Emaus

Nelson Martínez Rust:
Entre los muchos relatos y pasajes que nos brindan los Evangelios, el de “Los Discípulos de Emaús” (Lc 24,13-35 y Mc 16,12-13) es uno de los más elocuentes, completos y conmovedores. Marcos nos brinda un relato mucho más sintético; Lucas, por el contrario, lo cuenta con mayor detalle. Marcos lo narra de pasada, como quien desea dejar constancia de algo y nada más. El relato de Lucas busca penetrar en los sentimientos profundos de aquellos dos seguidores de Jesús. Busca indagar en su interioridad, en su ánimo, en su personalidad, en su profunda decepción, en su ya no saber qué hacer. El relato nos hace palpar la decepción. No se queda en lo superficial, en lo anecdótico. Ellos habían confiado y creído en Jesús, lo consideraban el “mesías”, tan esperado, que había de liberar al pueblo de Israel del dominio romano. Ciertamente que no veían en aquel hombre al Dios hecho carne de Juan (Jn 1,14). El sentimiento de fracaso era grande: “¡Todo está perdido!”, “¡No hay nada qué hacer!” Se van de Jerusalén, como quien deja atrás los sueños y las esperanzas, con una tremenda frustración. ¡Están derrotados! No hay nada en qué esperar o en quien poner la esperanza.
Precisamente, es en medio de estos sentimientos de derrota y frustración cuando Jesús se hace el encontradizo y les pregunta: “¿De qué discuten?” Cleofás, sorprendido, le responde con otra pregunta: “¿Eres tú el único residente en Jerusalén que no sabes lo que ha sucedido allí estos días?” A continuación, le manifiestan sus sentimientos y le presentan la imagen del hombre en quien ellos habían puesto su esperanza: “Lo de Jesús, el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras delante de Dios y de todo el pueblo…Nuestros sumos sacerdotes, gobernantes y jueces lo condenaron a muerte y lo crucificaron…Nosotros esperábamos que sería él el que iba a liberar a Israel; pero, han pasado tres días y nada…Dicen que ha resucitado”. Después de un breve reproche por su incredulidad Jesús les instruye e interpreta para ellos las Sagradas Escrituras.
La aldea de Emaús estaba cerca, pero anochecía y el camino se volvía peligroso. Lo invitan a cenar y a continuar con la tertulia. En medio de la cena Jesús “tomó el pan, pronuncio la bendición, lo partió y se lo iba dando”. Es un relato eucarístico. El Evangelista subraya: ellos le reconocieron al partir el pan y regresaron a Jerusalén a contar lo vivido.
“Decepción” = anhelo de algo distinto y no logrado, “Encuentro” de dos personas que se entienden, “Instrucción” = mostrar la Verdad del Evangelio, “Celebración Eucarística” = encuentro con el Cristo vivo, “Renacer de la Esperanza” = virtudes teologales y alegría cristiana y “Evangelización” = trasmitir lo vivido = hacer crecer el Reino de Dios. Todo ello es el testimonio de un encuentro: son los elementos de este relato lucano. Elementos que deben ser profundizados en función de vivirlos y de crear una ulterior y auténtica evangelización.
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En días pasados tuve la alegría de recibir el trabajo de Mons. Mario Moronta R., Obispo dimisionario de San Cristóbal, quien presenta desde su especialidad, la teología bíblica, un comentario al maravilloso pasaje de “Los Discípulos de Emaús”. Es un escrito pequeño, sin tanto aparato crítico, que está dirigido al pueblo cristiano con la finalidad de que conozca mucho más y mejor la persona de Jesucristo, “El Señor” y el espacio dónde encontrarlo, la Iglesia, la Eucaristía. La síntesis teológica que hace el autor es muy buena (Cf.; pag. 51-69): toma de la mano al interesado y atento lector, lo vincula al texto y lo acompaña a lo largo de toda la lectura del pasaje señalándole los puntos álgidos del mismo. De esta manera, el lector se encuentra identificado con el discípulo del que no se conoce el nombre porque ese hombre o mujer es cada uno de nosotros que muchas veces nos encontramos frustrados por los acontecimientos de la vida diaria, por los desengaños, por la fatiga del trabajo que los demás no comprenden, no reconocen e interpretan mal o porque, sencillamente, nosotros nos hemos hecho una imagen errada, no evangélica de Dios o de Jesucristo pero que poco a poco vamos cambiando, en compañía de Cleofás, y así aprendemos a definir la verdadera personalidad del Salvador – Hijo unigénito de Dios, nacido de María, la Virgen para nuestra salvación -, a quien encontramos diariamente en la fracción del pan: la Eucaristía.
Pero, ¿quién es Mario Moronta Rodríguez? Nos conocemos desde el seminario. Estudió filosofía en la UCAB obteniendo el título de “Licenciado en Filosofía”. Estudió los años básicos de teología en la Universidad Gregoriana de Roma obteniendo el título de licenciado en teología. Regresó a Venezuela en donde llevó a cabo un buen trabajo pastoral en su Diocesis de origen, “Los Teques”. Posteriormente regresó a Roma para realizar estudios de doctorado en “Teología Bíblica”. Obtuvo el título de doctor en “Teología bíblica” por la Universidad Gregoriana.
Se desempeñó como profesor de Sagrada Escritura, secretario de la Conferencia Episcopal de Venezuela. Su Eminencia el Sr. Cardenal José Ali’ Lebrun Moratinos lo escogió para ser su Obispo auxiliar de Caracas. Ante la vacante de la Diocesis de San Cristóbal, fue nombrado Obispo residencial de dicha ciudad en donde se ha desempeñado con notable éxito, dándole una gran asistencia a la Iglesia local y a la Universidad Católica del Táchira. Su labor pastoral ha sido encomiable. Lo que más admiro en su persona es el hecho de que ha sabido conjugar el constante estudio y publicaciones con la atención dedicada a su Diocesis. Hoy nos proporciona parte de su saber con el comentario al pasaje de los discípulos de Emaús.-
¡Muchas gracias, apreciado Mario!
Valencia. Marzo 23; 2025