José Gregorio: santo, laico, médico, y… venezolano
La cultura de hoy ignora lo que, para la Iglesia católica, es la santidad

Bernardo Moncada Cárdenas:
«… hemos erigido un ideal de santidad basado excesivamente en nosotros mismos, en el heroísmo personal, en la capacidad de renuncia, en sacrificarse para conquistar un premio.… De ese modo, hemos hecho de la santidad una meta inalcanzable, la hemos separado de la vida de todos los días” …»
Papa Francisco
«…el santo no es oficio de pocos ni pieza de museo. El santo no es un superhombre, el santo es un verdadero hombre, porque se adhiere a Dios. La consecuencia más inmediata de este espectáculo es la unidad de conciencia que crea vivir el misterio de la comunión con Dios.» Don Luigi Giussani
Acertó el Papa Francisco al insistir en el papel de las abuelas como primeras catequistas. Una de las mías era devota de la madre Emilia, fundadora de las Hermanitas de Los Pobres de Maiquetía, pero la más insistente, Isabel, expresó siempre una devoción enternecedora por el “Doctor José Gregorio Hernández Cisneros”, así, con los dos apellidos. La abuela Isabel, quien me lo ponía siempre como ejemplo, me mostró lo que significa una auténtica devoción popular.
El interés avivado por la beatificación de José Gregorio Hernández, había ya permitido que su persona resplandeciese más allá de la figurita formal de las estampitas, más allá del circunspecto obrador de milagros, que sencillamente, y paradójicamente, fue un hombre de su tiempo y de su sociedad y, a la vez uno de los que Benedicto XVI llamó, en abril de 2011, «verdaderas estrellas en el firmamento de la historia». Hoy conocemos mejor a nuestro venidero santo, nuestra estrella.
Los milagros son signos para atraer nuestra atención de los hombres hacia la cercanía de Dios. En realidad, el fondo de la Gracia que reconoce la Iglesia está en la aceptación del propio destino, tal como está escrito por el Señor que nos llamó a la vida. Aceptarlo plenamente es de por sí santidad.
La cultura de hoy ignora lo que, para la Iglesia católica, es la santidad. La imagen viral de los santos es la de individuos arrebatados del mundo, secuestrados por la fe, impregnados de un altruismo desesperado. Las imágenes en las estampitas de hoy apartan su mirada de la cotidianidad y proponen una actitud irreal, casi una superioridad angélica sobre sus semejantes. En épocas como la presente, la Iglesia señala, entre nuestros iguales, faros que guíen hacia la luz, seres que se distinguen en el desconcierto.
Así, la ardiente idoneidad de médico de José Gregorio, conmovido por la pobreza y preocupado por sus compatriotas sin distingos, su alta calidad como docente e investigador universitario, y su consecuentemente elevado desempeño en la historia de la medicina, no estorbaron su entrega a un Cristo presente, vivido en la fe. Cuando el globo veía la glorificación del escepticismo positivista como regla de oro en el mundo de la ciencia, esa entrega unificó y concentró capacidades que asombraban a sus compañeros investigadores.
Dos cualidades lo hacen especialmente atrayente para su pueblo: ser laico y haber nacido en este país, específicamente en uno de los estados menos favorecidos por el bienestar petrolero, lo que no le impidió formarse admirablemente como médico y como humanista de versátiles intereses.
Cuando, pareciéndole quizá insuficiente su religiosidad, viajó a Europa para buscar la vida contemplativa y ordenarse sacerdote, sus superiores debieron refutarlo, recomendando retornar a Venezuela, a sus tareas, y abrazar el estado laical, para alivio y regocijo de pacientes, estudiantes y colegas. Demostró, a partir de allí, que la santidad no solamente se vive en las más diversas situaciones de la vida, sino que podía precisamente ser alcanzada a través de ellas.
Hoy nos hace ver a nosotros, venezolanos, que la vocación no se limita, como estrechamente creemos, al llamado a la vida consagrada. El llamado a la santidad es el llamado a ser verdadero hombre, porque se adhiere a Dios, a la unidad de conciencia que crea vivir el misterio de la comunión con Dios; a vivir la fe en cualquiera de los caminos de servicio que se nos propongan, a vivir, especialmente en este contexto de hoy, esa unidad necesaria en la vida de todos los días.-