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Cuaresma: camino hacia la Pascua

 

Nelson Martínez Rust:

 

Con el rito de la bendición e imposición de la ceniza, se da inicio al tiempo cuaresmal. La cuaresma junto con su contenido celebrativo – procesiones, el Nazareno, ayuno, actos penitenciales – no tiene una finalidad en sí misma. No agota su significado y trascendencia en estas tradiciones. Por el contrario, se abre a la celebración solemne de la “Pascua del Señor” prefigurada en el Antiguo Testamento (Ex 12,1-14). Hoy en día es “Cristo que pasa ofreciendo la salvación”, lo que significa que su finalidad, el del tiempo de Cuaresma, ha de buscarse en el encuentro personal del cristiano con Jesucristo. Este es el primer objetivo a lograr.

En la misma medida en que el cristiano se adentra en la vivencia del misterio de la Pascua – pasión, muerte y resurrección – de Jesucristo, en esa misma medida debe fundamentar su sincero deseo de superar el pecado en cuanto que se manifiesta como obstáculo para renacer a una nueva vida (Jn 10,10; Rm  6,23; Col 3,3-4; Tit 3,7). ¡Es esta la segunda gran finalidad de la Cuaresma!

Por tanto, el tiempo cuaresmal no es un mero “memorial” o “anamnesis” de un acontecimiento pasado, por el contrario, muestra un “camino de conversión = “metanoia” = “cambio de vida” que, muy bien se la puede calificar como de una “nueva creación” = “nuevo nacimiento”, siguiendo la enseñanza del libro del Génesis (Gn 1,1-31; 9,1-17). “Nueva Creación” que consiste en revivir la gracia bautismal – sacramento de la inserción en Cristo -, en cuanto que hace del bautizado una pertenencia de Jesucristo, una posesión de Cristo: “…y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí” (Ga 2,19-21; Cf.: Rm 10,8-13).

Pero, la Cuaresma no solo remite al bautizado a la expectativa de un futuro – virtud de la “Esperanza” -, sino que, habiendo anticipado ese futuro mediante la celebración litúrgica de los misterios de la Pascua, esta retorna al creyente, una vez más, a su realidad presente – al “hoy” de su historia personal – para que la interpele, la modifique, la cambie y haga presente en ella, anticipándolo, el “Reino de Dios” o “Reino de los cielos”, en concordancia con el Evangelio. La “Esperanza” cristiana encierra en sí un dinamismo eficaz. Así es como hay que entender la expresión: “!Ven, Señor Jesús!”. Ella refleja la ilusión – “esperanza” – constante con la que vivía la primitiva Iglesia. Esta es la dimensión escatológica de la Cuaresma. De esta manera, la Cuaresma no se vuelve un momento de exclusiva contemplación, pasividad o sentimentalismo de solo practicas piadosas, sino que además de significar un cambio en la vida personal, debe traslucirse en la incidencia que cada cristiano debe tener en su realidad concreta de la vida. Es desde este punto de vista que se debe vivir este tiempo penitencial.

La Cuaresma es una gracia portadora de la misericordia y el perdón siempre y cuando se la viva desde el arrepentimiento y la voluntad de cambio. El tiempo que se le ha dado al cristiano para arrepentirse, no nace de un derecho que le es debido, la “Palabra de Dios”, que penetra la conciencia, se adelanta a nuestra voluntad de pensamiento ya que es la sangre de Cristo la que brinda eficacia a la penitencia y, por consiguiente, es el mayor don de Dios-Padre que se le concede a la Iglesia. De igual manera, el cristiano debe aprender a ofrecer a todos la gracia de la penitencia, ya que a él se le ha concedido gratuitamente, a manera de don, y porque no se le concede el perdón solo a los que lo merecen, sino a los que buscan a Dios con sinceridad de corazón.

Desde los albores del cristianismo nos llegan noticias de la celebración de la “Pascua”. Existe unanimidad respecto a que la “Pascua Anual” es la institución cristiana más antigua después de la celebración pascual del domingo. Igualmente es opinión común que la Pascua cristiana nació de la “Pessah” (Ex 12,1-20; 13,17-14,31) prescrita por Moisés, pero con la finalidad de celebrar solemnemente la Pasión, la Muerte y la Resurrección de Cristo (Jn 13;19,28-42; Mt 27,45-565; Mc 15,33-41; Lc 23,44-49), de tal manera que ambas pascuas – la judía y la cristiana – tienen el mismo contenido simbólico con una profunda diferencia de acentuación: En la Pascua judía se celebra la salida portentosa de Egipto, mientras que en la pascua cristiana se celebra el “Memorial” = “Anamnesis” de la Pasión como experiencia sacramental de la Muerte-de la Resurrección-y en espera del retorno definitivo de Cristo, “El Señor”.

Este núcleo embrionario sufrió ampliaciones con el paso del tiempo. Así, Tertuliano (s. II) habla de un ayuno previo de dos días, que en “La Didascalia” – escrito del s. III – dura una semana. Estos días, junto con el Domingo de Resurrección, constituyen lo que San Ambrosio y San Agustín llamarán: “Triduo Sagrado” o “Sacratísimo triduo de la conmemoración de la crucifixión, sepultura y resurrección”.

Hacia el año trescientos treinta y dos Eusebio habla de una “Preparación Pascual” de cuarenta días, a la que considera como una institución bien conocida, claramente configurada y, hasta cierto punto, consolidada, Ello permite deducir la existencia de algunas Iglesias, que celebraran ya la cuaresma en el siglo IV. En Roma, hacia el siglo III, la preparación prepascual comprendía tres semanas. Se ayunaba rigurosamente, y hacia el año trescientos ochenta y cinco la preparación se había alargado a seis semanas.

La celebración cuaresmal de estos inicios tenía una triple dimensión:

a.- Preparación de la comunidad cristina para la Pascua.

Según San León, la cuaresma es un “retiro colectivo de cuarenta días, durante los cuales la Iglesia, proponiendo a sus fieles el ejemplo que le dio Cristo en su retiro en el desierto, se prepara para la celebración de las solemnidades pascuales con la purificación del corazón y una práctica perfecta de la vida cristiana”. Se trataba, por tanto, de un tiempo en el que la comunidad cristiana se esforzaba en realizar una profunda renovación interior. Los variados ejercicios ascéticos que ponía en la práctica tenían esta finalidad y no eran fines en sí mismo.

b.- El catecumenado.

Según la “Tradición Apostólica”, el catecumenado comprendía tres años, durante los cuales el grupo de los “audientes” – catequizándose – recibían una profunda formación doctrinal y de iniciación en la vida cristiana. Unos días antes de la “Vigilia Pascual”, el grupo de los elegidos para el bautismo, se sometían a una serie de ritos litúrgicos, entre los que tenía especial solemnidad el del sábado por la mañana. A este catecumenado se le conocía con el nombre de “catecumenado simple”. La preparación que se recibía a lo largo de estos tres años previos al bautismo era muy minuciosa, inmediata y exigente.

A principios del siglo VI desapareció el catecumenado, se hicieron raros los bautismos de adulto, y los niños que se presentaban para ser bautizados procedían de familias cristianas. Todo este cambio provocó una reestructuración no solo de la cuaresma sino también de la praxis prebautismal. Al principio había “tres escrutinios” que consistían en exorcismos e instrucciones. En el siglo VI se convirtieron en siete. Como todas estas prácticas se hacían en un ambiente litúrgico, no es de extrañar que modelasen la acción litúrgica en sí misma. Así, los temas relacionados con el Bautismo permearon la liturgia cuaresmal. Por otro lado, la comunidad cristiana, aun cuando ayunaba sin olvidar a los penitentes, lo hacía pensando primariamente en los catecúmenos. Todo esto trajo un cambio significativo: La Cuaresma que se la había concebido como un tiempo dedicado a la revisión y renovación profunda de la vida cristiana y como preparación inmediata para la celebración pascual, quedó desviada de la institución penitencial y del catecumenado, todo ello con un gran menoscabo no solo de la teología cuaresmal sino también bautismal.

c.- La penitencia

La reconciliación de los penitentes que se sometían a la penitencia canónica se asoció al Jueves Santo. Es por este motivo, que los penitentes se inscribían el primer domingo de cuaresma. A lo largo del periodo cuaresmal recorrían el último piso de su itinerario penitencial entregados a muy duras penitencias corporales y oraciones muy intensas, con las cuales se ultimaba el proceso de conversión. La comunidad cristiana los acompañaba con sus oraciones y ayunos. La imposición de la ceniza, es un ejemplo de uno de esos testimonios penitenciales de la liturgia cuaresmal que permanece todavía.

¿Acaso la Iglesia de nuestros días está satisfecha con la preparación y celebración hodierna del Triduo Pascua? ¿Qué pensar de nuestra pastoral prebautismal y de la formación catequética de adultos?  .-

Valencia. Marzo 16; 2025

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