Opinión

Cotidianidad peligrosa

Elías Farache:

Israel ha estado acostumbrado a guerra breves y guerras relativamente breves. Los conflictos de tiempo prolongado desgastan y terminan acostumbrando a todos a situaciones que no se deberían vivir. El evento del 7 de octubre de 2023 ha desatado una serie de acontecimientos que no parecen tener fin. Los secuestrados, los frentes bélicos, la situación en Gaza, el día después que nunca llega, las amenazas de más conflictividad. A veces, en estos largos meses que son demasiados, algunos eventos propios de la dinámica de los países y de la vida misma, parecieran actuar como detonantes de algún progreso. Con el pasar de los días, nos vemos en otra etapa de una crisis en desarrollo permanente.

 

La elección de Donald Trump en noviembre de 2024, sus declaraciones y actuaciones muy elocuentes y decididas fueron un catalizador para cambiar el enfoque de todos respecto al conflicto. Ciertamente, se forzó una negociación y la liberación de rehenes. Algunos con vida, otros no. La presión ejercida en cierto momento, aquella que dio plazo hasta un sábado a mediodía para liberar todos los rehenes, tuvo el resultado que algunos esperaban. Terminada una primera y larga etapa, quedaron decenas de rehenes en Gaza, una segunda etapa que no arranca y la frustración de los rehenes y sus dolientes. Frustración solo superada por el inmenso dolor que se siente por los infortunados rehenes.

 

El ciclo se repite con fatídica monotonía. Amenazas de los secuestradores de no devolver o matar los rehenes, amenazas de Israel y ahora de Estados Unidos de no tolerar esta situación. Manifestaciones de los familiares y grupos que abogan por la liberación de los rehenes, aunque por esto abogan todos en Israel. Inculpaciones a los aparatos de seguridad que permitieron lo ocurrido o que no se percataron del peligro inminente. Condenas en organismos internacionales que se convierten en parte de un circo que no arroja resultados.

 

Rumbo a los dieciocho meses de conflicto no se vislumbra un panorama de pacificación en la zona. Incluso si las negociaciones se reanudan, o se suspende el alto al fuego, no se ven soluciones a corto plazo. La liberación por cuenta gotas de rehenes luce un escenario probable pero también escalofriante, es una manera de prolongar la angustia por tiempo indefinido y desgaste brutal.

 

Las crisis deben ocurrir por períodos de tiempo limitados, que se superan para tener otras variables actuando, otras condiciones de vida y desempeño. En el Medio Oriente, la crisis es permanente y constituye el día a día. Lo que ocurre desde el 7 de octubre es una crisis que se ha convertido en la cotidianidad, el día a día de los israelíes. De la ciudadanía común, de las víctimas y familiares directos. Del aparato mediático, militar, político. De todos. La crisis desatada desde el 7 de octubre de 2023 ha pasado a ser el modus vivendi, ya no una excepción del día a día.

 

Es también delicado que esta crisis que llama la atención y a la acción se prolonga y cansa a quienes deben o tienen que intervenir en ella, además de Israel y los protagonistas directos. Las palabras que no terminan en acciones efectivas, las acciones que no producen resultado importantes y decisivos contribuyen a que todos se acostumbren a vivir y tolerar una anomalía insufrible. Las declaraciones terminan por perder importancia y credibilidad, las amenazas llegan a oídos sordos o cansados. Se termina creando un temible tigre, pero un tigre de papel que no resuelve.

 

Ya en Israel la crisis es la cotidianidad o viceversa. Los resultados son deprimentes. Si los Estados Unidos de América y su nueva administración permiten que la crisis sea parte de la cotidianidad, que la misma no se resuelva, estaremos todos en un escenario peligroso. Los secuestradores y sus ideologías, los mecanismos empleados y sus intenciones, cobrarán una legitimidad y hasta popularidad que serán, si es que no lo son ya, el modus operandi de quienes retan a la civilización y con una alta probabilidad de éxito.

 

La crisis permanente cansa a todos. Los que la sufren carne propia son los más afectados, la costumbre no disminuye el dolor. Quienes no la viven, quienes la observan desde la distancia, a pesar de que les puede tocar a ellos, se aburren del drama algo ajeno y las cosas terminan siguiendo más o menos igual.

 

La cotidianidad es peligrosa. Urge acabar con la crisis.-

 

Elías Farache S.

16 de marzo de 2025

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