Demócratas de verdad (II)

Gloria Cuenca:
Lo dicho, he corrido con suerte. Conocí a importantes y grandes, hombres y mujeres de este país. Narré sobre mi conocimiento del Dr. Caldera. Ahora me referiré al Dr. Jóvito Villalba. Es una manera de reconocerles, la lucha desinteresada y noble por la democracia. Al Dr. Villalba lo conocí bastante. Recuerdo claramente la jornada electoral del 30 de septiembre del año 1952. Tenía 12 años, vi el entusiasmo de mis padres, por ir a votar “marrón tierra”, contra Pérez Jiménez en favor del Dr. Villalba. Una fiesta electoral. Siempre que hay esperanza se produce esa alegría. Se respiraba, se notaba en el ambiente, el triunfo del Dr. Villalba.
Mis padres lo conocían. Entró a dictar clases en la Facultad de Derecho de la UCV, recién graduado. Papá era profesor y mamá estudiaba derecho. Alguna vez hicieron un comentario sobre su brillante oratoria. Escuché el chisme: se había enamorado y casado con su sobrina, la bella Ismenia Villalba.
Pérez Jiménez se declara ganador, abusa del poder, a pesar de la renuncia en pleno del Consejo Nacional Electoral, se proclama contra viento y marea, presidente de la República, expulsan al Dr. Villalba del país, con la ropa que tenía puesta; sin dejarlo comunicarse con nadie, ni con su familia. (Cualquier semejanza con el 28/7/2024, no es casual: son caimanes del mismo pozo.)
Estos peores, sin duda. Vivió el Dr. Villalba, el exilio por más de 6 años, hasta el 23/01/58. No fue su primer castigo. Siendo joven, estudiante todavía, pasó en el Castillo Libertador (Puerto Cabello) y en la cárcel de “La Rotunda”, (en Caracas) un poco más de 7 años preso, en condiciones terribles. Esta fue la pena que se le infringió por haber sido el brillante orador de la “Semana del Estudiante”. (Abril-1928) Pretexto utilizado por el Dictador J.V. Gómez, para reprimir y encarcelar al grupo de jóvenes qué, con boinas azules, manifestaron la protesta luchando, por la democracia y la libertad, durante esa terrible dictadura.
En la época enfrenta con valor terribles condiciones que el dictador imponía a los presos políticos. Son memorables, los duros y pesados, “grillos” con los que garantizaba: nadie podía escapar.
Adolfo Herrera, mi esposo por 49 años, era su ahijado. Mi suegro, el Dr. Adolfo Herrera Pinto, hijo adoptivo de la Isla de Margarita, había estado preso con Villalba en la inolvidable semana del estudiante y por más de 2 años, compartieron los rigores de esas cárceles. Se forjó una amistad sólida, absolutamente comprometida con ideales democráticos, para toda la vida y duró hasta la muerte. El Dr. Jóvito Villalba, creyó en los valores de la democracia siempre. Era tolerante frente a cualquier disparate ideológico y confiaba en que las personas inteligentes rectificarían. Por eso dentro de su partido: Unión Republicana Democrática, podían interactuar todos. La mayoría de la gente no entendía: ¿desde gente de derecha hasta la ultraizquierda maoísta dentro de URD? ¿Cómo era posible? Pues, cada quien tenía su espacio. Se les respetó. Fueron militantes de ideologías no democráticas, quiénes decidieron salirse del Partido URD. Dentro del propio partido Unión Republicana Democrática coexistían, en armonía, las diferentes posturas. Al día de hoy creo que, todos sabían, se trató de un gran “paraguas democrático” , los protegía a todos. En efecto, el Maestro Villalba aceptaba sin mortificación alguna, esas divergencias ideológicas. Con paciencia y una cierta sonrisa escuchaba los planteamientos de los izquierdistas. A veces explicaba o contaba algo importante para enriquecer la discusión, siempre dentro de los parámetros de la democracia liberal. Yo, comunista y radical, no entendía esa postura democrática, que auspiciaba y permitía, toda discusión. Con los años comprendí, la trascendencia pedagógica de aquellos encuentros. Debí pedir perdón, no tenía consciencia en esos años de la importancia de ser demócrata de verdad. Adolfo, mi esposo, más amplio y democrático que yo, me explicaba. Reconocía que, las discusiones que se daban al interior de ese partido, eran amplias, francas y democráticas. Su esposa Ismenia Villalba, extraordinaria mujer, valiente, correcta, solidaria, verdaderamente amiga, democrática, lo acompañaba. El Dr. Villalba para algunos no logró alcanzar el poder; se refieren al poder político. No comparto esa opinión. Tuvo el más grande y efectivo de los poderes: el que da el afecto, el respeto, la admiración y la amistad. No llegó a la Presidencia de la República, alguno de sus coterráneos dice, “no quiso ser presidente”. Honesto, correcto, amigo solidario, un grande hombre de quien tenemos mucho que aprender. En dos oportunidades, Adolfo lo acompañó en sus decisiones políticas, cuando ya había dejado el maoísmo. Mientras, yo no quise apoyarlo. Ni cuando acompañó al Dr. Luis Herrera C, ni tampoco al Dr. Jaime Lusinchi. Con hidalguía, espíritu democrático y respeto, continuó su trato afable, democrático y comprensivo conmigo. Quedó demostrado quien era, la esencia de grande hombre. En cierto momento: preocupado por mi participación en otra campaña electoral, conociendo de cerca al candidato, de quien se decía “sotto voce” tenía conductas pervertidas y descontroladas, que ahora se conocen, pero en aquellos años no se sabía; mandó a Ismenia, para que me explicara y tuviera mucho cuidado. Nunca le di las gracias por ese gesto paternal y sincero. Pasó por encima de la política, fue un padre, un amigo, un hombre justo, noble y valiente. Tenía toda la razón. Comprendí, años después, la generosidad de su acto. Venezuela perdió un gran presidente. Quienes lo conocimos tuvimos una suerte extraordinaria: ver en acción un gran líder. Murió sin rencores, ni odios. Además, de todo lo escrito: un gran hombre de paz, demócrata de su tiempo y su época.-