
Dicxon Ruiz:
Durante las últimas dos décadas, Venezuela ha sido testigo de una metamorfosis dolorosa, un retroceso marcado por la consolidación de los antivalores que carcomen la esencia misma de la humanidad. El régimen de Nicolás Maduro Moros, en su afán por perpetuarse en el poder, ha cultivado un ambiente donde la corrupción, la impunidad y el desprecio por la vida humana se han arraigado profundamente. La justicia, pilar de toda democracia, ha sido sustituida por la arbitrariedad y la contravención de la libertad de expresión, por el silencio forzado. Pero el daño no se detuvo allí, pues estos seres humanos sin escrúpulos, se encargaron de destruir las instituciones del estado, politizándolas y sometiéndolas a su voluntad, como por ejemplo la otrora respetada Fuerzas Armadas Nacionales, garantes de la seguridad y la democracia del pais, fueron infiltradas y corrompidas de manera estratégica, arrastrándolas al abismo de la ilegalidad y el descrédito, involucrándolas incluso en un poderoso cartel de narcotráfico donde sus altos oficiales quienes ahora la lideran, han convertido en norma los antivalores de la deshonestidad y la traición a su patria, a la cual en una oportunidad de sus vidas juraron defender en un acto simbólico, donde besaron su bandera.
La avaricia y el egoísmo han eclipsado la solidaridad y el bien común. La riqueza de la nación, otrora símbolo de prosperidad de todo un continente, se ha disipado en manos de una élite corrupta, mientras la mayoría de los venezolanos lucha por sobrevivir a una crisis que ellos alimentaron paulatinamente desde la llegada de Chavez al poder en 1.999. La escasez de alimentos y destrucción del aparato productivo, asi como del sistema de salud, la hiperinflación y la inseguridad rampante son el trágico resultado de una gestión que prioriza el control social y político sobre el bienestar de su pueblo. La desconfianza y el miedo han fracturado el tejido de la sociedad, socavando la capacidad de los ciudadanos para construir un futuro prometedor viviendo en su pais de origen. Pero el daño social se extiende aún más, alcanzando a aquellos que, seducidos por una ideología destructiva, han permitido la degradación de su propia dignidad y aquí hablamos de una generación de venezolanos a quienes no les importa el futuro de sus descendencias, quienes están más que sometidos a la dependencia de una bolsa de comida y dadivas ilusorias, perdiendo la capacidad de indignación y convirtiéndose en rehenes de su propia miseria. Los antivalores del oportunismo y la dependencia han destruido su espíritu de superación y los resigna a terminar sus vidas de esa manera.
La mentira y la manipulación se han convertido en las herramientas predilectas de un régimen que busca perpetuar su poder a toda costa. La verdad, esa luz que ilumina el camino hacia la justicia y la reconciliación, ha sido sistemáticamente oscurecida. La propaganda y la desinformación inundan los medios de comunicación, los cuales tambien son cómplices del desastre, creando una realidad paralela donde la disidencia es criminalizada y la crítica, silenciada. El respeto por la dignidad humana, principio básico de toda civilización, ha sido pisoteado, y la violencia se ha convertido en un instrumento de control. Incluso las elecciones, la última herramienta de expresión del descontento popular, han sido robadas a la vista de todo el mundo, demostrando la pérdida total de vergüenza y la obsesión por el poder. Los antivalores del engaño y la usurpación han destruido la confianza en el sistema.
El resultado es un país devastado, donde la esperanza se desvanece y la desesperación se extiende como una sombra. La diáspora venezolana, millones de ciudadanos que han huido en busca de un futuro mejor, es aparte de su estrategia, el testimonio más elocuente de su fracaso como gobernantes, traicionando a su pueblo y evidenciando el resultado del proyecto que le vendieron al pais en su llegada al poder, como la solución a la pobreza. Por lo tanto, la reconstrucción de Venezuela exigirá un esfuerzo titánico, una tarea que solo será posible si se restauran los valores perdidos: la justicia, la libertad, la solidaridad y el respeto por la vida. Lo primero que debemos hacer todos los venezolanos, es entender el problema, para poder solucionarlo y solo entonces, Venezuela podrá emerger de las cenizas y volver a ser la nación próspera y democrática que una vez fue. La lucha contra los antivalores debe ser el fundamento de la reconstrucción.-