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El secreto de Hitler para mantenerse en el poder: «Los alemanes fueron sus víctimas»

A través del caso de un pueblo alpino, Julia Boyd estudia cómo el 'Führer' logró el apoyo social

La investigadora Julia Boyd lo confiesa: desde que fuera alumbrada en 1948 ha paladeado los sinsabores del gran conflicto del siglo XX. «De pequeña, jugaba con mis amigas en los cráteres de las bombas», explica a ABC. Por tener, esta británica tuvo hasta familiares que participaron en la Segunda Guerra Mundial. El cóctel que ha resultado tras agitar estos ingredientes muestra un magnetismo hacia las pequeñas historias, las más humanas, y un rechazo al maniqueísmo actual. Su último ensayo, ‘Un pueblo en el Tercer Reich’ (Ático de los libros’), es el mejor ejemplo. Y es que, convierte en protagonista a la villa alpina de Oberstdorf para ejemplificar los vaivenes que sufrió la relación de la sociedad germana con Adolf Hitler a lo largo de una década: «Los alemanes también fueron víctimas del nazismo».

No es la primera vez que golpea con una investigación así: en 2018, esta experta de cabellos plateados hizo lo propio con ‘Viajeros en el Tercer Reich’, un ensayo reconocido con el premio Los Angeles Times al libro de historia del año. Ahí es nada. Aquel éxito la llevó en volandas hacia su nueva obra. «Angelika Patel, mi colaboradora actual, se acercó tras una presentación y me dijo que quería que escribiera la historia de su pueblo, lo que había sucedido allí durante el nazismo».

Aquel pueblo era Oberstdorf, una localidad idílica encajonada en los Alpes bávaros. Boyd viajó hasta el sur de Alemania… y encontró un tesoro histórico. «No había un aspecto de la guerra que no hubiera tocado a sus habitantes de una manera u otra a pesar de ser la villa más meridional del país», señala.

El mejor ejemplo

Oberstdorf, insiste Boyd, resultó ser un ejemplo perfecto para analizar la evolución del nazismo. «Antes de la guerra tenía unos 4.000 habitantes. La mayoría vivían de la ganadería y la agricultura. También recibía muchos turistas y hasta familias judías», dice.

La vida era dura a principios de los treinta: la herida por la derrota germana en la Gran Guerra todavía supuraba en la villa, lo mismo que la aversión hacia los Aliados por imponer unas pésimas condiciones a Alemania en el Tratado de Versalles. Para colmo, según señala Boyd, «la hiperinflación asfixiaba a una comunidad, ya de por sí, bastante conservadora». Aquel fue el caldo de cultivo perfecto para que el nazismo bullera por las calles. Lo mismo que sucedió en todo el Tercer Reich. «La gente quería un gobierno fuerte», sentencia.

Pero el problema no fue el ascenso de Hitler, sino la década que pasó en el poder al abrigo de sus hampones. En un suspiro, el orgullo de cartón piedra que destilaban las SS en los desfiles y la fuerza que el ‘Führer’ mostraba ante los líderes europeos desvelaron una terrible trastienda: la persecución interna. «El periódico antisemita del famoso editor Julius Streicher cargó contra Oberstdorf por acoger judíos. Además, se coartó a los clubs y a las sociedades locales, claves en la vida del pueblo, a través de diferentes leyes», completa Boyd.

El pueblo de Oberstdorf ADL

Fue la victoria del terror. «Había que ser muy valiente para plantar cara al Tercer Reich desde dentro. La sociedad tenía miedo a las represalias. Entre ellas, acabar en el campo de Dachau, que estaba a 150 kilómetros», completa.

Analizado lo general, preguntamos a Boyd por esas pequeñas historias que logra a golpe de prospección en los archivos. Y ella, que se declara pesimista, expone una retahíla de barbaridades que padecieron los ciudadanos de Oberstdorf. Nos habla de un chiquillo ciego que adoraba la música y que fue asesinado en el programa de eutanasia nazi para discapacitados; también de una señorita judía que fue sacada del pueblo y enviada al campo de concentración de Theresienstadt. Una mueca de disgusto se atisba en su rostro, el peso de la barbarie le incomoda y hasta hace que gane años: «Después de haber examinado varios períodos históricos, mi conclusión es que la naturaleza humana no cambia. Basta con mirar el mundo actual: no nos faltan horrores».

Un pueblo en el Tercer Reich

Imagen - Un pueblo en el Tercer Reich
  • Editorial Ático de los Libros

—¿Y no hubo también actos de humanidad en Oberstdorf?

La pregunta ha resonado en lo más profundo de Boyd. La mirada de la investigadora se torna vivaracha, iluminada. Casi parece haber rejuvenecido. Y, con una sonrisa amplia, de esas que embelesan, responde:

—Hay muchos casos de gente que se puso en peligro para ayudar a otros. El alcalde, un nazi que hacía unos discursos muy duros, proporcionaba madera en invierno a un anciano judío al que habían arrebatado todo y una vecina holandesa se quedó en el pueblo cuando estalló la guerra para seguir regentando un hospital infantil y ayudar a escapar a familias perseguidas.

Dice que es pesimista… pero se le escapa el optimismo. Y eso, en una época tan oscura como la IIGM, es mucho.-

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