Los milagros: signos de manifestación del reino
“Los Milagros” son actos positivos y anticipativos de curación o vivificación; ellos profetizan y, de cierta manera, anticipan la vida definitiva que se hace presente en Cristo: la vida eterna

Nelson Martínez Rust:
Muchas veces los fieles cristianos ven en los milagros acontecimientos que solo superan las leyes de la naturaleza, y ahí se quedan…, ¡no más! El milagro, visto desde esta perspectiva, se convierte en “algo espectacular”, “mágico”, “algo de otro mundo”, “asombroso” por el mero hecho de que escapa a toda causalidad científica, y, por ende, no se le puede dar una explicación: entonces ¡Nace la magia!, y con ella la superstición. Visto de esta manera, “El Acontecimiento milagroso” mostraría a un Dios que se sobrepone a todos los poderes creados; siendo lo más curioso, que estas mismas leyes han sido creadas por Él mismo. Entonces, surge la interrogante: ¿para qué las creó? Dios se contradice en su creación. Pero no, “El Milagro” o “El Acontecimiento milagroso” tiene otro significado mucho más profundo y real.
Este significado es el de servir de vehículo, a la manifestación visible, de una realidad redentora, de una presencia trascendente y salvífica que se manifiesta a través del hecho. Por lo tanto, “El Milagro” llama la atención sobre algo que está mucho más allá de lo que a primera vista se ve y palpa, y que no solo se anuncia por medio de las palabras. Ese “algo” que se manifiesta es el “Reino de Dios” que no solo está cercano, sino que ya se cumple, que es una realidad ya presente en medio de los hombres, y cuya presencia se hace tangible en la misma persona de Jesucristo; y que, a su vez, invita, además de creer Él, en el “Reino”, a “adoptarlo como criterio de vida”. De ahí que en los Evangelios debemos observar no solo una agrupación de códigos de leyes, una filosofía, una ideología a seguir o un mero y exclusivo relato histórico, sino que en ellos encontramos, ante todo, las narraciones de unos acontecimientos y unas vidas vividas comunitariamente e históricamente en el seguimiento de Jesucristo: son testimonios. En otras palabras: Son la prueba fehaciente de una invitación formulada por una persona real que encarna a Dios, y que se manifiesta de manera extraordinaria en determinada circunstancia y momento a seguirlo. Entendido de esta manera, “El Milagro” no tiene otro sentido que el que le viene dado por la intencionalidad religiosa que lo caracteriza. Detengámonos muy brevemente en los Hechos, los Evangelios Sinópticos para pasar luego al Cuarto Evangelio.
1º.- Hechos de los Apóstoles:
En el libro de “Los Hechos de los Apóstoles” se afirma que “Dios a Jesús de Nazareth le ungió con el Espíritu Santo y con poder, y cómo Él pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con Él” (Hch 10,38). A partir de esta cita se puede deducir el “para qué” y el “cómo” del “Hecho milagroso”. A Jesús no se le puede ver como un simple hacedor de milagros. No utiliza su poder con o movido exclusivamente por el único afán de realizar milagros espectaculares o de llamar la atención del público presente sobre su persona. Diría más: en algunos casos, se muestra reacio a su realización (Jn 4,46-48; 6,26-27). Su actividad curativa adquiere sentido desde la perspectiva y la contemplación de su misión. Precisamente son estas las interrogantes que deben surgir ante tal o cual “Hecho milagroso”: ¿Quién es este hombre que obra de esta manera?, ¿Cuál es el sentido sobrenatural de los “Milagros” o de los “Hechos Milagrosos” efectuados por Jesús, hombre poseído por el Espíritu Santo y enviado por Dios-Padre para sanar? y ¿Cómo estos “Hechos milagrosos” influyen en nuestras vidas de manera personal y determinante?
2º.- Los Sinópticos:
Si nos detenemos en los Evangelios Sinópticos veremos que Jesús realiza milagros sólo después de haber recibido el Espíritu Santo en el bautismo (Mt 3,1317; Mc 1,9-11; Lc 3,21-22). Desde este punto de vista, “Los Milagros” se convierten en prueba fehaciente de que Jesús es “El Mesías” esperado por el pueblo de Israel ya que ha sido ungido por el Espíritu de Dios y está con Él. Él es el “Salvador”, el “Libertador” añorado y esperado, pero no reconocido por todos. Se debe tener muy presente la gran expectativa que existía en ese momento en el pueblo de Israel sobre la idea de un “libertador”, a tal punto que eran muchas las variantes que se habían tejido entorno a dicho mesianismo (Cf.: el pensamiento farisaico, los monjes del Cumrán, el mismo Juan Bautista, y otras sectas que pulularon en tiempo de Jesús).
A partir de este momento – del Bautismo en el Jordán – se establece una lucha entre Jesús de Nazareth y el Demonio que no sólo será un hecho puntual referido en las tentaciones en el desierto, consignadas en los Evangelios, sino que habrá de durar toda su vida (Lc 4,13): Jesús fue tentado a lo largo de toda su existencia humana. De esta manera, Cristo inaugura los tiempos del reino mesiánico: destruyendo el poder del demonio, de las tinieblas. Esta es la razón por la cual los exorcismos y las expulsiones de los demonios adquieren un significado privilegiado en la narración evangélica. Desde esta perspectiva podemos entender mucho mejor la discusión que llevaron a cabo Jesús y los Fariseos (Mt 12,22-32). La fundamentación del reproche lanzado por Jesús se basa en el hecho de que los Fariseos no quisieron reconocer la presencia del poder de Dios – el Espíritu Santo en la persona de Jesucristo – en la expulsión de los demonios. A esto es a lo que en teología se conoce con el nombre de “El pecado contra el Espíritu Santo”.
Por consiguiente, “Los Milagros” – para los sinópicos – se inscriben dentro de la perspectiva de la inauguración de la presencia del “Reino de los Cielos”, presencia que es ya un hecho en la persona de Jesús. No reconocer esta realidad es un “Pecado contra el Espíritu Santo” que implica la contumacia o negación de que, viendo y reconociendo la verdad, no se la quiere aceptar.
Desde este punto de vista, debemos afirmar sin duda alguna que “Los Milagros” son actos positivos y anticipativos de curación o vivificación; ellos profetizan y, de cierta manera, anticipan la vida definitiva que se hace presente en Cristo: la vida eterna, anunciada por la persona de Jesús: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14,6). La realidad que se palpa en la actualidad mediante “El Milagro” es un anticipo, siendo su realización plena y definitiva al final de los tiempos cuando sea vencida la muerte para siempre – es lo que en teología recibe el nombre de “Escatología” = “Realidades trascendentes o eternas, anunciadas en el “hoy” de la historia” -. Desde este punto de vista “El Milagro” es anticipación de la vida futura.
3º.- Cuarto Evangelio:
El Evangelio de Juan contiene una teología mucho más elaborada y más explícita sobre la doctrina de “El Milagro”. San Juan se propone mediante su escrito, el despertar la fe de sus lectores en Jesús, en cuanto que es “Hijo de Dios” y, al mismo tiempo, mostrar, que más allá de la realidad humana, se encuentra la realidad divina encarnada. De ahí que, el Evangelista para alcanzar su cometido utiliza tres palabras claves con las cuales designa “Los Milagros”. Estas son:
1º.- “Signo”.
El significado de esta palabra es más o menos profundo. Su utilidad está en medir el grado de fe. A saber: a.- Se puede dar “el signo” excluyendo la fe, que consiste en la búsqueda del milagro por la sola utilidad que conlleva (Jn 6,26). Esto sería reducir a “prodigio” el acontecimiento, y Jesús no vino para hacer “prodigios” o “espectáculos”. El “prodigio” carece de sentido trascendente, se convierte en mera satisfacción de los deseos humanos.
b.- Existe otra manera de afrontar “El Milagro” consistente en ver en el acontecimiento un hecho trascendente aun cuando, no obstante, no se le quiere comprender y aceptar su sentido profundo – significante -. Es lo que ya hemos señalado anteriormente como “Pecado contra el Espíritu Santo” (Jn 8,47-59).
c.- Existe otra manera de afrontar lo milagroso: el de la fe imperfecta. Se discierne el hecho trascendente, pero no se capta su significación plena. No se logra establecer la conexión entre la Palabra y el Milagro (Jn 4,46-48). Es el caso de las personas que seguían a Jesús. Ven en él una realidad trascendente, sin embargo, no reconocen en Él al Hijo de Dios porque no comprenden su Palabra. Es la posición de muchas personas hoy en día: ven en Jesús a un hombre extraordinario, lo sitúan al nivel de Buda y Gandi, pero no son capaces de reconocer en Él al Hijo de Dios, hecho hombre.
d.- Finalmente existe la actitud de la fe perfecta que consiste en el hecho de contemplar en Jesús al enviado de Dios, al Dios entre nosotros. Es el caso del ciego de nacimiento.
La fe se alcanza normalmente mediante el signo milagroso. No olvidemos que “El Milagro” tiene por finalidad el de conducir a la aceptación, a la contemplación y a la alabanza de Dios-Padre en la persona de Jesucristo, Hijo de Dios, Señor nuestro.
2º.- “Gloria”
Entendemos bajo el término “Gloria” al mismo ser de Dios en cuanto que se manifiesta a los hombres por medio de Jesucristo. Desde este punto de vista el cuarto Evangelio no tiene mucho que decir con respecto al Antiguo Testamento, cuyo cometido era la manifestación de Yahveh a su pueblo mediante las portentosas intervenciones en la historia. Pero si nos situamos en la perspectiva del Nuevo Testamento la novedad la encontraremos en el hecho de que esa manifestación, esa “Gloria”, se torna presencia eficaz y salvífica mediante la persona de Jesucristo. Él es “La Vida” y tiene el poder de dar “La Vida”. Él es “La Luz” del mundo, y en cuanto que es “La Luz” le devuelve la vista al ciego de nacimiento (Jn 9,39-40). Porque es “La Vida” hace participe a Lázaro de la verdadera “Vida”. De esta manera el signo milagroso nos muestra en acción el poder espiritual y vivificante que es Dios-Padre al actuar por Jesucristo. En este sentido “El Milagro” demuestra el obrar de Dios-Padre, y Jesús lo realiza porque es Dios, uno con el Padre. Para el autor del cuarto Evangelio la pregunta clave que debía suscitarse entre los seguidores de Jesús era: ¿Quién es este que hace ver a los ciegos y resucita los muertos?
3º.- “Obras”:
Es Jesús el que designa a sus “Milagros” con la palabra “Obras”. La razón es porque de esta manera se entiende mejor la unión de Cristo con Dios-Padre. De la misma manera como Dios-Padre ha manifestado su “Obrar” al inicio de la creación (Gn 1,1-31), de la misma forman también Jesús continúa dicha obra mediante su actividad mesiánica (Jn 5,17.19-21). De esta manera Jesús continúa y lleva a plenitud la obra iniciada en la creación por el Padre. Todo el Nuevo Testamento puede y debe concebírsele como una “Nueva Creación” en y por medio de Cristo: “He aquí que hago todo nuevo” (Ap. 21,5)
La afirmación anterior es tan verídica que ver un “Milagro” realizado por Jesús, es discernir la actividad misma de Dios-Padre que es “La Vida”, es ver al Padre actuando, es contemplarlo en su actividad propia de dar vida en abundancia. Pero esta actividad es ejercida mediante la persona de Cristo, de tal manera que ver a Jesús es ver al Padre, ya que los dos son una misma acción. Esta unidad del Padre y del Hijo en la acción no la observa más que el hombre de integra fe; y esta manera de ver las cosas es un don de Dios-Padre… ¡y hay que pedirla!
A manera de conclusión podemos afirmar que los “Milagros” forman parte integrante del anuncio del Reino. Jesús lo inaugura no solo mediante su Palabra sino también mediante el combate contra las potencias del mal, “vivificando todas las cosas”, tanto corporal como espiritualmente. Estos “retornos a la vida” milagrosos o, si se quiere, signos perceptibles a la experiencia humana, anticipan ya, desde ahora, el reino escatológico en el cielo.-
Valencia. Septiembre 14; 2025