Testimonios

Guillermina Lara Peña de Castillo

Han pasado cincuenta años, medio siglo, de su fallecimiento y aún mi abuela vive en mi recuerdo perenne

 

Horacio Biord Castillo:

El 29 de mayo de 2025 se cumplen cincuenta años del fallecimiento de Guillermina Lara Peña, mi amada abuelita Mina. Nació el 18 de abril de 1894 en la vieja casona que había construido su abuelo materno, Rafael María Peña, en San Sebastián de Los Reyes, donde comienza el llano aragüeño y las sabanas del alto Llano alternan con los cerros de la Serranía del Interior, a orillas del Caramacate. Fueron sus padres Octavio Lara Casado y María Teresa Peña Martínez, primos entre sí. De ese matrimonio nacieron Amalia, María Teresa (Mariyé), Guillermina, Consuelo, José Antonio, María del Carmen, Octavio (Atocha), Emma, Carmen Elena y Pedro José, el menor.

La bisabuela María Teresa murió joven, en abril de 1914, estando aún muy pequeño el menor de sus hijos. Mi abuela era su madrina y ayudó a criarlo en esos primeros años. Durante la enfermedad de su madre la acompañó a temperar a Los Teques, tras un viaje a caballo desde San Sebastián con pernocta en La Victoria, y se residenciaron en el famoso hotel familiar “La Casona”, que aún hasta hace poco subsistía en la capital mirandina, en la avenida Bermúdez, justo frente a la entrada del Parque Knopp.

En 1918 Guillermina casó con Rosalio Castillo Hernández, con quien había mantenido un largo noviazgo. Tras su matrimonio, se mudó a Güiripa, a la casa de los bisabuelos paternos, quienes ya habían fallecido. Allí había vivido su esposo, mi abuelo Rosalio, durante mucho tiempo. En Güiripa viviría mi abuela años felices, no exentos de algunas preocupaciones. La acompañó María Sequeda, su aya y aya luego de los retoños. Sus hijos, a excepción de los morochos José Antonio y José Rafael que nacieron en Güiripa por las circunstancias del parto, vieron la luz del mundo en la vieja casona familiar en la cercana población de San Casimiro. Allí nacieron Manuel en 1919, Lucas Guillermo en 1921, Rosalio José en 1922, Ana Teresa en 1925 y Ana Lola, mi madre, en 1929. En cambio, los morochos nacieron en Güiripa en 1923. Estando embarazada, mi abuela tuvo una caída y, a consecuencia de ello, se le adelantó el parto. Ignoraba que esperaba gemelos y apenas tenían seis meses de gestación. Su salvación fue siempre considerada como milagrosa. De los hijos, Manuel fue médico; Lucas Guillermo abogado, historiador e individuo de número de la Academia Nacional de la Historia; Rosalio arzobispo, cardenal de la santa Iglesia romana y gobernador de la Ciudad del Vaticano; Ana Teresa y Ana Lola fueron por largos años maestras de devoción; los morochos se dedicaron a actividades comerciales y productivas.

La abuela vivió en Güiripa hasta 1942 cuando se mudó a Caracas, sobre todo se instaló definitivamente ya a partir de 1944, para atender a los hijos que estudiaban en la capital. El abuelo murió el 16 de abril de 1949 a consecuencia de las heridas de un accidente automovilístico. Precisamente, su deceso se produjo dos días antes del 54º cumpleaños de la abuela. Pocos meses antes, en 1948, habían celebrado treinta años de matrimonio, las bodas de perla.

En Caracas la familia vivió en varios lugares: en San Agustín, en San José y, luego, a partir de 1953 y hasta su fallecimiento, en El Rosal en la calle El Retiro, a veces también denominada prolongación El Retiro.

Recuerdo a la abuela con gran nostalgia y enorme cariño. Pasé ratos inolvidables a su lado, sin duda los más hermosos de mi infancia. Aprendí con ella historias, genealogías, tratamientos a personas, recetas, usos y costumbres del pasado, la geografía aragüeña en ese triángulo de afectos que formaban San Sebastián, San Casimiro y Güiripa. Con ella y mi mamá visité tantas personas, desde la casa llena de antigüedades de nuestra querida parienta Josefina Hidalgo en el sector El Conde hasta la casa de la tía abuela Mercedes Castillo de Castillo, en Los Chorros, donde mi hermano Raúl (hoy XVII arzobispo de Caracas) y yo corríamos tras las gallinas.

Con mi abuela y gracias a ella probé sabrosos platillos que muchas veces mis hermanos y primos despreciaban por sus gustos infantiles, pero que para mí eran una delicia, como sopas, suflés de vegetales y variedad de otras recetas. Los dulces y postres sí eran de general aceptación: huevos de faltriquera, buchiplumas, papitas de leche, tortas (entre ellas, la pavo real) y dulces de cualquier cosa (concha de patilla y de naranja, lechosa, cabello de ángel), manjares, delicadas, natillas…

Siempre sentí que mi abuela vivía a medias entre Caracas y Güiripa, los cuentos de la casa empezaban o concluían en Güiripa, en sus labranzas, con sus bellas gentes, con el recuerdo de tantas vivencias enriquecedoras. Fui testigo varias veces de la emoción que le producía volver a su San Sebastián nativo, a la vieja casona familiar que había heredado su hermano Pedro José y donde todavía vivía Benicia Tirado de Zapata, quien había trabajado muchos años con la familia Lara Peña.

Mi abuelita Mina fue muy afectuosa con sus hermanos, especialmente con Pedro José, ilustre abogado, ministro de Agricultura y Cría, experto en fronteras e individuo de número de la Academia de Ciencias Políticas y Sociales. Varias veces la acompañé a visitar a la tía Consuelo, a su sobrina Hilda Mele Lara de Carabaño y escuché hablar de la cercanía con su hermana Mariyé (María Teresa Lara Peña de Mele), a quien no conocí. En su casa vivieron por temporadas las tías Amalia, Emma y, en especial, Carmen Elena, cuyas hijas Josefina, Carmen Lucila y Carmen María (Manzana) Zamora Lara, primas también por línea paterna, siempre estuvieron muy cerca de su corazón y del de toda la familia Castillo Lara. Mi abuela acogió en su casa a su propio padre, el bisabuelo Octavio, ya anciano y enfermo.

Recién casada, la abuela tuvo que ayudar a atender a los afectados por la Gripe Española en Güiripa y campos cercanos. Le tocaría criar incluso a una niña que quedó huérfana, María de los Ángeles Torrealba de Seijas, cuyo vínculo con la familia perduró aún más allá de su fallecimiento a través de sus hijos. En los corredores de la casa familiar, la abuela dio clases a sus hijos y a otros niños y todos salieron de la casa con una formación correspondiente a tercer grado, en especial en cuanto a lectura, escritura y operaciones matemáticas además de geografía y conocimiento generales y oraciones y prácticas piadosas.

La casa de El Rosal era el zaguán de la de Güiripa. Constantemente se hablaba y se evocaba las tradiciones, vivencias y habitantes de Güiripa, San Casimiro y San Sebastián de Los Reyes. En sus últimos años la acompañaron Elena Tovar, Benilde Bastiani y Felicia Antonia Ramos, quienes hacían el ambiente hermoso y lleno de luz de aquella casa de El Rosal, abierta a los afectos, a la historia familiar y a la inquebrantable fe cristiana.

Han pasado cincuenta años, medio siglo, de su fallecimiento y aún mi abuela vive en mi recuerdo perenne. Era un adolescente de 13 años cuando ella se nos fue al Cielo y entonces comprendí la conexión tan grande entre los seres queridos, las constelaciones familiares, las personas que nos preceden en el camino a la Casa del Padre y quienes aguardamos la entrada en ella.

Han pasado cincuenta años de la muerte de mi abuelita Mina y medio siglo sin ella me parece la vida entera.-

 

 

San Antonio de Los Altos, a 29 de mayo, 2025.-

 

Horacio Biord Castillo

Escritor, investigador y profesor universitario

Contacto y comentarios: hbiordrcl@gmail.com

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