Mario Vargas Llosa y la fuerza del lugar
Cuando Mario Vargas Llosa sintió que se acercaba el final de sus días, volvió a sus lugares, de los que nunca se fue

Francisco González Cruz:
Cuando Mario Vargas Llosa sintió que se acercaba el final de sus días, volvió a sus lugares, de los que nunca se fue, pues siempre los llevó a cuestas en su maravillosa literatura, en las angustias por sus realidades y por su devenir y hasta en sus sinsabores vitales. La fuerza del lugar, o de los lugares, se manifestó a plenitud en uno de los escritores más universales que han existido. En él se desplegó mejor que nunca la frase atribuida a León Tolstoi: “Describe tu aldea y describirás el mundo”.
El lugar, ese cercano espacio vital, síntesis de la geografía y de la historia íntima donde se despliegan las experiencias tempranas que definen a la persona, ocupa los amores y desamores existenciales, que darán cuenta de los avatares disfrutados o sufridos desde la temprana infancia, hasta los momentos definitivos de la partida final.
Vargas Llosa llevó a cuestas cada persona, cada casa, cada callejón o jirón de Arequipa, Lima y Piura y cada paisaje de la selva, la sierra y la costa de la imponente geografía peruanas, con sus bellezas y con sus asombrosas y majestuosas manifestaciones. A las comunidades de cada uno de esos lugares, que amaba con la fuerza que describió sus virtudes y que con las que denunció sus maldades o tragedias.
Sus últimos días los dedicó a recorrer los sitios de donde salieron la mayoría de las páginas de sus obras literarias, a recordar sus personajes y sus avatares, el tejido de sus apasionantes tramas, las sincronicidades insólitas de las intrigas y pasiones, de las elevadas heroicidades o de las profundas miserias de sus protagonistas. Los dramas conmovedores de sus víctimas, o los apasionados éxtasis de sus amores.
Allí volvió a vivir la intensa aventura humana de su propio tránsito vital, en particular los de sus amores tempranos y cercanos, los de los lugares íntimos de la querencia. Y sus experiencias que forjaron el recio carácter que lo marcó como persona, sin dobleces hipócritas, sin anestesias paliativas, directo y claro como el sol de Arequipa, tan distinto a la neblinosa Lima.
Ni la Academia Francesa, ni el premio Nobel, ni la Presley, ni nada ni nadie lo apartó de eso espacios vitales que lo conformaron, que moldearon su naturaleza humana y que lo despreciaron y lo ensalzaron según les convenía. A los que se entregó con un apasionado amor incomprendido. Allí están para la eternidad. Y para que el mundo contenido en esos textos nos dé las lecciones que nunca se aprenden. Todo comienza por el lugar, por lo local, por ese pedazo de tierra íntima en donde trascurren los días fundamentales, las vivencias principales, la forja inicial y permanente, el carácter.-