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In memoriam: Padre Gustavo Gutiérrez

Cardenal Baltazar Porras Cardozo:

 

 

 

¿Por quién doblan las campanas? No, no doblan sino repican porque ha entrado en la gloria el Padre Gustavo Gutiérrez. Con 96 años a cuestas y una vida de entrega a la fe que recibió de sus mayores y multiplicó con creces. Desde su origen familiar humilde, “cholito”, en la debilidad física de sus primeros años, aprendió el valor del sufrimiento, del silencio, para entrar en comunicación con lo trascendente.

 

El estudio lo fascinó desde joven y le abrió después de una experiencia universitaria en los estudios de medicina que su verdadera vocación era el sacerdocio. Brillante en los estudios se le recomendó ir a prepararse mejor en Europa. Eran los comienzos de los años cincuenta del siglo XX. Bélgica, Francia, Alemania y Roma lo llevaron de la mano a profundizar la relación entre teología y espiritualidad con acento en los más débiles. En su itinerario personal le influyó el dominico Marie-Dominique Chenu quien lo subyugó con su acierto: “los sistemas teológicos no son sino expresión de la espiritualidad. Hay que superar el divorcio entre la teología y las declaraciones magisteriales o académicas, entre la función espiritual y la teología”.

 

La publicación en 1971 de su “Teología de la liberación” lo convierte en uno de los padres de la reflexión teológica latinoamericana que floreció a raíz del Vaticano II y Medellín, fruto primerizo del posconcilio enraizado en la dramática situación de pobreza estructural del continente. Abrir caminos nuevos no están exentos de descalificaciones y tropiezos, con detractores de dentro y de fuera. Gustavo siempre tuvo la intuición legítima de descalificar tanto el análisis marxista como la condena del liberalismo.

 

Su condición humilde, cholo más brillante que muchos de la tradicional clase dominante, unida a su deformación corporal por el mal que sufrió desde joven, no fueron óbice sino acicate para unir el estudio, la reflexión teológica con la dimensión espiritual, pues ambas deben avanzar juntas. “El misterio de Dios debe ser acogido en la oración y en la solidaridad humana; es el momento del silencio y de la práctica”. Compartir la gratuidad de la gracia con los demás, en el silencio de los gozos y esperanzas, sobre todo con los pobres. Los muchos hombres y mujeres de América Latina actual constituyen para él un pueblo en busca de Dios en unas condiciones que parecen hacer absurdo el hablar de Dios, y en especial de un Dios del amor.

 

Tuve la dicha de conocerlo personalmente en aquellos primeros años; admiré desde entonces su condición de bautizado alegre, sencillo, sin resquemores ni marginaciones. La fuerza de su mundo interior creció día a día y encuentra su mejor expresión en las obras que escribió después, “Beber en su propio pozo”, “Fray Bartolomé de las Casas”, “La densidad del presente”, entre otras en las que explicita más a fondo la densidad de su pensamiento expresión de la fuerza evangélica sembrada en nuestro continente.

 

La verdad se abre camino en medio de senderos tortuosos. Su vocación de dominico, en hora tardía de su vida, fue la consecuencia de admiración y seguimiento de los grandes dominicos de entonces y de la hora presente. El Papa Francisco desde su llegada a Roma lo reivindicó para bien de todo danto legitimidad total a su legado. Como escribió hace más de veinte años. “los Bartimeos de este mundo han dejado de estar a la vera del camino, se han aproximado de un salto al Señor, amigo de la vida… sin duda la gratuidad del amor de Dios desafía los moldes a los que habíamos habituado”.

 

Desde el cielo, donde repican las campanas al recibir a un siervo bueno y fiel, agradecemos a Dios el regalo de su testimonio y la riqueza de su pensamiento que nos empuja a ser discípulos de la esperanza. El silencio sonoro de su espiritualidad nos invita a escuchar las vivencias humanas y religiosas de quienes han hecho suyos los sufrimientos, esperanzas y luchas de un pueblo, su pueblo latinoamericano. ¡Descansa en paz en tu Lima del alma, querido Gustavo!.-

30-10-24

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