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¿Cómo será el Cielo?

Javier Duplá sj. :

Me preguntan cómo será el cielo. Una buena pregunta a la que no acostumbro a dar mucha importancia en la vida diaria. Mal hecho. La esperanza de ir al cielo debería darnos ánimo para vivir mejor esta vida tan complicada. Es verdad que miramos poco hacia arriba, hacia el más allá, hacia la vida después de la muerte. Estamos absorbidos por las pequeñas exigencias y tensiones de cada día. Y hay que saber superar esa mirada terrena y levantar la cabeza del alma hacia arriba, hacia el cielo.

Me gustaría pensar en el cielo como un lugar de mucha luz, de mucha comprensión de lo que ahora ignoro, de mucho amor y cercanía con infinidad de seres. Y también, de ausencia de tanto dolor corporal y espiritual que ahora nos amenaza.

Mucha luz, que no ofusca, sino que resalta lo bello de lo que nos rodea, que lo hace transparente, cercano. Mucha comprensión de tantos misterios de la ciencia, de la astronomía, del pensamiento y del afecto. De tantas realidades en la historia humana, que pudo haber sido de otra manera, pero que fue como fue. Luz para ver las cosas desde fuera y desde dentro, con admiración, con gozo, con agradecimiento.

Conocer lo que ahora ignoro y comprenderlo es abrirse a un mundo distinto. En el cielo habrá miles y millones de mundos, de realidades distintas de las que ahora conozco. Ahora conozco una pequeñísima porción de la realidad, entonces se ampliará la mente hasta océanos de conocimientos que no aturdirán por su multitud y profundidad, porque la mente humana será capaz de abarcarlos a todos.

Amor y cercanía con infinidad de seres humanos contemporáneos y anteriores y posteriores en esta existencia terrena. Y, por qué no, con otros seres distintos, llámense ángeles o extraterrestres o como se quiera denominarlos. Pero, antes que nada, cercanía total y amor inexpresable por Dios, que nos puso en la vida, que nos destinó a estar con Él para siempre, que nos rodeó de tantas realidades hermosísimas y tantas personas buenas.

Dios Padre, que es madre también, que nos quiere a pesar de nuestra pequeñez, que nos llama a la alegría, al gozo que no se acaba, a una vida de plenitud sin fin. Jesucristo, ser humano como nosotros, que sabe de las limitaciones de vivir encarnado en un cuerpo y en una cultura, que pasó por todo lo peor que un ser humano puede pasar, pero que lo superó gallardamente y nos espera con los brazos abiertos.

El Espíritu Santo, que nos inspira todo lo bueno que alienta en nosotros, que nos ayuda a superar todo lo malo que brota en nuestro interior. Él está presente en cada rostro, en cada niño, en cada joven, en cada adulto y anciano que nos encontramos en la vida.

La Virgen María, candorosa, discreta, cercana, amorosa, que viene con nosotros a caminar, que ampara, protege, alienta y encamina hacia su hijo. ¡Cómo será el encuentro con ella! ¿Qué le diré? ¿Qué me dirá?

Y tantos y tantos santos, hombres y mujeres buenos que poblaron la historia humana, muchos reconocidos y venerados como santos, otros anónimos para el santoral, pero reconocidos por Dios, que es lo que importa. Allá nos encontraremos con José Gregorio Hernández y la madre Carmen Rendiles, prontamente canonizados. Con ellos tendremos comunicación personal, íntima, alegre y gozosa, y agradecida a Dios, que les perdonó cuando cayeron, que les animó a seguir adelante, que les hizo personas comprensivas con los demás, solidarias, generosas. En el cielo comprenderemos algo que ahora nos parece raro: que ha habido mucha más gente buena que mala, aunque ésta es la que figura, la que sale en los sucesos, la que parece que da la pauta. El reinado de Dios se basa en estos millones de personas que lo han traído al mundo cuando vivieron, que lo hicieron posible, que alentaron la esperanza, la fe y el amor de Dios por ellos y por todos.

¿Y podremos reír, echar chistes, correr por esas praderas sin principio ni fin en busca de algo que siempre está más cerca pero que nunca alcanzaremos? Todos los resortes de la imaginación se darán cita y se renovarán con ímpetu creciente para que lo pasemos bien, muy bien, siempre cerca de todos los seres queridos, en sucesión constante y casi infinita. El cielo es lo antiguo y lo nuevo, lo conocido y lo inesperado, un arco iris de miles de colores nunca vistos antes, una sinfonía de notas agudas y graves en ritmo desconocido y sorprendente, que nos ayuda a dar siempre gracias por este Señor de todas las cosas, por este Ser infinito que nos invita a participar de su misma esencia. Gracias, Señor, gracias por ser como eres.-

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