Opinión

Odio, poder y dinero

Si realmente queremos salir de este remolino de antihistoria que nos aprisiona, démosle “un parado” al discurso de odio que pulula entre nosotros contra todo el que sea o piense diferente

Bernardo Moncada Cárdenas:

«Hay demasiado odio y divisiones, demasiada falta de diálogo y de comprensión del otro; esto, en el mundo globalizado, resulta aún más peligroso y escandaloso. No podemos salir adelante conectados y separados» Papa Francisco, septiembre 2022

Mirando el vídeo de una entrevista con la neuróloga Doctora Hilda Molina, antigua amiga de Fidel Castro (Antorchatv2023), impresiona la crudeza con que la entrevistada expone la decisión táctica de éste, en cuanto a utilizar, como arma para cumplir su estrategia de penetración y dominio, el odio, el resentimiento. “Odio, poder y dinero, son los auténticos motores de la revolución en Cuba”, y esos motores están activos en América Latina y, por lo que estamos viendo, en cualquier parte del planeta.

Sorprendentemente, el tema ha sido bastante observado y explorado. No solamente a partir de estudiosos del discurso fragmentado, aunque continuo, de descrédito, intriga, infundio, venganza, perversamente eficaz en las redes, sino como arma conscientemente manejada en la política.

«Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo», la frase de Arquímedes encuentra peculiar aplicación cuando un proyecto de poder busca su punto de apoyo en la masa de inconformidad y resentimiento que empantana las redes. Las ventajas electorales de estimular los «anti» más que lo «pro» son evidentes.

La rabia mueve a la gente y la empuja a implicarse. Suele ser más fácil azuzar la inquina que el entusiasmo. Y si así se enfurece a los votantes del partido contrario, pues mucho mejor. Un torneo de resentimiento que destila a menudo en manifestaciones de la opinión pública.

El pensador y poeta Emil Cioran intuye: «Nuestro rencor proviene del hecho de haber quedado por debajo de nuestras posibilidades sin haber podido alcanzarnos a nosotros mismos. Y eso nunca se lo perdonaremos a los demás.» Es un estado de insatisfacción con nosotros mismos, independiente de si manejamos un lujoso auto o vamos con los zapatos rotos, y es suelo fértil para el empuje violento de cualquier propuesta totalitaria.

Funcionó tanto con Lenin, como con Hitler. Funciona con el régimen cubano y está en marcha en la nación venezolana, en todos los bandos que vemos enfrentados en la arena político-ideológica.

Hilda Molina explica por qué tanto “las top model, los artistas de Hollywood, como los pobres de la tierra siguen a ególatras demagogos como Fidel Castro”: los más ricos “están resentidos hasta con ellos mismos, con la vida, con su país, hasta con el dinero que tienen”.

Más que reivindicaciones de tipo socioeconómico, o defensa de la propia dignidad, una sed de venganza autodestructiva impulsa la popular adhesión al violento populismo que se presenta como de izquierdas o de derechas, penetrando en nuestra mente, lo cual es peor.

Tenía toda razón el Cardenal Franz Köning cuando denunciaba en una entrevista: «Hay que reconocer —y es cosa que debería alguna vez exponerse claramente en la O. N. U. — que hay Estados que calculan conscientemente en su política el factor odio, actitud irresponsable y sumamente peligrosa.» No hablaba de gobiernos específicos, porque el odio es toda una condición general, que logra insertarse en el ethos mismo de los pueblos, bajo las justificaciones de las ideologías.

Los líderes se habitúan a manipular esa condición a favor propio y en contra de sus oponentes, a quienes presentan como enemigos de todos. Es un oscuro marketing del odio que se manifiesta en el modo de usar el lenguaje, sea en un gobierno como en quienes promueven su salida.

Ésta es una consecuencia altamente nociva, porque «Cuanto más se degrade el debate público menos posibilidades habrá de intercambio plural y democrático. Así es como ganan quienes ya poseen poder y no necesitan de la política ni de la democracia, a las que tanto desprecian», escribe el articulista de El País, profesor Santiago Cafiero. Estimular el odio, un irrespeto irreflexivo del otro, una sordera hostil que hace imposible, cuando no inútil, todo intento de acuerdo en favor del bien común, llegando a una calle ciega donde no hay mal menor.

«La paz comienza con una sonrisa» sintetizó Teresa de Calcuta. No con la despectiva sonrisa de quien se odia hasta a sí mismo, sino con el gesto franco de quien, más que tolerarse, se acepta, se valora, y aprende a hacerlo también con quien piensa o no distinto a él.

Si realmente queremos salir de este remolino de antihistoria que nos aprisiona, démosle pues “un parado” al discurso de odio que pulula entre nosotros contra todo el que sea o piense diferente.-

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