Monseñor Montes de Oca, confesor de fe. 81 años de su martirio

Marielena Mestas:
Compañeros de prisión de monseñor Salvador Montes de Oca atestiguaron que al comprender que su final era inminente les pidió que contaran que con ánimo sereno y contento, dejaba la vida terrena feliz de unirse a Dios.
Montes de Oca (Carora, 1895-Monte Magno Di Camaiore, 1944), con 32 años, fue consagrado II obispo de Valencia en octubre de 1927.
Se caracterizó por su preocupación por la situación de los presos políticos, mantuvo una continua defensa de la moral de la familia y por los postulados de la Iglesia católica por lo que redactó, en octubre de 1929, una instrucción pastoral sobre el matrimonio eclesiástico.
Además de que existían fuertes círculos anticlericales las autoridades locales, (algunos divorciados y otros conviviendo en concubinato), juzgaron que el documento era un desafío a su poder, por cuanto de una manera inesperada y vertiginosa se decretó su expulsión de Venezuela.
Fue conducido a Trinidad y, meses más tarde, obedeciendo la solicitud de las autoridades eclesiásticas de la vecina isla, se refugió en Europa hasta que el general Gómez suspendió la medida a mediados del año 1931. El prelado regresó a Valencia y siguió con el mismo programa de instrucción pastoral.
Para cumplir con la visita ad limina apostollorum, retornó a Italia en 1934, pero una peritonitis lo puso al borde de la muerte. Los médicos insistieron en que, de salvarse, sería lenta y complicada la recuperación por lo que el obispo dictó su testamento y renunció a la mitra.
Unos meses después, ya restablecido, y con el consentimiento del papa, ingresó a la Congragación de los padres del Santísimo Sacramento, fundada en 1856.
De carácter afable, mantenía constante comunicación con familiares y allegados. Renunció a la vida mundana, en procura de la santificación del clero, ingresando como novicio, en 1942, en la cartuja del Espíritu Santo, en Farneta, Lucca, norte de Italia.
Europa se hallaba en medio de la II Guerra Mundial, pero Montes de Oca dispuso quedarse pese a las gestiones iniciadas por su familia, el gobierno de Venezuela y de la orden expresa de que los extranjeros fueran repatriados.
Al norte de Italia se desarrollaba un fuerte movimiento armado opuesto al fascismo y a las tropas de ocupación nazis en ese país; conocido como Resistencia Partisana funcionó como una guerrilla llegando a constituir el Comité de Liberación Nacional.
Los partisanos operaban principalmente en zonas montañosas del centro y norte de Italia. En abril de 1944 se dictó un decreto sobre la pena de muerte a todo aquel que diera apoyo o refugio a estas brigadas. En medio del frío, hambre, persecución y toda la adversidad que implica una situación bélica, pobres, mujeres, judíos y partisanos pidieron refugio en la cartuja.
Si bien se trataba de un centro de clausura, los monjes accedieron a darles cobijo argumentando que representaban a Cristo llamando a la puerta. Cerca de 100 personas convivieron en silencio hasta que un pelotón nazi italiano lleno de odio tomó por asalto el convento la madrugada del 2 de septiembre.
Aunque muchos lograron huir, los monjes fueron arrestados y humillados, les confiscaron alimentos, animales, implementos de trabajo y otros enseres. Desalojaron el claustro trasladando a unos a un galpón en Nocchi y otros a la cárcel de Carrara.
Atestiguó el padre Pascual Picchi, compañero de celda y sobreviviente, que aunque se advirtió la dignidad episcopal de Montes de Oca la soldadesca no tuvo con él consideración alguna. El otrora obispo se dedicó a ofrecer consuelo a otros cautivos y en el calabozo bautizó a un atormentado judío que, según Picchi, sólo encontraba sosiego a su lado.
Observando la proximidad de sus últimos días pidió a otro cartujo no temer, pues si alguien corría peligro era él por ser americano y, en consecuencia, era tenido como espía.
Muy débil, porque no podía ingerir ningún alimento y con dolores abdominales producto de una hernia, Salvador Montes de Oca no se sostenía en pie, por lo que no era útil para los fines del Reich. Así que el 6 es separado del grupo de cautivos en compañía del prior don Martino Binz. Tras recibir fuertes golpes y agravios fueron ejecutados, a la orilla de un camino en Monte Magno de Camaiore.
Los cuerpos permanecieron insepultos y les prendieron fuego siendo, posteriormente, enterrados en una fosa común.
El nuevo prior, don Silvano Tomei, no cesó hasta dar con el paradero de los cartujos.
Las autoridades gubernamentales venezolanas confirmaron la noticia del deceso y el Ministerio de Relaciones Exteriores lo hizo público a través de un comunicado, el 17 de enero de 1945. Las protestas oficiales no se hicieron esperar y otros países también condenaron los hechos.
Sus restos fueron hallados en marzo de 1947 y, luego de ser exhumados, rigurosamente estudiados e identificados por expertos juramentados se dispusieron altos honores episcopales en memoria del malogrado mártir tanto en Lucca como en Roma.
Al puerto de La Guaira llegó el cuerpo el 11 de junio, siendo recibido solemnemente por las más altas autoridades civiles, religiosas y militares.
Su funesta muerte y posterior sepelio en la catedral de Valencia señalaron un alto en la vida nacional para la reflexión y unión de los más diversos sectores.
Se dispusieron importantes actos póstumos, como funerales, discursos, estatuas y publicaciones ya que el infausto evento tuvo un importante impacto en la opinión pública nacional e internacional.
Dos homenajes de excepción fueron, sin duda, los tributados por el poeta Andrés Eloy Blanco.
El primero, una reseña aparecida en el diario El Impulso titulado “El corazón sin miedo”, con fecha del 14 de febrero de 1945 reza: “Lo fusilaron los alemanes o los italianos de Alemania porque protegía a perseguidos. Porque hacía lo mismo que hizo en Valencia. Él tenía que morir así. Allí está el error de los alemanes y de los italianos en Alemania: creer que el alma de los hombres se compra, se alquila o se aniquila. En Venezuela y en Italia Monseñor Montesdeoca era más grande que la injusticia”.
Dos años más tarde, Andrés Eloy Blanco, entonces presidente de la Asamblea Nacional Constituyente leyó el discurso de orden en la ceremonia de repatriación. En su disertación lo definió como amigo de los presidiarios y quien había luchado por la propia libertad del escritor, exponiéndose a la ira de las autoridades locales. Blanco afirmó que «El día que salí del Castillo de Puerto Cabello, al cual una ironía salvaje ha bautizado con el nombre de Castillo Libertador, ese día, una hora antes de ser trasladado a mi confinamiento de los Andes, al pisar tierra firme en el muelle de Puerto Cabello, al lado de los míos, el primer amigo que salió a abrazarme, delante de las caras torvas y sospechosas de los que nos rodeaban, el primero que salió a abrazarme fue el padre Montes de Oca».
El recto Salvador Montes de Oca fue confesor de fe. Considerado mártir de la caridad y los derechos humanos, vivió episodios sorprendentes que probaron su valentía derramando su sangre como testigo y víctima de uno de los períodos más lúgubres y procelosos de la historia universal en el siglo XX.-




