San Antonio de Los Altos visto por Jean Aristeguieta

Horacio Biord Castillo:
San Antonio de los Altos, por su tamaño demográfico y su importancia económica, es hoy la segunda ciudad de Los Altos, ahora llamados mirandinos. Hasta la década de 1960, sin embargo, San Antonio no era más que una aldea serrana, perdida encerrada, arropada en el frío, en sus caminos rurales y en los sueños al atardecer que volvía a renovar la matinal aurora.
La construcción de la carretera Panamericana en 1955 cambió totalmente la dinámica de Los Altos. San Antonio comenzó un proceso de crecimiento que se consolidaría y aceleraría en las décadas siguientes. Hasta ese momento, San Antonio, como recuerdan nativos, y visitantes, era un poco más que una aldea serrana.
La gran poeta guayanesa, Jean Aristeguieta, en unos artículos que publicó en la prestigiosa revista Élite entre 1950 y 51, dedica unas páginas a San Antonio de Los Altos, páginas llenas de poesía, de amor por el paisaje y la gente, que vale reproducir, coma celebrar y tener siempre en cuenta. Se trata de una breve crónica titulada “San Antonio de Los Altos” que se reproduce a continuación:
“I
Perdido en serranías de una limpidez inolvidable queda San Antonio de los Altos.
Su figura se va definiendo a través de una densa vegetación que atraviesan corrientes fluviales. Son parajes que hablan de esperanzas, sumidas en su propia quietud.
En estos contornos di con el recuerdo de los poemas-pintura trazados por Gustavo Adolfo Bécquer, en sus narraciones ceñidas a lo largo de criaturas y follajes candorosos.
II
El camino que conduce a esta aldea agrícola del Estado Miranda queda por montes que lindan con el vértigo. Hay una incitación pastoral de hojas y de fragancias.
Por instantes el horizonte se vuelve pura alucinación. Es cuando el silencio de la naturaleza, torrencial belleza y desnudez deslumbrante, da la impresión de que fuera a perderse en el misterio más profundo, tal es su religiosidad.
Por eso me fascinan los confines campestres. Amante como soy de la marea del amor-poesía que me invade, experimento el delirio de la soledad germinal.
III
San Antonio de los Altos queda precedido de toda esta plenitud agreste y de mucho más. Por ejemplo, ese maravilloso sentimiento que es la fantasía trazando signos mágicos en el corazón, esa turbación de sencillez que cae sobre el alma.
Triste aldea como casi todas las venezolanas en San Antonio de los Altos. Las viviendas se perfilan ávidas de organización.
Niños de piel trigueña y ojos claros son los primeros que aparecen en este cuadro de preguntas.
Luego se ven unos labriegos que llevan sacos con legumbres y flores entrelazadas. Visten humildemente, pero esto es lo de menos. Lo que me duele Es la pena -resignación- que les sale al rostro.
En la pequeña y casi abandonada iglesia algunos fieles se ocupan de arreglar una Virgen de madera. Una mujer limpia los floreros para colocarles claveles y diamelas.
En la fachada del templo figura esta inscripción: “A Don Juan Francisco Mijares de Solórzano, insigne bienhechor de las cuarenta familias oriundas de Canarias, que fundaron este pueblo, homenaje de la junta Pro-San Antonio de los Altos-1940″.
IV
Con el atardecer la temperatura se ha vuelto húmeda. Aisladamente figuran casas bien construidas, con jardines no exentos de buen gusto.
Las mujeres son tímidas, de semblantes bien coloridos. Si se les habla se limitan a responder con un movimiento de cabeza.
Señalan la casa del cura párroco con algo de secreto respetuoso. Y cuándo se les pregunta dónde venden flores, contestan con una inclinación indiferente.
Leve y primordial como un eco de la lluvia, la presencia de San Antonio se diluye por ámbitos de diafanidad.
V
En las laderas -la blanca aldea está entre alturas, de allí le viene el claro nombre que lleva-, quedan sembrados de leguminosas.
En esta dimensión se respira un aire más fino, encendido por la calma, es la simplicidad.
Me despido de San Antonio de los Altos con sus verdes y sus agonías rurales. Su pobreza me ha herido de fervor y de patria.
Me quedo con el porte fatigadamente casto de este pueblecito opaco y sensitivo, yo, mujer poeta traspasada de fuego terrenal y fuego de infinito”.
La crónica está incluida en el libro de Jean Aristeguieta titulado Paisajes venezolanos. Caracas, Ediciones Lírica Hispánica, 1954, pp. 61-63. El colofón (pág. 192) dice: “En Caracas, Venezuela, patria de Simón Bolívar, el Libertador, el 11 de enero de 1954, la tipografía Garrido finalizó la impresión de estos Paisajes Venezolanos, de Jean Aristeguieta, para la colección “Aire libre” de la revista “Lírica hispánica”.
Esta breve crónica poética de Jean Aristeguieta nos recuerda las páginas de evocación que sobre San Antonio de Los Altos escribiera Lucas Guillermo Castillo Lara en Una tierra llamada Guaicaipuro.
Sin duda, Jean Aristeguieta nos ha legado una hermosa reseña poética de nuestro San Antonio.-
Publicado en El Nacional. Caracas, sábado 02 de agosto, 2025
URL: https://www.elnacional.com/2025/08/san-antonio-de-los-altos-visto-por-jean-aristeguieta/
Horacio Biord Castillo
Escritor, investigador y profesor universitario
Contacto y comentarios: hbiordrcl@gmail.com