Una antigua práctica católica, clave para el agotamiento
Con el aumento de las luchas mentales -sobre todo entre los jóvenes- se puede encontrar un pequeño respiro en esta tradición llena de fe

Mayo es un mes dedicado a la salud mental. Y con un alarmante aumento de los problemas mentales entre los adultos jóvenes, es vital encontrar formas de reducir la carga emocional. Por gracia existe una práctica católica que nos ayudará a lograrlo.
Al fin y al cabo, hoy en día hay un cierto tipo de cansancio que no desaparece con una noche entera de sueño. Es el cansancio que se acumula silenciosamente a lo largo de semanas -quizá incluso años- de plazos, notificaciones, pensamientos nocturnos y la presión de estar siempre disponible, siempre mejorando, siempre activo. Para muchos adultos jóvenes, no se trata solo de una temporada difícil. Es la vida normal.
Y, sin embargo, en medio de esta cultura sobreconectada y abrumada, algo sorprendente está sucediendo: cada vez más jóvenes están encontrando su camino de regreso a la iglesia.
No vienen necesariamente en busca de respuestas o tradición, al menos no al principio. Muchos jóvenes vienen simplemente porque necesitan un lugar donde respirar.
La Iglesia como refugio seguro

Para los jóvenes adultos que navegan por el caos de la vida moderna -ya sean los plazos de la universidad, el agotamiento de la empresa o el desgaste emocional de las redes sociales-, el templo puede parecer uno de los únicos lugares donde no se exige rendimiento. Nadie te califica. No necesitas un filtro. Puedes simplemente ser.
Pueden entrar en una iglesia tranquila un día entre semana, y ver el parpadeo tranquilizador de las velas, un rayo de luz a través de las vidrieras, y tal vez a alguien sentado en la quietud. Sin auriculares, sin prisas. Solo… respirar. Es difícil no sentirse ajeno al ruido exterior.
Aquí es donde entra en juego la tradición secular de respetar el sábado, no como una norma, sino como un don. No es una obligación religiosa, sino un acto silencioso de resistencia.
¿Y si el descanso es algo más que la recuperación?
En algún momento, muchos de nosotros aprendimos a ver el descanso como la recompensa por el trabajo duro. Te ganas tu tiempo de inactividad. Te ganas la siesta del domingo. Y si aún no te lo has ganado, mejor que te esfuerces más.
Pero no es así como se diseñó el sábado. Desde el principio, el descanso formó parte del ritmo de la vida. Incluso Dios descansaba. No porque estuviera cansado, sino porque se deleitaba en la pausa. Quería contemplar el bien que había creado y regocijarse en él.
Tomarse tiempo libre, especialmente cuando se es joven, puede parecer irresponsable. Todo el mundo parece estar empujando, escalando, machacando. Pero dar un paso atrás, elegir descansar, puede ser un acto radical de confianza. Es abrazar la idea que nos recuerda: no me define mi productividad. No soy una máquina. Soy un ser humano, y mi valía no es algo que tenga que demostrar cada día, o cualquier día.
El sábado no es solo el domingo
Para muchos, la palabra «sábado» trae a la memoria recuerdos de la infancia en los que se les decía que «santificaran el domingo», lo que podía significar ponerse unos zapatos bonitos, sentarse quietos en Misa y, tal vez, no jugar a los videojuegos.
Pero el sábado, en su sentido más profundo, no solo tiene que ver con el domingo. Se trata de reservar un tiempo sagrado, un espacio que no esté lleno de logros o entretenimiento, sino de descanso, reflexión y reconexión (¡pero no en las redes sociales!).
Para algunos, eso puede significar desconectar del teléfono durante una hora. Para otros, puede significar ir andando a Misa o salir lo suficientemente temprano como para dar la vuelta larga y quedarse después sin prisas. Podría ser una comida lenta con la gente que quieres. Una siesta sin culpa. Un diario, un libro, un momento de silencio.
El descanso no es pereza. Es sanador

Jesús mismo se retiró a descansar y orar, a menudo alejándose de las multitudes, incluso cuando todavía lo necesitaban. Eso no era egoísta. Era profundamente sabio.
El agotamiento ya no es solo una palabra de moda. Es una crisis de salud, especialmente entre las generaciones más jóvenes. Nos han educado para hacer varias cosas a la vez, para trabajar duro, para mantener una presencia en Internet mientras nos labramos un futuro. Pero muchos se están dando cuenta de que el hacer constantemente no conduce a una paz profunda.
La Iglesia, con todas sus antiguas tradiciones, ofrece algo profundamente contracultural: la invitación a la pausa. En la adoración eucarística, los fieles se sientan en quietud, sin agenda. En la confesión, se descargan las cargas. En la liturgia, entramos en un ritmo que no está dictado por la eficacia, sino por la belleza.
Venid a mí todos los que estáis cansados
En el corazón del sábado hay una sencilla invitación de Jesús: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré». (Mt 11, 28)
Este descanso no consiste en escapar. Se trata de volver a nosotros mismos, a Dios, a lo que más nos importa.
Si has estado agotado, no estás solo. Y tal vez, sólo tal vez, el lugar para encontrar tu descanso sea la iglesia, porque allí descubrirás que la Iglesia no te pide que hagas más.-
Cerith Gardiner – publicado el 28/05/25-Aleteia.org