a algunos a fin de cumplir su función en el Seminario Diocesano. Es bueno que hoy, con motivo de la ordenación diaconal de Luis Morales, nos podamos detener unos instantes para reflexionar acerca de esa delicada tarea de formar a quienes manifiestan su vocación, sea a la vida laical, a la matrimonial, a la vida religiosa o al sacerdocio. Permítanme, dadas las circunstancias que nos reúnen hoy, detener nuestra atención hacia la formación de los futuros sacerdotes. Como ya dijimos es obra de todos los presbíteros y diáconos, aunque algunos reciben el cargo específico para hacerlo en el Seminario. De todos modos, considero que las líneas generales se aplican a todos.

Hay tres elementos irrenunciables en todo sacerdote que debe tomar en consideración para ayudar a tantos niños, jóvenes, adolescentes y adultos que han mostrado interés por discernir su vocación y formarse para el ministerio sacerdotal:  tener conciencia de que son artesanos de los que acuden a él para formar la imagen de Cristo Sacerdote en ellos; el ofrecer, junto a una formación intelectual y pastoral, humana y espiritual, la enseñanza testimonial; ser compañero de camino a lo largo del proceso de discernimiento, como en la toma de decisiones y, luego en el ejercicio del ministerial.

El ser artesano no significa que se ha de manipular a la persona para exigirle que copie un molde preestablecido. En la Biblia se nos da una imagen que nos permite entender esta tarea, la del alfarero. El alfarero no manipula la arcilla, sino que se deja guiar por ella para crear la imagen que busca, o que le han pedido… pero de tal manera que preste el servicio para la cual es trabajada. Asimismo, sucede con el ministro ordenado formador. No se trata de esculpir una imagen a gusto del artista, sino a gusto de quien la ha encomendado. En nuestro caso, el formador actúa en el nombre de Dios y de la Iglesia para moldear en la arcilla del candidato la figura de Cristo a quien será configurado por el sacramento del Orden.

Es una tarea apasionante pero delicada. Apasionante, ya que el alfarero formador va a poner todo su interés y su dedicación en la finalidad de su trabajo. Delicada, pues debe estar pendiente de todos los detalles a fin de que la obra transmita lo que el dueño de la arcilla quiere: la configuración a Cristo Sumo y Eterno Sacerdote. Para eso, se toma su tiempo y sabe inspirarse en lo que la Palabra y la Iglesia le transmite en este sentido.

El alfarero, formador de sacerdotes, no es un simple artista u obrero. Es un compañero de camino. A lo largo del tiempo de formación no abandona su obra, sino que acompaña la arcilla para quitarle las impurezas y ofrecerle la consistencia necesaria que impida prevalecer la debilidad del material. El formador no puede darse el lujo de limitarse sólo a ciertos momentos de su trabajo. Es el ministerio que la Iglesia le ha conseguido en el cual debe actuar a tiempo y a destiempo. Cuando un alfarero emprende una obra, hasta cuando no la termina no descansa ni la deja de lado; incluso en los momentos de descanso está pensando en ella.

Al ser compañero de camino de quien recibe su aporte para la formación, el candidato está siendo fortalecido. Así, una de las cosas que deberá tener en cuenta es que su vasija, la de su ministerio, es débil y frágil, aunque pueda ser fortalecida por el barniz y otros elementos importantes. Así podrá tener en cuenta lo que Pablo señala: “llevamos un tesoro en vasijas frágiles”. Esto es lo que hace el formador. Por ello, el formador no puede limitarse sólo a los puntos de un reglamento, sino que debe tener el celo apostólico para poder cumplir con la tarea que ha recibido y cuyo fruto es importante: ayudar a formar a quien va a ser configurado a Cristo sacerdote.

Ciertamente que el formador cuenta con la ayuda del espíritu Consolador para poder cumplir esta misión. En sabiendas de esto, y con la ayuda de las propuestas metodológicas de la Iglesia, el formador-alfarero tiene que modelar desde su propia vida testimonial. Es decir, debe saber modelar lo que lo ha modelado a Él: el sacerdocio de Jesucristo. Para ello, el testimonio de vida es primordial. Testimonio de santidad y de comunión, entusiasmado por el ministerio, inspirado por los valores del reino y con el ejemplo que ha de dar en todo momento.

No va a transmitir una teoría, no va a modelar una figura cualquiera…sencillamente va a modelar desde lo que ha recibido él y que vive con alegría, conciencia de la necesidad de la gracia y siendo testigo del Resucitado, sumo y eterno sacerdote. Es alfarero que contagia lo que vive. Por eso, en el momento de la ordenación presbiteral se le dirá al formador “imita lo que tratas” para contagiarlo a los demás.

Hoy, en esta casa de alfareros, uno de los nuestros recibirá la ordenación diaconal en camino al presbiterado. Les invito a orar para que su encargo sea cumplido fielmente y sus manos tengan la ternura de Dios que sabe modelar y fortalecer la arcilla que el mismo Señor le ha puesto en sus manos para formar a futuros sacerdotes.

Querido Hijo:

Te has distinguido por esa capacidad de servicio y actitud de responsabilidad y fidelidad en el encargo que recibes. Te conviertes en alfarero no para modelar figuras ajenas al sacramento del orden. Lamentablemente en el mundo existen sacerdotes que quisieran construir modelos de sacerdocio que no tienen que ver con el Evangelio, pero sí con sus autorreferencias, prepotencias y debilidades. Que eso no suceda en ti. Acuérdate que también has pasado por la experiencia de ser formado. Eres de arcilla fortalecida hoy con la gracia del sacramento del orden. Eso es una garantía que te hará entender lo que la Iglesia te da como tarea.

Ten gran confianza en el Señor que ha sido alfarero de tu vida cristiana y ahora ministerial. Muéstrate siempre como testigo del amor de Dios y contagia ánimo y entusiasmo a quienes vas a tener entre tus manos para formar en ellos su vida de cristianos y de sacerdotes. Experimentarás la fragilidad de tu barro, pero ten en cuenta lo que nos enseña Pablo saber en quien ponemos nuestra plena confianza.

María Santísima te acompañe con su maternal protección para cumplir con tu tarea de testigo y alfarero. No dejes de estar en comunión con tu Obispo y la Iglesia, así como actuar en el nombre del Señor Jesús. Amén.-

+MARIO MORONTA R., OBISPO DE SAN CRISTÓBAL.

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