Trabajos especiales

El primer restaurante chino de Caracas

La comida china era completamente desconocida, de forma que los propietarios de los primeros restaurantes chinos del siglo 19, tuvieron que adaptarse a los ingredientes disponibles y a los gustos de sus clientes

Imagen: PASAJE CAPITOLIO Fue parte de la casa del Marqués de Mijares, la cual compró John Boulton, quien la vendió para edificar el famosísimo Hotel El Conde, que hizo el pasaje donde existió el primer restaurante chino de Caracas. Nota que a la izquierda habían sillas, lo cual indica que mucho antes de las máquinas Gaggia, ya allí había algo parecido al Gran Café y el Piccolo Bar, con sus sillas en su amplia acera (el Gran Café también las tenía en la más angosta acera de la Calle Acueducto, hoy Pascual Navarro).

Eleazar López Contreras:

La fiebre del oro (en 1849) atrajo a miles de chinos cantoneses a California.
En dos años había 35.000; para 1882, 300 mil. Muchos trabajaron en el
ferrocarril y algunos cocinaban. Así llegó la comida china a los Estados
Unidos; de modo que algunos emprendedores abrieron restaurantes de
comida típica (llamados
“chow chows”) con un
precio fijo (un dólar por todo
lo que pudieran comer). Esa
comida fue pronto adaptada
al paladar común y así
nacieron los primeros
restaurantes chinos en los
Estados Unidos, donde se
popularizó el Chop Suey, que
es una mezcla de vegetales
desconocida en la China,
pero que es el plato más popular y el más vendido en los Estados Unidos,
aunque existen otros.

La comida china era completamente desconocida, de forma que los
propietarios de los primeros restaurantes chinos del siglo 19, tuvieron que
adaptarse a los ingredientes disponibles y a los gustos de sus clientes. Los
platos del menú solían ser numerados y, a menudo, se ofrecía como
acompañamiento pan y mantequilla.

En 1916 apareció la fortune cookie, una delicada y liviana galletita con un
sintético mensaje de la fortuna (probablemente) inventada por David Jung
para promover su fábrica de
fideos chinos en Los Ángeles.
Con el Chop Suey y las galletitas
de la fortuna, que
suplementaban el postre
(inexistente en la comida
china), comenzaron a proliferar
los restaurantes chinos en todo el país. De modo que, donde había chinos,
aparecían los restaurantes ofreciendo su comida. Esto ocurría en San
Francisco, Nueva York, etc., donde el Chop Suey era anunciado en carteles,
o en luces de neón; primero, en los asentamientos chinos (Chinatowns) y
luego, por todas partes.

Durante la Segunda Guerra, antes de que
aparecieran los buffets con comida china, se
enumeraron los platos en el menú, lo cual facilitó la
creciente demanda de comida para llevar: Chop
Suey, Chow Mein, Arroz Frito, Costillitas de Cerdo y
las ubicuas Lumpias, todo servido con rapidez y
eficiencia por silentes cocineros y mesoneros. Para
atender los cambiantes gustos de supuestos conocedores, muchos
restaurantes comenzaron a ofrecer otras variedades de platos, muchos de
ellos alejados de los comunes sofritos y sin la conocida combinación de
sabores agridulces. Entonces aparecieron el sofisticado Pato Pekín y otros
elaborados platos, pero sin prescindir de los suaves y abombados panecillos
horneados en casa.

Aunque en Caracas existen muchos restaurantes de esa cocina, lo que más
se ven son los chinos en la calle, indicio de que en la ciudad se han
asentado muchísimas familias. De unos 35 mil chinos que se calculaban que
residían en Venezuela, ahora hay más de 200 mil, pues comunidades chinas
notables las hay en Puerto La Cruz, Valencia, Barquisimeto, Maracaibo y
Ciudad Bolívar, algunas con cierto acceso a “dólales balatos” para el
comercio, en el que abundan las quincallas.

El primer contingente chino (de casi un millar) llegó a Venezuela en 1856.
Entre 1885 y 1886. Durante el gobierno de Joaquín Crespo llegaron más,
procedentes de Cuba pues esa isla había recibido a muchos chinos
cantoneses como mano de obra barata, para ayudar en la zafra del azúcar y
en las obras del ferrocarril. Entre esos chinos venía José Peña, nombre que
adoptó cuando se nacionalizó cubano. Este José Peña estableció la primera
lavandería de chinos que tuvo Caracas, que luego se multiplicó. A miles más
los trajeron durante la segunda mitad del siglo 19 como esclavos
contratados por los ingleses y otros colonizadores, muchos de ellos a través
de Trinidad y otras colonias británicas en el Caribe.

No obstante, esos
primeros chinos fueron expulsados, y la Constitución que se aplicaba en
1936 prohibida su entrada. Pero para 1928 habían llegado otros chinos;
entre ellos, Joaquín Hau (con cuatro sobrinos), quien estableció el primer
restaurante chino que tuvo la ciudad, el Chop-Suey, en el Pasaje Capitolio,
el cual cerró sus puertas a la muerte de Gómez, debido a los “monos”
montados por los caídos con el desaparecido régimen. El nuevo aplicó la
disposición constitucional que no permitía el ingreso al país a razas con un
nivel inferior de vida al de los venezolanos.

Hacia 1934 comenzaron los apacibles chinos a abandonar las lavanderías
de Caracas (donde rehusaban entregar, sin pago, la ropa lavada, diciendo
“Si no hay leal, no hay lopa”) y se replegaron al campo. Algunos compraron
botiquines, pero les fue prohibido vender licores. Arropados por una
inquebrantable diligencia, lograron vencer innumerables dificultades y
trabas, hasta diversificar sus
negocios y pasar del abasto al
automercado, y del botiquín al
restaurante de cocina
pragmática que, materialmente,
todos conocemos. En los años
cincuenta, los primeros
restaurantes chinos con un
menú numerado y comida para
llevar. Tal vez el primero fue El
Palmar que ofrece su Pato
Pekín desde 1954.

El Palmar nació cuando Yen Moy llegó a Maracaibo, donde regentaba El
Farolito, que ofrecía comida china tradicional. La gente de las petroleras le
dio la idea de abrir un local similar en Caracas, donde no había restaurantes
chinos, y así abrió El Palmar, frente a tienda Sear’s, que había sido
inaugurada en 1950. De esos años cincuenta data también el Dragón Verde,
que se instaló en el segundo piso del Cine París, cuando José Jacinto
Ramírez urbanizó La Campiña. Ahora hay unos 450 restaurantes chinos en
el país, cuyo servicio y cocinas, estandarizados y con un menú numerado y
envases para llevar, le han permitido competir favorablemente con la
oferta de otras comidas étnicas o
universales, porque los restaurantes de
comida china en Venezuela están a la
altura de las exigencias del mundo
moderno, y su servicio es rápido y
eficiente.

Gracias a tu dedicación y discreción, los
chinos ya no pasaban desapercibidos,
pero no dejaban de sufrir el
hostigamiento y burla a la que estos
tranquilos ciudadanos han sido objeto
históricamente. Como aquí se mantenían
aislados dentro de una colonia
compacta, en 1952 el Cine Ayacucho
programó dos funciones especialmente
para ellos. Se trataba de noticieros
hablados en chino sin subtítulos en
español, que se anunciaban en la prensa
local.

En 1941 fue popular el “chino” Daniel Canónico, pitcher-héroe del equipo
venezolano Campeón Amateur en 1941

Dado al entusiasmo y al alboroto publicitario
que suscitó esa victoria, Benito Canónico, padre
del picher, aprovechó la fama de su hijo para
impulsar su golpe tuyero El totumo de Guarenas
y poner a Daniel a tocar los timbales en su
orquesta (colocándolo al frente).

Aunque la fama del chino Canónico se debió a su hazaña en la pelota de
1941, difundida ampliamente por los
medios, en una Caracas más pequeña, y sin
ese apoyo, en su tiempo fue más popular
un chino llamado Donato Hernández su nombre adoptivo. Fu-San-Si, como era
el verdadero, recorría las calles de la
ciudad donde cumplió sus noventa y tres
años. Había llegado a La Guaira en tiempos
de Guzmán y su historia es novelesca y la
rescató la periodista Graciela Schael
Martínez.

A los veinte años, siendo estudiante en
Pekín, emprendió un fogoso amorío con
Sin Kai, la bella hija de uno de los príncipes
de la corte del Emperador. Su rival, un
poderoso mandarían y prometido oficial
Sin-Kay-Si los sorprendió una noche en los
jardines del palacio real, y enfurecido por los celos, hirió de muerte a la
princesa. Su-San-Si, en lucha terrible con su enemigo le hizo pagar con su
vida la de la princesa.

Entonces huyó de Pekín para refugiarse en su casa paterna, pero de allí
lo echaron entre grandes insultos. Y aquí viene la aventura novelesca…
Fugitivo siempre, pasó al Japón, después a Australia e Inglaterra. Se alistó
en una expedición al Polo Norte, de la cual solamente él y dos marineros
retornaron con vida. Se fue luego al Canadá y a San Francisco. Después a
Panamá, donde estuvo sirviendo en el ejército. Pasado algún tiempo, se
marchó a Curaçao, siguiendo luego a La Guaira y Caracas. Aquí trabajó en la
fábrica de cigarrillos
de Jesús María
Herrera Irigoyen
(luego gerente de la
editorial El Cojo que
se convirtió en El
Cojo Ilustrado). Ya
vivía solo, en un
barrio muy pobre en
las inmediaciones del
Palacio de Miraflores, llamado Isla de
Dios, pero antes, Isla
del Diablo, sin
familiares, pues
todos habían quedado en China y jamás supo nada de ellos. Naturalmente,
el “chino recoge cabos” era un hombre callado y habla el español como
Tarzán pero con la inevitable “ele”, que es producto del lambacismo natural
a los chinos que son incapaces decir barril ni cigarro, sino balil y cigalo.
En medio de su pobreza, deambulando por las calles de Caracas, se le vio
en 1921 evitando a los muchachos que le gritaban “chino, recoge cabos”.

Tabaco en la boca, entonces su figura era la de un hombre alto, que llevaba
un larguísimo garrote que asía por la mitad, con una mano.

El aporte chino a la ciudad ha sido en el comercio y poco en las artes.
Nada han aportado en materia de música, pues ellos se han mantenido
dentro de su comunidad. No obstante, en Valencia la entidad vecinal
Russafa ha presentado festivales musicales de todos los continentes. Las
demás referencias musicales al Lejano Oriente han provenido de discos
como Ojos chinos, el hit de 1955 del Gran Combo, o las canciones dedicadas
a La Chinita de Maracaibo.

En la retreta caraqueña, Pedro Elías Gutiérrez, además de sus valses y
joropos, tocaba algunas composiciones suyas con sabor a Caribe. Este el
caso de Bandolero, Suena el cuero y Candelario Pérez (al “estilo” de Rubén
Blades). Pero el maestro Gutiérrez también compuso una pieza con sabor
oriental que tituló Li-Ho-Chang. Más hacia nuestro días, en 1953, en la
inauguración del Hotel Tamanaco (donde alternó con la orquesta del joven
Chucho Sanoja), la Lecuona Cuban Boys trajo una rumba llamada Chino Li
Wong de Armando Oréfiche, director y pianista de la orquesta. Su letra
hablaba del progreso de ese personaje, quien de Cuba se fue a San
Francisco y, de allí, a Nueva York, donde su éxito comercial lo convirtió en
Míster Li Wong.

Al llegar la televisión en 1952, vino con ella la promoción de la lucha libre,
con innumerables figuras, que tuvo a El
Dragón Chino como una de las más
destacadas y uno de los luchadores
“malos” más odiados. El Dragón era chileno
con ojos verticales, look semejante al del
actual cantante de Chino y Nacho.
Con la afluencia económica obtenida por
muchos chinos en Caracas, quienes hoy día
tienen unos 450 restaurantes y 200
supermercados en todo el país, era natural
que algunos de ellos desearan obtener
figuración social, por lo que había que
celebraban una que otra fiesta. El famoso
cronista social Pedro J. Díaz, al ser inquirido
sobre la reunión social más tranquila a la
cual había asistido, declaró que fue una
donde todo el mundo tenía caras largas, pues se trataba de una fiesta de
chinos.

A veces una respuesta requiere de cierta diplomacia. Cuando a Mencio,
un poderoso legislador chino,
le preguntaron si era moral que
prefiera la música popular
frente a la clásica, respondió
que lo único importante era
amar a sus súbditos. Una
salida similar tuvo el profesor
José Antonio Calcaño, cuando le pidieron pronunciarse sobre la calidad de
la música china. Se trataba de una discusión donde uno alababa sus
bondades y el otro, no. ¿Qué dice usted, profesor?, lo precisaron. ¿Es buena
o es mala la música china? Sabiamente, el profesor se salió por la tangente
y les dijo: “Yo no sé. Pregúntenle a un chino”.

Para destacar su creciente afluencia, pues son muy laboriosos, Armando
Oréfiche, pianista y director de la Havana (antes Lecuona) Cuban Boys,
escribió la rumba llamada: Chino Ling-Wong, en la cual se muestra la típica
carrera ascendente de un chino:
Chino Ling-Wong/chinito Ling-Wong/salió de San Francisco/y llegó a
Nueva York/Negocio de aquí/business de allá/ya lo convirtió en Mister LingWong.
No solo los chinos son parcos en hablar, debido a sus restricciones
idiomáticas, que los chinos, sino que también se debe a su natural cautela y
a su estudiada discreción, por lo que su trato en nada se parece al abierto y
confianzudo del criollo.  Además, son muy reservados.

El asunto lo ilustra el hecho de que un reportero de la revista Élite, en los
años treinta, fue a entrevistar a un chino que manejaba una de las
lavanderías más antiguas de Caracas. Aunque parcamente, el hijo fue el que
respondió a las preguntas del periodista; pero todo se estancó cuando el
fotógrafo enfocó el rostro de su padre con la cámara.
El chino mayor, que hasta el momento no había dicho ni pío, se cubrió la
cara con la palma de su mano, y salió de la habitación repitiendo:
“A mí no me uta eso. A mí no me uta eso”.-

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