Fascismo y neofascismo
Tres son los aspectos del neofascismo que con particular virulencia azotan nuestras sociedades

Ricardo Combellas:
Como lo ha señalado Stanley Payne, “no ha habido ideología del pensamiento y el discurso políticos tan rápida y concienzudamente desacreditada como el fascismo tras 1945.” La derrota, los crímenes de guerra, el Holocausto, dieron la sensación de que la locura irracional, la absoluta destrucción, la violencia llevada a límites inaceptables, que en buena parte tendrían su explicación en la furia del fascismo, no debían volver nunca jamás. Sin embargo, el fascismo no desapareció totalmente, aunque fue reducido a una situación tan precaria que terminó siendo considerado como nada más que una horripilante pesadilla difícil de olvidar pero aceptable de tolerar.
Algunas mentes preclaras comenzaron no obstante a preguntarse sobre las causas y consecuencias de la experiencia histórica del fascismo, preferentemente en Italia y Alemania, señalando que algunas corrientes profundas que se concretaron en las tragedias sufridas por esas dos naciones podrían resurgir en el futuro transmutadas en envolturas y contenidos diferentes. Efectivamente, así ha sucedido y es el fenómeno que hoy conceptualizamos como neofascismo. No es otra cosa que el fascismo del tiempo presente, con una penetración ambiciosa en todas partes y especialmente en Occidente.
En su pequeño y luminoso ensayo sobre el fascismo, Umberto Eco se pregunta sobre si es necesario que los elementos que integran el tipo ideal identificado como fascismo (el fascismo eterno) requiere necesariamente igual presencia e intensidad en el entorno donde se desarrolla, para concluir que no necesariamente. En sus palabras, “el término ‘fascismo’ se adapta a todo porque es posible eliminar de un régimen fascista uno o más aspectos, y siempre podremos reconocerlo como fascista.” Así, hoy podemos hablar de una presencia invasiva del fascismo, incluso en naciones que considerábamos inmunizadas. ¡Qué equivocados estábamos! El fascismo está vivo y amenazante, incluso en las que considerábamos democracias más robustas, como son los casos de Estados Unidos, Francia y Alemania, para citar solo algunos casos protuberantes. Inconcebible hace algunos años dirían algunos, pero una realidad palpitante en nuestros días.
El neofascismo se percibe como un cáncer en los regímenes políticos de hoy, sea con cualificación más o menos democrática, sea en su cualificación más o menos autoritaria, pues si bien no se nos ofrecen en estos tiempos críticos regímenes fascistas puros, su presencia, directa o solapada, está allí para demostrarlo. El declive del totalitarismo comunista con la desaparición de la Unión Soviética y la pérdida de prestigio de la ideología marxista-leninista, nos ha permitido analizar el totalitarismo de una forma diferente y menos ideologizada. En esa nueva concepción totalitaria el fascismo no ha dejado de estar activo, sea bajo una forma protuberante o larvada, resultando que la intensidad de su presencia particulariza el ensayo totalitario que nos proponemos estudiar.
Tres son los aspectos del neofascismo que con particular virulencia azotan nuestras sociedades. En primer lugar y antes que todo el racismo entremezclado en esa tragedia llamada etnonacionalismo, de lo cual son víctimas los “condenados de la tierra”, los pueblos de piel oscura del Sur, los migrantes humillados y expulsados de tierras que a fin de cuentas nos pertenece a todos, y que reniega de un mundo multipolar que conlleve más justicia y solidaridad a la humanidad. En segundo lugar, el quiebre de la democracia constitucional y su soporte principal, los derechos humanos, concebidos como derechos universales y democráticos, que en su irracionalismo antiilustración, amenaza todos los días el resentimiento fascista, pisoteando la dignidad humana de los pueblos inmisericordemente humillados. Y en tercer lugar, utilizando un neologismo que por cierto no es de mi invención, denominaré el “tecnofascismo”, es decir, la invención de tecnologías desarrolladas para controlar la conciencia humana y dirigir las conductas a los objetivos propuestos por el neofascismo, sus élites dominantes y sus partidarios.-
El Nacional




