La cena más importante de tu vida
“He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo.” Ap. 3:21

Rosalía Moros de Borregales:
Hoy llegamos al final de esta serie sobre las 7 iglesias a las que nuestro Señor Jesucristo se dirige a través de la pluma de su discípulo amado, aquel a quien encomendó la tarea de velar por su madre. Al leer y releer siento que soy cada una de esas iglesias, siento tristeza por haberle fallado a mi Señor de tantas maneras. Al mismo tiempo, me siento profundamente agradecida por la corrección que ha venido de su mano, siempre amorosa, en cada circunstancia y en la revelación de cada aspecto oscuro de mi corazón.
Mi espíritu alaba a mi Señor por tener este inmenso privilegio de poder profundizar en el conocimiento de Él a través de su Palabra, la Biblia. En su mensaje a cada iglesia Él se ha mostrado con diferentes nombres, con cualidades que nos muestran su divinidad y nos establecen sobre un fundamento eterno e inconmovible. Hoy, en el mensaje a Laodicea, en este mensaje para ti y para mí, Él se presenta de una manera impactante, como el Amén, el testigo fiel y verdadero y el principio de la creación de Dios. Cada una de estas declaraciones me conmueve profundamente.
En la primera, Jesús se nos presenta como el Amén que se traduce literalmente como “Así sea”, “ciertamente” y “en verdad”. La palabra “Amén” proviene del hebreo אמן (ʾāmēn), una raíz trilítera: א-מ-נ (aleph-mem-nun). Es una afirmación poderosa, que se usa para cerrar con oro, para aprobar con firmeza, para sellar con seguridad, en verdad, en confianza y con lealtad. En el Antiguo testamento vemos su uso para expresar acuerdo. “Y dirá todo el pueblo: Amén.” Dt. 27:15. Cuando leemos en diferentes pasajes del Nuevo testamento que Jesús comienza algunas declaraciones diciendo: “De cierto, de cierto os digo” o “En verdad, en verdad os digo”, se trata del uso del “Amén” expresado en forma repetitiva. Y podemos observar que lo exclama no al final, como una afirmación que podría creerse pasiva o una simple repetición, sino al inicio, como una declaración profética, en la que Jesús expresa que no hay lugar a la duda; pues Él es el testigo fiel y verdadero del Padre.
Porque todas las cosas que escuchó y aprendió del Padre nos las ha dado a conocer: «Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a conocer.» Juan 15:15. Y luego añade: El principio de la creación de Dios. Como lo revela el apóstol Juan al comienzo de su evangelio: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho.” Un pasaje que nos sumerge en el misterio de la unicidad de Jesús con el Padre y convierte a Jesús en la piedra angular de la creación. Como afirmara el apóstol Pablo en su epístola a los Colosenses (1:16)“Porque en él fueron creadas todas las cosas, las que hay en los cielos y las que hay en la tierra, visibles e invisibles; sean tronos, sean dominios, sean principados, sean potestades; todo fue creado por medio de él y para él.» ¡Jesús es el principio de todo!
Me conmueven estas expresiones porque son la apertura de su discurso, a través de las cuales nos afirma en Él, en su verdad, en su naturaleza, en su grandeza y en su divinidad, para luego expresar, de manera clara y tajante, el estado de la iglesia de Laodicea: “Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca.” Ap 3:15-16. El Señor quiere nuestro corazón entregado por completo, con amor. Prefiere que seamos fríos e indiferentes a Él, a su Palabra y a su llamado; pero, realmente detesta que seamos tibios; ese estado de desidia, de apatía, de inacción aún sabiendo lo que Dios espera de nosotros. La imagen es verdaderamente repugnante, el vómito, lo que no puede digerirse, lo que no está adentro para alimentar, ni tampoco afuera alejado, sino lo que estando adentro se convierte en tóxico.
Y habiendo hecho esta declaración tan severa, explica el por qué se ha llegado a ese estado de tibieza espiritual: “Porque tú dices: Yo soy rico, y me he enriquecido, y de ninguna cosa tengo necesidad; y no sabes que tú eres un desventurado, miserable, pobre, ciego y desnudo.” Ap.3:17. Es la primera actitud que nos aleja del Señor del Universo, la soberbia. Cuando pensamos y exclamamos que no tenemos necesidad de nada, es con seguridad el momento de nuestra vida en el que nos encontramos en la necesidad más grande de cualquier ser humano, la necesidad de Dios. El contraste entre la percepción propia y la realidad ante Dios. Quizá estemos en la abundancia de riquezas materiales; pero, sin duda, en la pobreza, ceguera y desnudez espiritual.
Laodicea era una ciudad próspera, con una economía fuerte y orgullo en su autosuficiencia. Incluso, después de un terremoto, rechazaron ayuda del imperio para reconstruirse. La iglesia local, al parecer, había adoptado esa misma postura: “No necesitamos nada.” Qué fácil es caer en el espejismo de la autosuficiencia. Tener una vida cómoda, una fe decorativa, una moral aparentemente respetable y conformarnos con eso. No obstante, esta exhortación tan contundente, y refiriéndose al dinero que compra en el mundo; en contraste con lo que Dios otorga, nos dice: “Por tanto, yo te aconsejo que de mí compres oro refinado en fuego, para que seas rico, y vestiduras blancas para vestirte, y que no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas.” Ap. 3:18.
Ya que eres rico, ven y compra. Compra oro refinado en fuego, para que verdaderamente seas rico. Ven al Señor y pasa por el horno de fuego para que seas limpiado de toda escoria y el oro refinado se muestre. “… aunque ahora por un poco de tiempo, si es necesario, tengáis que ser afligidos en diversas pruebas, para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo…” I Pedro 1:7. Compra también vestiduras blancas, se lavado mediante la sangre de Cristo: “Estos son los que han salido de la gran tribulación, y han lavado sus ropas, y las han emblanquecido en la sangre del Cordero.” Ap. 7:14. Y además, unge tus ojos con colirio, para que veas: “Alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos». Ef. 1:18. Oro refinado en fuego: fe genuina, probada, purificada por el fuego de la prueba. Vestiduras blancas: Su justicia que cubre nuestra vergüenza. Y Colirio para los ojos: revelación espiritual, para ver lo que no podemos ver.
Seguidamente, luego de la exhortación, revela de nuevo su gran amor: “Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete.” Ap. 3:19. El verdadero amor no es blandengue. El que ama no es pusilánime: “Fieles son las heridas del que ama, pero importunos los besos del que aborrece”. Prov. 27:6. Es mejor ser heridos por Dios que caer en la justicia del ser humano. Él no se presenta a Laodicea y tampoco a ninguno de nosotros, como juez ni como enemigo, sino como el Amén, el testigo fiel y el que dice la verdad por amor.
En este mensaje, vemos una radiografía espiritual que no solo aplicó a los laodicenses, sino que atraviesa los tiempos para hablarnos hoy. Jesús habla con firmeza, pero con ternura. No acusa para condenar, sino para sanar, despertar y restaurar. Seamos, pues, celosos de este llamamiento tan grande, de la verdad que nos ha sido revelada y volvamos arrepentidos a Aquel que hoy nos invita a la cena mas importante de nuestra vida: “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo.” Ap. 3:21.
La cena más importante de tu vida
No eres frío ni caliente,
pero aún así te busco.
Tu fuego apagado no extingue mi amor,
ni tu lejanía borra mi esperanza.
Estoy tocando a tu puerta.
Toco sin ruido, sin rabia, sin reproche;
con las manos heridas que quieren partir
el pan para compartir contigo.
Vuelve a mi llamado, despierta, escucha.
Ven, compra sin dinero lo que solo el Cielo da:
Fe que resiste el fuego,
vestiduras sin mancha,
y ojos para ver lo invisible.
Aún hay lugar en mi mesa,
y en el trono nos esperan.
He aquí estoy a tu puerta,
Si abres hoy, cenaré contigo y tu conmigo.
La cena más importante de tu vida. –
Rosalía Moros de Borregales
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