Anabelle Aguilar Brealey:
Comencé el día con una cita médica porque si no te duele el hombro, te duele la rodilla, si no es el asma o el colon irritable. Pero no me puedo quejar soy bastante sana. Ese día fui a una consulta, pero no de médico alopático a los que voy solo por necesidad extrema. Suelo seguir los consejos de mi abuela conocedora de lo poderes de las hierbas, de la buena alimentación y de la mente limpia y calmada.
Cuando salí de la consulta iba contenta pues Yuna, además de ser una persona alegre, es una conocedora a cabalidad de la medicina china, con acupuntura y masajes incluidos. Mientras tabaja, se oye una música relajante que te hace olvidar este mundo loco que nos ha tocado vivir. Eso si no tomamos las riendas y nos afincamos a las bondades del espíritu.
Atravesé el pasillo que me llevaba al ascensor y allí encontré a un señor bastante mayor quien me saludó con gran educación. Su atuendo me hizo notar que era una persona diferente. Llevaba una boina de color azul que combinaba con su traje completo. Su cuello estaba cubierto por una bufanda de seda y sus zapatos brillaban, como recién pulidos. En estas latitudes y en otoño, es bien raro llevar los zapatos tan pulcros. Sus lentes relucían y sus ojos eran azules, como casi todos los habitantes que llegaron o nacieron en Canadá, arrivaron los primeros, después de los indígenas que habitaban estas hermosas tierras. El señor llevaba dos bastones que le ayudaban a caminar. El ascensor abrió y yo le dejé pasar de primero, sosteniendo la puerta, no se fuera a cerrar de pronto. Él me lo agradeció con su inglés perfecto e inclinó su cabeza.
En el ascensor tomé mi celular, una mala costumbre, pero tenía urgencia de avisar a mi hija que iba saliendo y que todo estaba bien. El señor me preguntó en inglés qué idioma hablaba yo. Con orgullo le dije que hablaba Español. Lo vi alegrarse y me dijo ¡ Español! “Oh, ese es el idioma del cielo”. Me quedé paralizada de la emoción, me sentí tan halagada, tan extrañada. Jamás había oído una expresión así.
Sentí ganas de abrazar al señor y darle un beso. Pero eso es muy mal visto en Canadá. Eso es “políticamente incorrecto”. Y para nosotros los latinos que somos “pura piel”, puro abrazo, puro amapuche, pues es difícil acostumbrarse. Yo que soy más piel que piel y que agarro a mis nietos y los abrazo hasta casi deshuesarlos, esto no es fácil. Pero cada cultura es diferente.
No podía dejar a ese príncipe, a ese ángel, sin invitarlo a tomarse un café en una sodita que había allí mismo en la clínica. Nos sentamos y me contó algo de su vida. Había visitado algunos países latinoamericanos, pero no me mencionó cuáles, fue por asuntos de trabajo y allí aprendió algunas palabras de nuestro idioma, del que siempre quedó enamorado. A pesar de sus años y sus dolencias se veía con una mente muy clara y alegre, de espíritu curioso y bello. Nos despedimos con un apretón de manos y sin duda está sería una despedida para siempre.
Pero él dejó en mi espíritu aquellos recuerdos hermosos de las primeras palabras que me enseñó mi madre en este armónico idioma. De mis primeras lecturas del silabario “mamá amasa la masa”, “mi mamá me ama”. De ahí el amor eterno a esa lengua materna, que se fue enriqueciendo en la escuela y en las lecturas cada vez más profundas. Es allí donde nos damos cuenta de la riqueza, de la musicalidad, de esa romanza que sale de nuestros labios cuando la hablamos. De esa armonía que se desata en nuestro cerebro cuando pensamos en algo hermoso, cuando elevamos una oración el Creador. Sí, estoy convencida de que el Español es el idioma del cielo y que así nuestras peticiones y agradecimientos llegarán más rápido en un acorde de música celestial.-
Anabelle Aguilar Brealey
Lugar de nacimiento Costa Rica
Me trasladé a Venezuela y allí viví más años que en mi propio país.
Ahora vivo en Canadá.
Escribo poesía y narrativa. Tengo libros publicados en Costa Rica, Venezuela, España y Canadá. Traducida el Inglés y al francés.
Muchas gracias por su atención.-