Testimonios

Eugenio Corti, el escritor católico que asumió el ostracismo por describir «el fracaso del laicismo»

Describió proféticamente los efectos sobre la sociedad del rechazo de Dios. Se descubren diarios inéditos del autor de «El caballo rojo»

Unos diarios inéditos, hallados recientemente en casa de Eugenio Corti (Brianza [Lombardía], 1921-2014), el autor de El caballo rojo, revelan el ostracismo que tuvo que soportar este gran escritor católico que no temía enfrentarse a la opinión pública profetizando los males de un siglo XX alejado de Dios.

Elena Rondena, profesora de Literatura Italiana Contemporánea en la Università Cattolica del Sacro Cuore de Milán y autora de la biografía Eugenio Corti. Verdad y belleza (Ares, 2024), profundiza en este enfrentamiento en un reciente artículo publicado en el mensual católico de apologética Il Timone:

No es frecuente ver obras que alcanzan su trigésimo sexta edición, sobre todo cuando su autor no ha ingresado sin más en las filas de la literatura. Sin embargo, El caballo rojo de Eugenio Corti ha galopado de año en año, de un continente a otro, hasta alcanzar más de un millón de lectores.

Los admiradores de Corti conocen bien las dificultades a las que tuvo que enfrentarse el veterano de la retirada de Italia de Rusia para hacer oír su voz; sin embargo, los diarios inéditos, encontrados recientemente en casa de Corti, revelan con mayor claridad la tenacidad de un hombre que quería cumplir la promesa que hizo a la Virgen, a cambio de la salvación, en la gélida noche de Navidad de 1942 en Arbusov: convertirse en escritor para el Reino de Dios.

En junio de 1947, su primer libro, La mayor parte no regresa, ya estaba expuesto en los escaparates de Garzanti, en el centro de Milán, alcanzando un cierto éxito, debido, sin duda, a que fue de los primeros en relatar las anábasis de las tropas italianas. Los juicios de la crítica y los consejos de amigos íntimos, entre ellos don Carlo Gnocchi, le incitaron a convertir la escritura en su «profesión».

Su tragedia

La publicación de su segunda obra, I poveri cristi [Pobres diablos], marcó el inicio de una relación muy estrecha entre el joven escritor y el profesor Mario Apollonio. El diálogo entre ambos se convierte en verdaderas lecciones de método y conocimiento en un mundo que, mientras por un lado desea reconstruir una sociedad destruida por los conflictos mundiales, por el otro comienza a distanciarse de ciertas verdades históricas y humanas debido a la persistencia de una perspectiva ideológica comunista y laicista.

Este es el clima al que se enfrentó Corti cuando decidió comprometerse en la realización de [la obra de teatro] Proceso y muerte de Stalin. Firmemente dispuesto a asumir este nuevo reto literario para que las mentiras y la inhumanidad del comunismo salieran a la luz de forma clara, escribió en su diario de 1959: «¡Es una tarea difícil! Pero hay que hacerla. ¡Es un asunto demasiado trágico en sí mismo y demasiado importante para dejarlo pasar!».

Gracias al estudio intensivo y a los consejos del maestro, Corti recibió 66 copias mimeografiadas [en multicopista] de su Stalin el 30 de agosto de 1961 y a partir del 6 de septiembre comenzó un «envío masivo de guiones a personalidades del teatro«.

Expectativas y decepciones

Sin embargo, la puesta en escena de la obra fue bastante complicada; no era fácil encontrar un teatro ni, sobre todo, una compañía dispuesta a exponerse con un mensaje tan abiertamente anticomunista.

Las páginas de su diario personal, entre finales de 1961 y la primavera de 1962, crecían, casi a diario, con anotaciones que describían expectativas y decepciones para su realización, material muy útil para reconstruir el curso real de los acontecimientos y compararlos con lo que Corti cuenta en El caballo rojo sobre Michele Tintori [personaje], uno de sus alter egos, que, como él, puso en escena la tragedia sobre Stalin.

Es [el dramaturgo] Diego Fabbri quien le ayuda a realizar su sueño, aunque no será en absoluto como él desea. En efecto, tras el entusiasmo inicial, dada la notoriedad del guionista, Corti tuvo que aceptar numerosos cambios, sin duda perjudiciales para la recepción de un tema tan delicado: «En lugar de representarse, la tragedia se leerá en ‘lectura dramatizada'», una auténtica «ducha fría»; a excepción de dos actores, «todos los demás intérpretes» son «chavales de la Academia Nacional de Arte Dramático»; el coro «desaparece, y sus partes son utilizadas en una conversación entre mujeres».

«Si Dios quiere…»

El estreno de la tragedia, representada en el Teatro della Cometa por la Compagnia Stabile di Fabbri el 3 de abril de 1962, no tuvo el resultado deseado. Del mismo modo, la publicación del texto por la editorial Massimo no fue especialmente exitosa: para el autor parece muy claro, como él mismo señala, que «Stalin no causará revuelo».

Corti analiza detalladamente sus posibles errores y los de quienes participaron en esta «aparente» debacle, pero no se desanima porque está convencido de que ponerse al servicio de la Verdad libera de cualquier posible desenlace. Es especialmente en esta circunstancia donde aflora su fe granítica: «Si Dios quiere convertirlo en su instrumento, este pequeño libro [el Stalin en forma de libro] podría incluso llegar a tener influencia en Rusia».

A día de hoy, esta tragedia es un primer hito en la interpretación de su obra -aún queda mucho por profundizar-, entre otras cosas porque sin duda desempeñó un papel clave en la formación de Eugenio Corti con vistas a la elaboración y publicación de la «summa de su vida», El caballo rojo. En el panorama de la literatura del siglo XX, El caballo rojo es verdaderamente monumental, porque abarca un período muy largo: de 1940 a 1974.

Once años de trabajo

Corti trabajó duro durante once años en El caballo rojo, estudiando, hurgando en su memoria, interrogando a testigos… porque, como él mismo ha contado en repetidas ocasiones, era necesario un tiempo largo para lograr reconstruir estos acontecimientos históricos superando prejuicios y manipulaciones ideológicas. Nos regaló así una novela que describe la historia italiana de forma convincente sin renunciar a juicios útiles para construir un futuro más humano y verdadero.

Sólo la editorial Ares, con el entonces director Cesare Cavalleri, tuvo el valor de imprimir ese libro de 1.200 páginas en 1983, yendo en contra de la lógica del mercado editorial (como la de  las editoriales Rusconi y Mursia), que no sólo no quisieron arriesgarse a costes excesivos, sino que tampoco tuvieron ganas de «enfrentarse a la opinión pública«.

Por otra parte, Eugenio termina así su diario: «No me molesta: al fin y al cabo, es natural que los laicistas se nieguen a publicar una obra que describe el fracaso del laicismo«.

Una vida, pues, pasada luchando para que su palabra volara alto, superara los obstáculos y llegara a ser como la de ese otro autor lombardo [Alessandro Manzoni] tan leído y estudiado con el que un escritor bastante importante, Giulio Bedeschi, dirigiéndose a uno de sus lectores, lo comparaba: «Si eres amigo suyo, que C. [Corti] te escriba una dedicatoria en el libro, porque C. podría ser el Manzoni del siglo XX«.-

ReL

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