Inculturación de la fe, una cuestión eminentemente social
Inculturar la fe es evangelizar las sociedades desde su propia cultura. No se trata de imponer la fe, sino de propiciar que la experiencia de Dios ilumine y transforme a cada persona

No se concibe la labor misionera de la Iglesia sin un esfuerzo de inculturación. Esto, claro, evitando diluir su mensaje de salvación, o edulcorar la experiencia de Fe, Esperanza y Amor, sino encontrando los puntos de encuentro compatibles con las culturas, a fin de enraizar ahí la experiencia de fe; con esto, la cultura se transforma, enriquece y dignifica a la luz del Evangelio de Jesucristo, según la constante dirección animadora del Espíritu Santo.
La inculturación de la fe es, por tanto, una cuestión eminentemente social que llega hasta lo más profundo del ordenamiento misionero:
“Jesús se acercó a ellos y les habló así: ‘Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan , pues, y hagan discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo les he mandado. Y he aquí que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo’”
(Mt 28, 18-20).
La inculturación en la tradición de la Iglesia
En la historia pastoral de la Iglesia siempre ha estado presente la praxis de la inculturación. Ciertamente el nombre es más o menos nuevo, pero la práctica forma parte de la tradición de la Iglesia. Ejemplo de ello nos lo da san Pablo cuando, en su viaje misionero a Grecia, predica en estos términos, citando y partiendo de la cultura politeísta que encontró en esa sociedad y cultura:
“Pablo, de pie en medio del Areópago, dijo: Atenienses, veo que ustedes son, por todos los conceptos, los más respetuosos de la divinidad. Pues al pasar y contemplar sus monumentos sagrados, he encontrado también un altar en el que estaba grabada esta inscripción: ‘Al Dios desconocido’. Pues bien, lo que adoran sin conocer, eso les vengo yo a anunciar».
En efecto, “con la inculturación, la Iglesia se hace signo más comprensible de lo que es, e instrumento más apto para su misión” (San Juan Pablo II, Carta encíclica Redemptoris missio, n. 52).
Por eso, el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia (CDSI) instruye: “El mundo contemporáneo está marcado por una fractura entre Evangelio y cultura. Una visión secularizada de la salvación tiende a reducir también el cristianismo a una sabiduría meramente humana, casi como una ciencia del vivir bien. La Iglesia es consciente de que debe dar un gran paso adelante en su evangelización; debe entrar en una nueva etapa histórica de su dinamismo misionero. En esta perspectiva pastoral se sitúa la enseñanza social: la ‘nueva evangelización’, de la que el mundo moderno tiene urgente necesidad… debe incluir entre sus elementos esenciales el anuncio de la Doctrina Social de la Iglesia” (n. 523; citando a San Juan Pablo II en Redemptoris missio, Christifideles laici y Centesimus annus).
La inculturación en las instituciones educativas católicas

El CDSI también se dirige a las instituciones educativas católicas, invitándolas a “prestar un precioso servicio formativo, aplicándose con especial solicitud en la inculturación del mensaje cristiano, es decir, el encuentro fecundo entre el Evangelio y los distintos saberes. La Doctrina Social es un instrumento necesario para una eficaz educación cristiana al amor, la justicia, la paz, así como para madurar la conciencia de los deberes morales y sociales en el ámbito de las diversas competencias culturales y profesionales” (CDSI, n. 532).
Lo anterior señala claramente la gravedad del tema en el cumplimiento de la misión de la Iglesia; y hace corresponsables a las instituciones educativas católicas de esta misión; llevándolas a trascender el conocimiento académico-intelectual en una praxis pastoral con clara incidencia social y cultural.

La inculturación vs el sincretismo
Una de las tentaciones más sensibles a la inculturación es el sincretismo. Mientras que la primera –la inculturación– conserva la pureza original de la fe; la segunda –el sincretismo– superpone y mezcla creencias insolubles.
En Latinoamérica tenemos numerosos ejemplos de inculturación de la fe, alejados del sincretismo. Entre ellos destacan las danzas rituales y la creencia de una vida trascendente a la muerte física.
Entre los mexicas (pueblo originario del centro de México) existe una deidad muy importante: Quetzalcóatl. El nombre proviene de dos animales en apariencia irreconciliables: El quetzal, ave de plumaje fino; y cóatl, serpiente. Quetzalcóatl es esa ‘serpiente emplumada’ que señala cómo es que la vida terrenal que se experimenta a ras del suelo, se eleva y transforma en un brillante ave que surca los cielos; por eso, los primeros y santos evangelizadores españoles que llegaron a estas tierras, la Nueva España, pudieron inculturar la fe en la resurrección a partir de la creencia en Quetzalcóatl, dignificando esta última con la revelación plena que nos trajo Jesucristo. No destruyeron la cultura, sino que la llevaron a su plenitud.
Por el contrario, tenemos la mala experiencia del sincretismo que envenena la fe recibida de la Iglesia. El principal ejemplo de ello es el culto a la mal llamada ‘santa muerte’; o la fusión de rituales chamánicos con la bendita imagen de la Virgen de Guadalupe. Es una mezcla grotesca e insoluble que no cabe en la verdad de fe que custodia la santa Iglesia de Cristo.
La evangelización, labor propia de la Iglesia
La Iglesia no puede traicionar su esencia y misión. San Pablo VI nos enseña en Evangelii Nuntiandi que la Iglesia “tiene viva conciencia de que las palabras del Salvador: ‘Es preciso que anuncie también el reino de Dios en otras ciudades’ (Lc 4,43), se aplican con toda verdad a ella misma. Y por su parte ella añade de buen grado, siguiendo a San Pablo: ‘Porque, si evangelizo, no es para mí motivo de gloria, sino que se me impone como necesidad. ¡Ay de mí, si no evangelizara! (1 Cor 9,16) (…) Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar, es decir, para predicar y enseñar, ser canal del don de la gracia, reconciliar a los pecadores con Dios, perpetuar el sacrificio de Cristo en la santa Misa, memorial de su muerte y resurrección gloriosa” (n. 14).
Esta misión, esencial y connatural a la Iglesia, tiene por palanca fundamental al Espíritu Santo, el cual ha venido conduciendo a la Iglesia por el camino de la inculturación; a ejemplo de Jesucristo que nos ha dado el mayor y supremo don de la inculturación: su Encarnación, pasión, muerte y resurrección.-
Luis Carlos Frías – publicado el 05/08/25-Aleteia.org