El loco invento de las legiones romanas para acabar con la fortaleza mejor defendida de Israel
Masada, en Oriente Próximo, se defendió durante tres años del general Flavio Silva, pero un curioso ingenio abrió sus puertas

Una construcción impresionante y colosal en la cúspide de una meseta árdua de escalar. No les sonará la fortaleza de Masada, pero en la era de la rebelión judía, durante el siglo I d. C., su nombre era sinónimo de bastión inexpugnable para los habitantes de Oriente Próximo. El cronista Flavio Josefo, contemporáneo de los hechos, la definió como una «de las fortificaciones más importantes» de la región; y los historiadores, como la Numancia de Israel por sus características. Por ello, no resulta extraño que el general romano Flavio Silva se enfrentara a un auténtico reto para arrebatársela a sus defensores.
Pero vaya si lo logró, aunque le costara tres años de asedio que navegan entre la realidad y la leyenda. Narran las crónicas del mismo Flavio Josefo que, desesperado por no poder ascender el cerro que le daba acceso a Masada, Silva tuvo una idea extravagante. Para acabar con aquel nudo gordiano, el militar ordenó a sus legionarios levantar una colosal rampa de tierra de casi cien metros de altura. Una vez lista, sus hombres construyeron también una gigantesca torre de asedio que, poco a poco, y con más esfuerzo que lógica, alzaron por aquella pasarela. Esa fue su llave maestra, su truco final. O, al menos, eso nos han contado.
Guerra en Israel
La versión más clásica del mito se remonta a un desierto israelí que, por entonces, no era el remanso de paz que prometían las escrituras. En el 66 d. C., tras episodios esporádicos de tensión entre los unos y los otros, estalló una revuelta contra el dominio de las legiones en la zona y comenzó lo que los historiadores conocen como la Primera Guerra judeo-romana. Por aquel entonces, Masada, ubicada a un suspiro del Mar Muerto sobre un promontorio, se hallaba defendida por soldados de la Legio III Gallica. «Esa montaña árida, amesetada, de piedra caliza, se encuentra a 2,4 kilómetros del lago y se eleva 550 metros sobre un desolado paisaje carente de vegetación. Y en la cumbre, el rey Herodes había erigido un palacio dentro de una fortaleza», afirma Stephen Dando-Collins en ‘Legiones de Roma’.
Como escribió el cronista local Flavio Josefo, los días de la III Gallica en Masada no se extendieron demasiado: «En este mismo momento, juntándose algunos de los que revolvían al pueblo y movían la guerra, entraron con fuerza y secretamente en la fortaleza, mataron a todos los que hallaron dentro y pusieron otra guarda de su gente».
Aquel fue un golpe que los rebeldes pagarían muy caro. En los cuatro años siguientes, las legiones aplastaron la resistencia en las urbes de Jopata, Tarichaeae y Gamala. En todas ellas, la caballería y las máquinas de asedio destrozaron las defensas sin dificultad. El cenit se sucedió en el 70 d. C., cuando el general Tito arribó hasta los alrededores de Jerusalén con la V Macedónica, la XII Fulminata y la XV Apollinaris. Tras analizar el terreno, emprendió la construcción de un colosal campamento al oeste de la ciudad. El sitio se extendió hasta mayo, y el asalto, tres meses más. Al final, la ciudad cayó a principios de septiembre. «Hemos luchado con la ayuda de Dios y es Dios el que ha expulsado a los judíos de estas fortalezas», afirmó el militar.
En la primavera del 73 d. C., solo quedaba un foco de resistencia sin conquistar: Masada. Así, en marzo de ese mismo año, el nuevo legado de la Legio X Fretensis, Flavio Silva, sacó a sus hombres de los cuarteles y descendió por la ribera occidental del Mar Muerto para aplacarlo. Allí, para su desgracia, entendió por qué el nombre de la zona se podía traducir como ‘montaña fortaleza’. El mismo Flavio Josefo remarcó que la construcción era «un fuerte castillo hecho para poner en él las riquezas de la guerra» y lo definió como «el más seguro» de toda la región. El colofón fue hallar casi un millar de combatientes aprestados para la defensa sobre los muros. Todos ellos, liderados por el rebelde Eleazar ben Yair.
Duro asedio
Y de ahí, a un asedio de tres años a caballo entre la realidad y el mito. Narran las crónicas que Silva hizo que sus hombres construyeran una serie de campamentos –se conservan todavía los restos de ocho– y un muro de tres metros de altura dotado de puestos de guardia alrededor de la urbe. Sin embargo, la ubicación privilegiada de Masada, sobre aquel cerro imposible de asaltar, hizo que Flavio Silva modificara su estrategia. «Empezó a construir una enorme rampa de tierra y roca (‘agger’), cuyo objetivo era alcanzar lo alto de las fortificaciones», explica Dando-Collins. Aunque lo normal era utilizar reos judíos para estas tareas, el militar ordenó que, en este caso, los trabajadores fueran los legionarios de la X Fretensis.
Por existir, existen hasta datos concretos de las medidas de la rampa. El experto sostiene que contaba con 880 metros de ancho y 90 metros de alto y que estaba coronada por 20 metros de piedra. Los legionarios ensamblaron también una gigantesca torre de asedio (‘helepolis‘) de 25 metros para lanzarla sobre los muros de la fortaleza. Según las crónicas, el asalto comenzó cuando ambas construcciones estuvieron listas. Fue entonces cuando la ‘helepolis’ fue izada sobre el ‘agger‘ y arrancó su ascenso hacia Masada. La torre no tardó en llegar a besar el muro de la fortaleza, y lo hizo al abrigo de varias piezas de artillería situadas en el piso superior. Ya en posición, el ariete ubicado en los bajos de aquella mole abrió un boquete en las defensas judías. La brecha, de hecho, es todavía visible.
Pero a los judíos todavía les quedaba una última baza. «Los hombres de la X Fretensis se encontraron con que los defensores habían construido un segundo muro con capas alternas de madera y piedra que era inmune a los golpes del ariete», explica Dando-Collins. La única solución que halló Silva fue prenderle fuego al armazón, aunque ordenó a sus legionarios retirarse mientras las llamas lo devoraban. Y hete aquí que nació la leyenda más colosal que existe sobre Masada. Narra Josefo que, sabedores de que al día siguiente serían derrotados, los defensores cerraron un pacto solemne y secreto: darse muerte antes de ser capturados. El cronista recoge hasta el discurso que habría dado el líder rebelde:
«Mis valientes, hace tiempo que tomamos la decisión de no ser esclavos ni de los romanos ni de ningún otro, sino de Dios, pues sólo él es el auténtico y justo señor de los hombres. Ahora llega el momento que nos reclama poner en práctica nuestro propósito… […] Creo que es Dios quien nos ha concedido esta gracia de poder morir con gloria y libertad, algo que no les ha sucedido a otros que han resultado vencidos en contra de lo que esperaban».
Así fue. Los soldados acabaron con sus mujeres y sus hijos para evitar que cayeran presos de los romanos. Después, echaron a suertes quiénes serían los siguientes y, poco a poco, se dieron muerte. El último combatiente en pie fue el encargado de incendiar el palacio de Herodes antes de suicidarse. «Cuando salió el sol, los hombres de la X Fretensis atravesaron en tropel el segundo muro, ya quemado, y entraron. Repartidos por el complejo fueron hallados los cadáveres de los judíos. Entonces aparecieron una anciana y una mujer joven con cinco niños. Se habían escondido», desvela Dando-Collins. Fueron los únicos supervivientes.
Nuevos datos
El pasado 2024, nada menos que dos milenios después, la ciencia arrojó nuevos datos sobre el asedio de Masada. A finales de año, un estudio elaborado por el ‘Instituto de Arqueología Sonia & Marco Nadler’ de la Universidad de Tel Aviv (TAU) confirmó que el asedio apenas se extendió dos semanas. Guy Stiebel, director del equipo, señaló que habían llegado a esta conclusión mediante nuevas herramientas de exploración; desde drones a teledetección. «Durante muchos tiempo, la teoría predominante, luego un mito moderno, ha afirmado que el asedio romano de Masada fue un asunto agotador que se extendió durante tres años. En las últimas décadas, sin embargo, los investigadores han comenzado a cuestionar esta noción, por varias razones», desveló en la revista ‘Journal of Roman Archaeology’.
Para destruir el mito, los investigadores dijeron haber utilizado drones con sensores remotos que proporcionaron mediciones precisas y de alta resolución de la altura, el ancho y la longitud de todas las características del sistema de asedio. Estos datos se utilizaron para construir un modelo digital 3D preciso, lo que les permitió calcular con exactitud el volumen de las estructuras y el tiempo que llevó construirlas. «Existen estimaciones fiables de la cantidad de tierra y piedras que un soldado romano era capaz de mover en un día. También sabemos que entre 6.000 y 8.000 soldados participaron en el asedio de Masada. Por lo tanto, pudimos calcular cuánto tiempo les llevó construir todo el sistema de asedio: ocho campamentos y un muro de piedra que rodeaba la mayor parte del sitio. Descubrimos que la construcción llevó solo unas dos semanas», ha añadido Hay Ashkenazi, coautor del dossier definitivo.-