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Jesús de Nazareth

El nacimiento del Niño Jesús en un acontecimiento que conmueve e inspira nobles sentimientos, los mejores que guarda el alma humana

 

Francisco González Cruz:

Jesús de Nazareth, hijo de José el carpintero, lo llamaban. Cuando aún no existían los apellidos, a las personas se les identificaba por su nombre, su lugar de residencia, el nombre y el oficio del padre. No se llamó Jesús de Belén que fue el lugar donde nació porque no era donde vivía la familia, que estaba allí por unos días para cumplir con el censo ordenado por el emperador romano y que debían hacerlo en los pueblos originarios de cada tribu. José era de la tribu del rey David, de Belén.

No había sitio para ellos en aquel pueblo. Ni parientes, ni posadas, ni vecinos dónde quedarse unos días. Entonces se fueron a un pesebre, es decir en un establo donde pasaban el frio invierno algunos animales. Es posible que ese pesebre haya sido una humilde construcción o seguramente una gruta cercana. Le tocó al bebé recibir el calor de su madre María, quien lo envolvió en pañales, lo colocó en los pastos y recibió el aliento de algunos animales, entre ellos una mula o un burro, un buey y algunas ovejas. Llegaron unos pastores que lo adoraron, y unos hombres sabios que la tradición recogió como los reyes magos.

Allí nace una tradición que tiene más de dos mil años y que se convirtió en la columna vertebral de la civilización occidental. El relato de la natividad guarda en todo su simbolismo los valores de una sociedad que convirtió al amor en la base más noble de la existencia humana. Amor materno, paterno, de personas modestas y sabios famosos, también de animales y del entorno natural.

Son muchas las páginas que se han escrito sobre estos hechos, innumerables las obras de arte que el intelecto y las manos humanas han realizado, las más hermosas obras musicales, los admirables templos, también las delicadas artesanías y primorosas imágenes, desde las más valiosas orfebrerías hasta las humildes tallas en maderas duras o en el blando anime, y los creativos pesebres o belenes que inició San Francisco de Asís. También las interpretaciones de teólogos, filósofos e historiadores en torno a las señales previas, los acontecimientos o los relatos  de esos días y lo que ha sucedido como consecuencia.

Por eso la Navidad se celebra en todo el mundo, aun cuando la civilización de la codicia quiera convertirla en una fiesta de derroche consumista, y ser sustituida por otros  símbolos como el árbol de navidad y sus adornos propios de la estación invernal en el hemisferio norte. Jesús de Nazareth nació tres días después del solsticio de invierno en el hemisferio norte, que corresponde al solsticio de verano en el hemisferio sur.

Lo sustantivo de estas fechas es el despliegue de los sentimientos de amor en la familia, en el entorno y hacia todo lo creado. Y el encuentro, el compartir en medio de las circunstancias que se vivan: en paz o en guerra, en bonanza o adversidad, en la salud o en la enfermedad. Siempre el mensaje central es de afecto, esperanza y de sentimientos nobles.

No nació el niño Jesús en medio de una familia acomodada, ni en cuna de oro, ni en una habitación lujosa, ni en una gran ciudad. Todo era modesto entorno a este acontecimiento que celebran millones de familias de todos los niveles, colores y razas, hasta creencias, al igual que en la humilde casa campesina y en el fastuoso palacio de los poderosos.

El nacimiento del Niño Jesús en un acontecimiento que conmueve e inspira nobles sentimientos, los mejores que guarda el alma humana. La humanidad debe encontrar en el mensaje de la Navidad, la guía para la necesaria transformación que exigen los tiempos actuales. Jesús de Nazareth, el hijo de José el carpintero, nos dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”.-

 

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