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Juan Pablo II: cuando un santo desfiló por la universidad

Bernardo Moncada Cárdenas:
«De estas comunidades andinas puede decirse con razón que constituyen en cierto modo la reserva espiritual de la nación.» San Juan Pablo II, homilía del 28 de enero en Mérida,1985
Cuarenta años parecen una eternidad, pero son un soplo ante la vastedad de Dios, y en la proximidad de la memoria.
Hoy, la memoria trae la figura erguida, revestida de un blanco impecable que resaltaba el resplandor misterioso emanando de su persona, mientras recorría las avenidas.
La visita de Su Santidad Juan Pablo a la ciudad serrana comenzó a garantizarse desde los preparativos del viaje a Venezuela, cuya organización recayó en quien, a la sazón, era el joven obispo auxiliar de Mérida, Monseñor Baltazar Porras Cardozo, consagrado como tal apenas año y medio antes.
Quien escribe, entonces decano de la Facultad de Arquitectura, se vio involucrado, como miembro del Consejo Universitario, en detalles importantes de la agenda del insigne personaje, a pesar de un testarudo distanciamiento de la fe y de la Iglesia.
La ciudad entera se vio convulsionada por la confirmación de la visita. La universidad, cuya máxima instancia estaba conformada en gran parte por dirigentes de una izquierda laicista, recibió con consternación el anuncio: no solamente habría de encontrarse cara a cara con el supremo representante de la Iglesia católica en la Tierra, como si no hubiera tenido suficiente con recibir una jerarquía local empeñosamente cercana a los ámbitos universitarios; no; además, los predios del campus universitario de La Hechicera alojarían la multitudinaria Eucaristía a cielo abierto que el Santo Padre debía celebrar en la ciudad.
Con característica habilidad, el Rector Pedro Rincón Gutiérrez capoteó toda objeción, valorando inobjetablemente lo que la presencia del Papa significaría para una universidad tan unida a su pueblo, gentes de sólida fe católica. La cercanía de Rector y Episcopado logró, además, la aprobación de que, posteriormente, una capilla se construyese en el lugar de la tarima-altar.
El fervor emeritense, aumentado por el caudal de peregrinos llegados de estados vecinos, se desplegó portentoso a lo largo del recorrido del papamóvil. Dueño de inimitable carisma, el Papa Wojtyla magnetizó los corazones multitudinariamente apostados en las vías para verlo pasar.
Finalmente arribó a la explanada del campus La Hechicera, donde sembró un pino autóctono de la región y bendijo los cimientos de la capilla que se construiría en conmemoración. La Eucaristía, presidida por las imponentes figuras de Pontífice y arzobispo, recortadas contra el sublime trasfondo de la Cordillera, dejó un eco cuya interrupción no podemos permitir. «Se están cumpliendo doscientos años de la llegada aquí del primer obispo, fray Juan Ramos de Lοra, fundador del seminario del que nace la universidad de los Andes», resonó con toda su potencia, subrayando la fuerza del momento histórico, reafirmando a la vez la relación indisoluble entre arquidiócesis y universidad.
En su clamorosa homilía, refiriéndose al lema “Renueva tu fe”, afirmó que «la fe renovada ha de traer asimismo consigo la fidelidad al hombre, imagen y semejanza de Dios», y que la «triple fidelidad a Jesucristo, a la Iglesia y al hombre deben ser un verdadero desafío frente al futuro, para hacer crecer en profundidad la fe del pueblo venezolano […] Sólo así se logrará un hombre y mujer venezolanos renovados interiormente, llegados a una maduración de plenitud en Cristo
En su vigorosa alocución, con palabras que magistralmente enlazaron el pasado religioso de las culturas indígenas andinas, con el mensaje tremendo de la naturaleza que le rodeaba, en un todo preparado para recibir la Buena Nueva, insistió en significar nuestra misión como humanos, y especialmente como creyentes. «¡Ahí os queda un programa!», exclamó estremeciendo la muchedumbre. En el momento que vivimos ¡Cuán necesario es recordar ese programa!
Tuve la oportunidad de encontrarle de nuevo, ya con una nueva conciencia de lo que significaba en mi vida: en 1992, cuando presidió en Santo Domingo la conmemoración de los 500 años de Evangelización en América, y en 1996, cuando dispensó a esta nación el privilegio de una segunda visita.
Cuarenta años después de aquel primer encuentro me reconozco deudor de aquel mensaje, de su oración y su presencia. Es mi entrañable deber recoger para mí aquel programa que, entre las montañas, nos quedó de cuando un santo desfiló por nuestra ciudad.-

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