Esa única certeza
La Navidad propone, para el año que enseguida empieza, esa certeza de algo superior, que nos previene de arrebatos y optimismos infundados
Bernardo Moncada Cárdenas:
«La esperanza no es certeza de que todo irá bien, sino la certeza de que todo tiene sentido» Vaclav Havel, líder y primer presidente de Yugoslavia libre
Cada año que finaliza según nuestro calendario, el llamado gregoriano, en Los Andes venezolanos se quema el “Año Viejo”, un monigote relleno – a menudo con fuegos artificiales entre trapos y papel- humorísticamente vestido con ropa usada y quizá algún rostro tristemente célebre.
Los niños recogen dinero en las calles y carreteras para confeccionarlo de la mejor manera. Evidentemente, la tradición significa hacer arder lo que en el año por terminar nos perturbó o afectó de mal modo nuestra vida. Se le prende fuego con gran alborozo, como el alborozo con que popularmente se recibe el año que comienza, manifestando gran dosis de esperanza.
El año que termina, en especial, ha sido escenario de otro de los episodios de optimismo gratuito que bordan la historia de este duro siglo venezolano. Renuentes a sopesar con crudeza la realidad, se ha esperado como si se estuviera a un paso de las puertas del paraíso, como si la euforia pudiera sustituir una faena pertinaz y bien pensada, orientada a mover lo que se presenta como inamovible.
La acentuación del ímpetu migratorio, en la segunda mitad del año, es signo de la general desilusión que siguió a un gesto de proporciones históricas, como fue la concurrencia a los comicios de julio, cuya previsible secuela no pareció haber sido una posibilidad en la mente de muchos. La noble motivación chocó con el muro de una realidad no contemplada, haciendo cundir la rabia y el desaliento.
Y la realidad es que no bastan los números, cuando el poder de contarlos le ha sido entregado totalmente al contrincante, mediante una cadena de importantes errores; la realidad, además, es que ese paraíso soñado no está a la vuelta de la esquina: suceda lo que suceda, en el año que llega hay un país que reconstruir con grandes desafíos y ello no depende solamente de quien gobierne, sino requiere el compromiso de todos.
Una vez más, para el inicio del año los líderes de un bando o del otro llaman a un optimismo poco sustentado, a acciones de una fe ciega cuyo sentido no se aclara. Esta vez, sin embargo, se haría bien en exigir sentido, sensatez, frente a las dificultades que se avizoran, remplazando, por otra parte, el optimismo eufórico por esperanza puesta en algo más elevado y firme que las vehementes promesas de los líderes, a quienes debería exigirse claridad en el “cómo” porque la meta deseada se conoce.
Un gran amigo, el cantautor italiano Claudio Chieffo, relataba que, dialogando con su amigo, Giorgio Gabr, también músico, éste le reconvenía: “El problema, Claudio, es que tienes demasiadas certezas”. Chieffo, riendo, respondió: “Por lo contrario, Giorgio, tengo sólo una”. Y esa certeza dio todo sentido, un grande y firme sentido, a su vida entera.
Este tiempo de Navidad, hasta la Epifanía o Día de Reyes, pone ante los ojos un acontecimiento cierto, una historia humana capaz de iluminar e influir milenios, por sobre la vulnerabilidad y pobreza de su inicio y el dramatismo de su desarrollo. Se vuelve a presentar un acontecimiento que se impone a creyentes y escépticos, con trascendencias que se mantienen por los siglos no obstante la empecinada malevolencia con que se los persigue.
Benedicto XVI, En el último año de su pontificado nos dejó, el 1 de enero de 2013, palabras que ahora suenan proféticas: «… Aquí está el fundamento de nuestra paz: la certeza de contemplar en Jesús el esplendor del rostro de Dios Padre, de ser hijos en el Hijo, y de tener, así, la misma seguridad que el niño experimenta en los brazos de un padre bueno…»
La Navidad propone, para el año que enseguida empieza, esa certeza de algo superior, que nos previene de arrebatos y optimismos infundados. Algo tiene que ocurrir, muy probablemente de manera distinta a como lo han hecho soñar. Desde esta columna les deseamos que, en este Nuevo Año, las conciencias vivan «la certeza de que todo tiene sentido», de «ser hijos en el Hijo, y de tener, así, la misma seguridad que el niño experimenta en los brazos de un padre bueno», para caminar con la energía y el tesón necesarios hacia la meta a que todos aspiramos.-