Nelson Chitty La Roche:
“Libertad de expresión es decir lo que la gente no quiere oír”. George Orwell
La campaña electoral reciente, auténtico derroche del continuismo representado por Nicolás Maduro o más bien la alianza del chavomadurismomilitarismocastrismoideologismo, articuló publicitariamente su quehacer en un lema: la fe.
Claro que se apartó de la acepción de la fe en Dios, de la fe religiosa. Así, para apuntalar su mensaje, se presentó al país, en los icónicos rostros de jóvenes, mujeres, abuelas, estudiantes maestros, en enormes y simpáticas vallas, precedidos con la locución, “fe en nuestro(s)…»
Apuntó el mensaje de fondo, el subliminal, a la creencia, a la confianza, en el ser venezolano. En una que otra de esas plataformas se leyó: “para más cambios y transformaciones”, el sonriente Maduro, pero no hubo una propuesta, una oferta para ganar o tentar al apoyo ciudadano. No tenían qué mostrar, ni tampoco qué futuro brindar, a un electorado absolutamente decepcionado.
El resultado es conocido ya en toda la galaxia. Edmundo González Urrutia venció con una contundencia nunca vista en elección alguna en la historia electoral venezolana. La propuesta del candidato diplomático y, sobre todo, de su mentora María Corina Machado, pudiera resumirse como un “váyanse, lo hicieron muy mal, arruinaron al país, lo corrompieron, lo desinstitucionalizaron, estamos hartos de ustedes, no los queremos, es menester hacerlo distinto, que venga el cambio ya”.
Un estupefacto país es hoy testigo, víctima, doliente de lo que pasó y está pasando aún. El régimen, fiel a sus principios -si los hubiere- y a sus ejecutorias previas, ensayó la adulteración de los resultados, el temido fraude y desconociendo la soberanía popular manipuló al Estado PSUV e hizo un llamado a la sumisión, a la enajenación, a la alienación de las instituciones y a su inquebrantable fe, en una fuerza armada que no es ya nacional sino del PSUV y a una justicia ideologizada y secuestrada, dispuesta a validar el cataclismo constitucional y a “normalizar” la secuencia de muerte, ultraje, violación de los derechos políticos y civiles de los conciudadanos.
La fe es el miedo, como diría Maquiavelo, el temor por la indefensión ciudadana que ha visto al Ministerio Público y a la jurisdicción, literalmente, aterrorizar a todos, imputando y privando a los que, intrépidos, creyeron en el debido proceso constitucional, al ejercer su derecho a manifestar y hacerlo pacíficamente. Allí y no en otra latitud, obra, por cierto, la fe del hegemón. Es la fe de los esbirros, que nos asfixia, nos disuelve, nos desfigura.
Centenares de emisoras de radio, prensa y comunicadores sociales, son o fueron acallados; son o siguen siendo perseguidos y obligados a morigerar la interpretación de los hechos, para que la evidencia del mal gobierno, de la concupiscencia, del abuso, de la injusticia, de la desrepublicanización, del delito como política de Estado, apenas trasluzca, en la noche continua en que nos quieren tener, a costa de la disuasión que se impone a los osados que manifestaban su convicción y su devoción por la verdad. Pánico como insumo político.
La idea en democracia es convencer; en lo sucesivo será prevalecer a cualquier costo. Por eso y para eso, miles de presos políticos, menores, mujeres, yacen en las mazmorras de la revolución de todos los fracasos porque la fe oficial es el silencio, el sonido del pavor acaso, la angustia empalagosa, para que sepan que “verán rostro los que sigan diciendo y pensando que vivimos la hora de la usurpación y la falacia”; aunque sea verdad.
Terroristas y traidores a la patria serán los disidentes, se les oye vociferar. Fe en la maldad, en la farsa, en las indignidades de todo género, porque siempre puede haber más presos políticos. Esa es su fe y ninguna otra.-
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@nchittylaroche
noviembre 8, 2024