Opinión

Maduro en el eje del mal

La decisión de Chávez y Maduro de aliarse con países y culturas ajenas a nuestra tradición, motivada por un complejo antinorteamericano, no representa en absoluto los valores ni los sentimientos del pueblo venezolano. Se trata de una política contraria a nuestros intereses fundamentales

César Pérez Vivas:

El mundo presencia en esta hora una confrontación entre dos visiones del hombre y de la sociedad. Asistimos a lo que Samuel Huntington, con gran perspectiva, calificó como El choque de civilizaciones. Al finalizar la Guerra Fría, sectores académicos proclamaron “el fin de las ideologías”, tesis impulsada por el escritor Daniel Bell y desarrollada por Francis Fukuyama, quien afirmó que el debate ideológico del siglo XX —entre socialismo y capitalismo— ya no marcaría las diferencias en el mundo. La desaparición de la URSS y el derrumbe del modelo socialista dejarían el campo abierto a la democracia y a la economía de mercado.

Es entonces cuando Huntington formula su nueva teoría sobre las relaciones internacionales. Primero lo hace en un artículo publicado en la revista estadounidense Foreign Affairs en 1993 y luego la desarrolla en su libro titulado El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial, publicado en 1996.

Huntington afirma que:

«Las distinciones más importantes entre los pueblos ya no son ideológicas, políticas ni económicas. Son culturales».

Los nuevos conflictos de la humanidad surgirán, entonces, entre las cosmovisiones generadas por la cultura, profundamente marcada por la religión. Así, surgirán —como efectivamente ha ocurrido— movimientos con valores concurrentes que crean nuevas alianzas y corrientes que pugnan por imponer su cosmovisión, no solo desde una perspectiva cultural, sino con un plan de dominio político, económico y militar.

Sin lugar a dudas, el mundo más controversial para nosotros, los ciudadanos de Occidente, es el del radicalismo islámico. Los valores defendidos por esta corriente del islam han generado, incluso en el seno de sus propias comunidades, confrontaciones fratricidas por el empeño en imponer a sangre y fuego su particular visión del hombre y de la sociedad. Los grupos violentos y fanatizados de esta corriente han asumido la violencia como medio para establecer su modelo político y cultural.

Surge así lo que se ha llamado “el eje del mal”, expresión utilizada por el expresidente de los Estados Unidos George W. Bush en un discurso ante el Congreso el 29 de enero de 2002, para referirse a los países que promueven, financian y apoyan el terrorismo contra la civilización occidental, y que estuvieron detrás de los ataques del 11 de septiembre de 2001.

El tiempo ha revelado con mayor nitidez los elementos culturales que alimentan la cosmovisión de estos sectores, comunidades y naciones, fundados en valores contrapuestos a los de la civilización judeocristiana. No se conforman con vivir de acuerdo con sus creencias en sus propios espacios, sino que buscan imponerlas al resto de la humanidad, mediante la fuerza. Esa cosmovisión ha generado un odio expansivo que impulsa a estos actores a establecer regímenes autoritarios y brutales, desarrollando una acción política violenta no solo contra las comunidades disidentes dentro de sus países, sino también con la ambición de imponer su religión y cultura al resto del mundo. Esta visión justifica el terrorismo y la guerra contra las naciones que integran la civilización occidental.

Lo sorprendente es constatar la alianza entre estos sectores del islamismo radical y fanático con actores políticos de Occidente, cuyas sociedades están profundamente alejadas —religiosa y culturalmente— de dicha cosmovisión. En efecto, en la última década se ha consolidado una alianza entre esa visión islamista y la izquierda radical latinoamericana, así como con sectores de la llamada cultura woke en Occidente. Paradójicamente, se trata de sectores que defienden en nuestros países derechos y comportamientos que son criminalizados en el mundo islámico fanático: el feminismo, el matrimonio igualitario, el aborto, el pluralismo, entre otros. Sin embargo, esas profundas diferencias no son obstáculo para que impulsen alianzas políticas y estratégicas.

¿Cuál es, entonces, el hilo unificador de ambas corrientes? El odio a la civilización occidental; el rechazo a las naciones y Estados que, más allá de sus defectos y virtudes, lideran el mundo contemporáneo. El marxismo histórico —hoy renombrado como Socialismo del Siglo XXI— se une a esta cosmovisión del islamismo fundamentalista en virtud de una causa común: el “antiimperialismo”. Los une el odio hacia los Estados Unidos de América, Europa e Israel.

A ese bloque se sumó la llamada “revolución bolivariana”, abandonando los valores cristianos que el propio Simón Bolívar promovió. Movidos por el afán de perpetuarse en el poder, adoptaron una ideología agotada para construir una narrativa que justificara su ambición desmedida. Hugo Chávez y Nicolás Maduro se aliaron con las dictaduras existentes en el mundo, en un acto irracional de confrontación con sus vecinos del hemisferio occidental. Influenciados por la dictadura cubana, optaron por declararse enemigos de los Estados Unidos.

Venezuela ha sido históricamente un país aliado de Occidente y muy especialmente de Estados Unidos. No en vano tenemos una ubicación geopolítica privilegiada que nos conecta con el mundo occidental, no solo geográficamente, sino por los valores de la civilización judeocristiana, reforzados por el idioma y la historia compartida con nuestros vecinos hispanoamericanos.

La decisión de Chávez y Maduro de aliarse con países y culturas ajenas a nuestra tradición, motivada por un complejo antinorteamericano, no representa en absoluto los valores ni los sentimientos del pueblo venezolano. Se trata de una política contraria a nuestros intereses fundamentales.

Esta postura ha vuelto a cobrar protagonismo en el contexto de la confrontación actual entre Israel e Irán, a la cual se sumó este fin de semana Estados Unidos. Mientras la mayoría de los países árabes guardaban discreto silencio, y otras dictaduras no se alineaban, Nicolás Maduro salió a respaldar al régimen autoritario iraní y solicitó a los países árabes apoyo a los ayatolás. De inmediato envió a su cúpula militar a manifestar respaldo al régimen chiita. En un gesto inusual, Maduro ordenó a su alto mando militar presentarse ante el embajador de Irán en Caracas para expresarle el respaldo de la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB) a su gobierno. El vocero de ese encuentro fue el general Hernández Dala, quien al término de la reunión expresó:

“La FANB califica el ataque israelí como un acto terrorista y parte de una serie de crímenes de guerra atribuidos al gobierno de Israel”.

No fue un acto legislativo ni una declaración política sin valor jurídico lo que promovió el usurpador de Miraflores, sino una declaración de respaldo por parte del estamento militar, lo que revela la principal área de cooperación entre ambas dictaduras. No podía ser de otra forma: la camarilla roja está comprometida con una agenda guerrerista contra Occidente, que pasa por la aplicación de violencia sobre nuestra propia población.

Eso explica la recurrente presencia islámica en nuestro país y los acuerdos que pretenden convertir a Venezuela en una cabeza de playa del proyecto expansionista y violento encabezado por el ayatolá Ali Jamenei. Definitivamente, Maduro ha insertado a Venezuela en un esquema geopolítico y guerrerista totalmente ajeno a nuestra tradición e intereses nacionales. Su postura expone al país a una confrontación de la cual nunca debimos formar parte.

Nuestro deber como venezolanos es comunicar a la opinión pública y a los líderes de Occidente el rechazo profundo y mayoritario del pueblo venezolano a esa política, recordando nuestra larga tradición de amistad y entendimiento con los países occidentales, así como nuestra profunda identificación con los valores de la civilización judeocristiana.

Quien debe responder y pagar por ese comportamiento es Maduro y su camarilla, jamás el pueblo venezolano. Es Maduro quien se ha comprometido con el eje del mal. El triunfo de la civilización occidental en esta confrontación será un duro golpe para la dictadura madurista, empeñada en servir de corifeo a las dictaduras que desafían la civilización posmoderna, garante de los derechos fundamentales de la persona humana.-

Caracas, 23 de junio de 2025

Publicaciones relacionadas

Mira también
Cerrar
Botón volver arriba