Lecturas recomendadas

Tal vez haya diez justos

La fe no es creer posible lo que no lo es, sino la certeza de estar siempre acompañado, apoyado por la presencia de un bien supremo

Bernardo Moncada Cárdenas:

«Abrahám dijo: “No se enoje mi Señor, y hablaré por última vez. Puede ser que se encuentren allí sólo diez justos.” Yahvé dijo: “En atención a esos diez, no destruiré la ciudad”…» Génesis, 18:32

Conocido como un pueblo distinguido por la facilidad de su sonrisa, la jocosidad, el buen humor, y el optimismo de los “echados p’alante”, el venezolano va frunciendo el ceño cada vez más.

La Universidad Católica Andrés Bello (UCAB), que ha realizado, a través de Psicodata, encuestas evaluativas sobre la salud mental de la población venezolana, encuentra que el 9.65% de los venezolanos – entre los 18 y 96 años – “ha buscado apoyo psicológico o psiquiátrico recientemente”. Según la escuela de psicología de la UCAB, basándose en tales mediciones, crece “la vulnerabilidad asociada con estrés, ansiedad y resistencia a los cambios en el venezolano común”.

Los estados de occidente parecen estar más expuestos al general decaimiento. Continuando una tendencia observada desde 1990, el estado Mérida, registra la tasa de suicidio más alta de Venezuela en las últimas tres décadas. Al menos en los estados centrales y orientales del país parecen manejarse mejor las dificultades que se enfrentan, pero “mirando al contexto, el nivel de resiliencia es bajo. El tejido social está débil en el país; actualmente, hay miedo colectivo y desesperanza” han resaltado los investigadores de la UCAB.

Restringiéndonos para sostenernos en el día a día, los venezolanos sufrimos la ausencia de un horizonte real de cambio que prometa mejorar las actuales condiciones. El 89 % de la población, según Psicodata, “desconfía” ante cualquier situación o escenario inminente. El rumbo asumido por los liderazgos políticos, con ausencia de resultados, salvo excepciones muy localizadas, ha cimentado un escepticismo resignado, con el que el ciudadano observa el espectáculo de un gobierno aferrado al poder, sin aparentes mejoras para el pueblo, y sin opciones efectivamente prometedoras.

Una década atrás podía asumirse que el feroz empobrecimiento del estatus del venezolano promedio, otrora destacado por cierto bienestar, causaba la desmoralización, pero la encontramos en millenials que nacieron en un país ya menos próspero.

Para colmo, en estas décadas, pareciera que no es ya únicamente Venezuela la que ha padecido un deterioro acusado en sus condiciones, sino que un estado de crisis fuese invadiendo el resto del planeta.

Sin embargo, van sumándose hechos noticiosos que dan cuenta del cambio que, paulatinamente, como midiendo los pasos, viene operándose en el mundo, tal como parecía haberse postrado en el presente para mortificación de muchos. Basta captarlos para sentir el aire fresco de una mejoría que puede beneficiarnos.

Pero eso sólo puede captarse si se mira más allá de nuestra nariz, con fe, esperanza y caridad, las llamadas tres virtudes teologales. Ellas no son una piadosa quimera; por lo contrario, son una tríada sensata para recuperar el ánimo, además de emprender una trayectoria que ayude a cambiar la situación.

La fe no es creer posible lo que no lo es, sino la certeza de estar siempre acompañado, apoyado por la presencia de un bien supremo; la esperanza, a diferencia del optimismo y la ilusión, «no es la convicción de que algo saldrá bien pase lo que pase, sino la – como predicó Vaclav Havel – certeza de que algo tiene sentido salga como salga», es un convencimiento serio en el resultado final; la caridad, valorada no como acto de lastimera condescendencia, sino como expresión de genuino afecto y atención al otro, impulsa nuestros actos hacia la solidaridad y el servicio, transformándolos en verdadera política.

Últimamente, la humanidad pareció optar por los opuestos: respectivamente, los pecados de la incredulidad, la desesperanza, la indiferencia y odio hacia los demás.

Asumir las tres virtudes (o los tres pecados) es cuestión de cada uno. Saber desechar la ansiedad, la desconfianza y la indiferencia hostil, para difundir la fe, la esperanza y caridad así descritas, es hacernos agentes activos del cambio por sobre el miedo y desesperanza. Ser “los diez justos” que revoquen la destrucción del país.-

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