Lecturas recomendadas

Phronesis

José Lombardi:

A través de las virtudes, el hombre domina su parte irracional.” — Aristóteles

La filosofía es pensar; la política, actuar. La primera lo abarca todo; lo político suele reducirse al poder. Y el poder —lo queramos o no— está en todas partes: desde la disputa por un cargo de elección popular hasta la competencia por un puesto de trabajo, e incluso en el amor. Filosofía y poder van de la mano y deberían colaborar cuando los objetivos son nobles y virtuosos. Cuando la política se separa de la filosofía, la arrastra la vorágine de las bajas pasiones, derivando en escenas moral y éticamente vergonzosas, con efectos deshumanizantes. Bertrand Russell recordaba que muchas motivaciones humanas son la codicia, la vanidad, la rivalidad y el amor al poder; en política, no pocas veces, de estos impulsos derivan los resortes de la acción.

Se invoca a menudo la célebre máxima atribuida a Maquiavelo —“el fin justifica los medios”—, lectura que abre la puerta al todo vale. No es algo nuevo ni exclusivo de nuestro tiempo: cualquier etapa de la historia muestra huellas de esa conducta.

Pensemos en Aristóteles y Alejandro Magno. Aristóteles, faro de generaciones; Alejandro, el gran conquistador que, a medida que acumulaba poder, se distanciaba de su maestro. No hicieron falta rupturas estridentes: su vínculo ilustra la tensión —a veces amor, a veces recelo— entre el pensar y el hacer.

La filosofía exige pensar sin tregua, no dejar de cuestionar. De ese ejercicio nacen verdades que abren paso a nuevas preguntas en una cadena interminable: se trata de mantener a raya el dogma. Y nada seduce tanto al poder como imponer verdades e ideologías cerradas. La filosofía no es blanco o negro: es una paleta de matices que, combinados, forman verdades más hondas y permiten el crecimiento humano, sobre todo el civil. Entre sus grandes aportes están la república y la democracia: sistemas de convivencia donde el poder está —o debería estar— repartido entre todos y para todos.

Pensar y escuchar para seguir pensando requiere tolerancia y paciencia. La democracia es más que votar y proclamar un ganador que se impone sobre un derrotado: debería ser, ante todo, diálogo permanente. Como los diálogos platónicos, que aún hoy continúan, ese intercambio construye ética. La política sin ética deriva en guerra; y la guerra no es más que un fracaso de la razón.

¿Hemos avanzado como humanidad? Si miramos la relación entre filosofía y política, la respuesta es incómoda: avanzamos y retrocedemos. Cuando la filosofía se ausenta, la conducta ética decae y asoma lo primitivo. De ahí algo muy concreto: más filósofos haciendo política y más políticos abrazando la filosofía. No para recitar tratados, sino para ejercer lo que Aristóteles llamó prudencia prácticapensar para poder hacer, y hacer sin dejar de pensar. Solo así el poder deja de ser fin y vuelve a ser medio; solo así la política recupera su tarea: ordenar la vida común con justicia y dignidad. O, como escribió Václav Havel: “La política, tal como la entiendo, es una de las maneras de buscar y lograr un sentido en la vida; una de las maneras de proteger y de servir a ese sentido; es la política como moral actuante, como servicio a la verdad, como preocupación por el prójimo”.-

José Javier Lombardi Boscán

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