Del comunismo al wokismo: Raymond Aron denunció un «opio de los intelectuales» que sigue activo
Se cumplen 70 años de una obra decisiva en el pensamiento político del siglo XX

Hace 70 años, en la primavera de 1955, el filósofo y sociólogo Raymond Aron (1905-1983) publicó El opio de los intelectuales.
Este valiente libro, a contracorriente de su época, revela muchos de los debates intelectuales de aquellos años, al tiempo que nos proporciona claves de análisis que siguen siendo pertinentes para comprender el papel que desempeñan los intelectuales en la sociedad.
Pierre Mayrant nos recuerda la época y esa vigencia en el número 379 (abril de 2025) de La Nef:
Raymond Aron y «El opio de los intelectuales»
Al final de la Segunda Guerra Mundial, el marxismo triunfaba. En 1946, el Partido Comunista francés obtuvo 182 escaños en la Asamblea Nacional, casi un tercio del total de sus miembros. A los ojos de los franceses y de los europeos, los rusos habían ganado la guerra contra Alemania. La imagen de unos Estados Unidos victoriosos sólo se perfiló realmente en la década de 1960.
Muchas de las purgas se dirigieron contra intelectuales de extrema derecha, como el escritor Robert Brasillach, acusados de conspirar con el enemigo. Se saldó con 11.000 muertos y llegó a su fin en octubre de 1944 con el establecimiento de tribunales de justicia que las legalizaron.
Esto abrió el camino a los intelectuales de la Resistencia. Los pensadores marxistas proporcionaron la matriz de la intelectualidad francesa y constituyeron una verdadera policía ideológica.
- En el minuto 12:00 de esta entrevista de 1979, Raymond Aron explica con una frase lapidaria el silencio del ‘establishment’ cultural francés ante el horror del comunismo soviético: «La mayoría de los intelectuales prefieren su representación del mundo a la realidad».
Comenzaron a revelarse algunas verdades sobre la realidad del estalinismo, pero seguían teniendo poco peso en comparación con lo que hoy sabemos sobre el infierno soviético.
Diez años después de los debates entre comunistas y liberales, Raymond Aron publicó en 1955 un ensayo de reflexión sobre los intelectuales y el comunismo.
El estalinismo, cuestionado
El opio de los intelectuales llegó en un momento singular de la historia del marxismo: el 5 de marzo de 1953 murió Josef Stalin y su sucesor Nikita Kruschov emprendió una verdadera campaña de desestalinización. La campaña sacudió a todos los partidos comunistas y socavó su liderazgo mundial.
En Francia, el marxismo intelectual de Jean-Paul Sartre seguía obteniendo un apoyo unánime en el barrio parisino de Saint-Germain-des-Prés [entorno de la intelectualidad militante de izquierdas]. En la inmediata posguerra, se negó a afiliarse al Partido Comunista francés PCF, pero permaneció próximo a él y siguió trabajando con él. Lo consideraba la única estructura capaz de apoyar a la clase obrera, cualesquiera que fuesen sus posibles defectos, de ahí tanta ceguera. Esta lealtad le llevó a romper con muchas figuras prominentes, en primer lugar con Raymond Aron.
Los dos intelectuales se habían hecho amigos en los bancos de la École Normale Supérieure de la Rue d’Ulm, pero los años de la guerra y el progresivo distanciamiento de Aron del socialismo los separaron.
En 1947, Aron había abandonado la revista Combats, cuya línea editorial era la de una izquierda no comunista. Sus posiciones, cada vez más liberales, le acercaron al gaullismo. Empezó a hacer campaña por el Rassemblement du Peuple Français (RPF), el partido del general De Gaulle. La ruptura entre Sartre y Aron se produjo al final de un debate contradictorio celebrado en la radio en 1947 entre Sartre y los gaullistas, en el que Aron desempeñó el papel de mediador. No defendió a su antiguo camarada y su amistad no perduró.
De la utopia al despotismo
Este contexto es necesario para comprender la publicación del ensayo. Al escribir este libro, Raymond Aron se hacía eco del ambiente de conflicto entre intelectuales, en una época en la que el debate público seguía rodeado por los tentáculos del totalitarismo estalinista. Se dedicó a deconstruir el mito comunista. Impugnó la idea de que un partido pudiera tener la clave de la historia a través de un movimiento irremisible encarnado por el pueblo en revolución, ya fuera la burguesía en 1789 o los obreros en 1917.

Raymond Aron, ‘El opio de los intelectuales’.Página Indómita
Según Aron, la revolución es un mito que «sirve de refugio al pensamiento utópico«, que se convierte en «el intermediario misterioso e imprevisible entre lo real y lo ideal». Liberal, establece así un paralelismo entre el «mito de la Revolución» y el «culto fascista de la violencia», porque la Revolución, en su opinión, «consiente el uso permanente de la violencia«.
En la escatología marxista, el proletariado desempeña el papel de «salvador colectivo». Pero su existencia como actor principal de la historia es, en la realidad del régimen comunista, una auténtica mentira: las jerarquías técnicas y políticas se restablecen de hecho como en cualquier sistema totalitario. Los trabajadores nunca plantean sus reivindicaciones al Estado: «Los revolucionarios, que sueñan con la liberación total, aceleran el retorno a las viejas formas del despotismo«.
El intelectual se redefine entonces como un hombre de ideas o un hombre de ciencia, según su especialidad. Pero también es el que emite condenas morales, el que se precia de ser un «juez-penitente», como también lo describió Albert Camus en La caída (1956), a través del personaje de Jean-Baptiste Clamence.
En consecuencia, la crítica de los ideólogos marxistas o marxizantes «es moralista contra una mitad del mundo, aunque ello signifique conceder al movimiento revolucionario una indulgencia muy real […]. La represión nunca es excesiva cuando golpea a los contrarrevolucionarios. Es la progresión conforme a la lógica de las pasiones. ¡Cuántos intelectuales se han pasado al partido revolucionario por indignación moral, sólo para suscribir el terrorismo y la razón de Estado!».
El marxismo, «religión secular»
Raymond Aron pone a prueba el sentido de la historia que sustenta el sentido moral de los intelectuales, en un momento en que ya se cuentan los incontables muertos en los campos de la Segunda Guerra Mundial. Muestra cómo el mito del progreso se ha extraviado. En efecto, esta visión de la historia no es ajena a la religión, que ellos mismos pretendían suprimir: «Las filosofías de la historia son la secularización de las teologías«.
Por último, en opinión de Aron, los intelectuales son clérigos que en realidad sirven a una «religión secular«. Opio, el término central del título (que se hace eco del «opio del pueblo» de Karl Marx), se refiere así a todas las religiones. Pero Raymond Aron sólo se refiere a una. Ese es el objetivo de su libro: demostrar que los marxistas son seguidores de una nueva religión.
Este concepto nació en plena Segunda Guerra Mundial cuando, en 1944, en su periódico La France libre, utilizó la expresión por primera vez para explicar el fenómeno fascista y nazi. La religión secular es un concepto que abarca todos los totalitarismos. Pero tiene raíces socialistas y republicanas en los escritos de Jean-Jacques Rousseau, Robespierre, Saint-Simon, pero sobre todo, en su opinión, de Auguste Comte.
La Revolución francesa inició el marco religioso secularizado de las guerras contemporáneas: «Ser Supremo, la Razón sería el objeto de una creencia que, purgada de toda superstición, serviría de fundamento a una patria, prometida por su virtud a un destino sin fronteras». Podemos ver en esta descripción tanto la Internacional como la República de los Derechos Humanos.
Un eco inmenso
El opio de los intelectuales fue un gran éxito. El ensayo recibió atención internacional y contribuyó al proceso de desestalinización en Francia. Jean-Paul Sartre criticó duramente el libro porque se sentía directamente atacado. Sartre ya había entrado en conflicto con otros amigos que se alejaban progresivamente del marxismo, como Albert Camus tras la publicación de El hombre rebelde (1951), y el intelectual Claude Lefort, que fundó la revista Socialisme ou barbarie en 1949.
El ensayo supuso un punto de inflexión para muchos intelectuales en cuanto a cómo percibían su papel en la sociedad y la naturaleza del comunismo. Un año después de la publicación del ensayo, la terrible represión de la revolución húngara de 1956 dejó huella en Europa y abrió los ojos a muchos sobre la naturaleza del régimen comunista. Pero no fue hasta una generación más tarde, con la publicación en 1974 de Archipiélago Gulag, de Alexander Solzhenitsyn, cuando encontró una posteridad real.
El opio de los intelectuales es sorprendentemente actual. Los clérigos intelectuales han mantenido el mismo rostro, apóstoles de una religión proteica, que a veces adopta la forma de «derechos del hombre», wokismo, apocalipsis climático o escatología transhumanista.
Es cierto que esta religión laica no tiene nada que ver con los gulags ni con los campos de exterminio, pero da testimonio de la locura de un mundo occidental que pretende eludir la trascendencia, en primer lugar la del cristianismo. Su expresión actual muestra hasta qué punto es urgente que el cristianismo dé una respuesta a esta realidad.-
Traducción de Helena Faccia Serrano.
Imagen referencial: Raymond Aron, en una entrevista de 1958, en la cresta de la ola tras la publicación de ‘El opio de los intelectuales’