Opinión

Denunciar, antes que ayudar

 

Bernardo Moncada:
«La esperanza es audaz, sabe mirar más allá de la comodidad personal, de las pequeñas seguridades y compensaciones que estrechan el horizonte, para abrirse a grandes ideales.» Papa Francisco, ‘Fratelli Tutti’
Siguiendo las encíclicas de los Papas, debemos reconocer su pertinencia, sensatez, y magnanimidad. Los ideales que en ellas son proclamados, coinciden con anhelos profundos del corazón humano, independientemente de creencias o ideologías.
En ese sentido, Francisco se ha distinguido: Laudate Sii, y Fratelli Tutti, predican más allá del ámbito católico. La Fratelli comienza: «Entrego esta encíclica social como un humilde aporte a la reflexión para que, frente a diversas y actuales formas de eliminar o de ignorar a otros, seamos capaces de reaccionar con un nuevo sueño de fraternidad y de amistad social que no se quede en las palabras. Si bien la escribí desde mis convicciones cristianas, …, he procurado hacerlo de tal manera que la reflexión se abra al diálogo con todas las personas de buena voluntad
La Encíclica une dos bellos conceptos de Grecia antigua, bajo la cobertura del pensar cristiano: “Ágape” y “Política”: una, el amor incondicional y reflexivo, en el que se tiene en cuenta sólo el bien del ser amado, y otra, la voluntad asociativa del hombre como ser relacional, en dependencia, cooperación, y comunidad de afectos e intereses, orientada al bien común.
Tras enumerar con realismo las lacras que nos afectan, Francisco invoca la Parábola del Buen Samaritano para descubrir, en situaciones y personajes relatados y descritos, comportamientos con los que nos llama a confrontarnos. Es una lectura, para nosotros, inédita, en la cual el velo moralista que nos hacía verla como un cuento de “malos contra buenos”, se rasga para dar paso a significados más profundos y, a la vez, menos complicados.
Allí todos podemos ser los correctos fariseos, indolentes doctores de la Ley, o el extraño repudiado, samaritano quien sorpresivamente se detiene para prodigar todos los cuidados que la víctima del asalto necesita. También podemos ser el viajante herido. El juicio se convierte en oportunidad de autoexamen, haciéndonos notar el egoísmo con que a veces vivimos nuestro comportamiento en la política, la sociedad, y la familia. El Papa nos advierte «la única salida es ser como el buen samaritano. Toda otra opción termina o bien al lado de los salteadores o bien al lado de los que pasan de largo». Las lacras no son siempre obra de otros, podemos todos estar participando en el mal que asola La Tierra.
Aún más: Francisco se detiene a señalar que «el punto de partida que elige Jesús es un asalto ya consumado. No hace que nos detengamos a lamentar el hecho, no dirige nuestra mirada hacia los salteadores. Los conocemos.» Pronto, en consecuencia, nos pregunta: «¿Dejaremos tirado al que está lastimado para correr cada uno a guarecerse de la violencia o a perseguir a los ladrones? ¿Será el herido la justificación de nuestras divisiones irreconciliables, de nuestras indiferencias crueles, de nuestros enfrentamientos internos?».
Leerlo nos turba, haciéndonos ver cómo, ante las amenazas que afectan sobre todo a los más débiles, a los más pobres, o destruyen la paz de la vida política, social o familiar, optamos por el torneo de culpabilizaciones, por denunciar, antes que ayudar. La desgracia es usada para profundizar resentimientos, envidias, incomprensiones, y autojustificarnos como “los buenos”.
Advierte Francisco: «El engaño del “todo está mal” es respondido con un “nadie puede arreglarlo”, “¿qué puedo hacer yo?”. Así nutrimos el desencanto y la desesperanza, y eso no alienta un espíritu de solidaridad y de generosidad. Hundir a un pueblo en el desaliento es el cierre de un círculo perverso perfecto.» El “Nadie puede arreglarlo, ¿qué puedo hacer yo?”, es una cantinela que, como una parálisis moral, nos inmoviliza y hace inmovilizar a los demás.
Frente a esta indolente y contagiosa resignación, la Encíclica propone la política de la caridad y la amistad social, basadas en el amor, la apertura, el interés por el otro, más que una tolerancia que apenas lo soporta. Es ágape frente a egoísmo, es ayudar a los demás, en lo que a nuestro modesto alcance esté, antes que desahogarnos en ineficaces furores.-

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